Es la hora de los rescates. El ser humano debe ser rescatado por sí mismo, por su misma especie. Para ello, hace falta rescatar la política, convertida en negocio, en lugar de activarla como servicio. Hacen falta menos dominadores y más solidaridad. Así, la ciencia ha de integrarse en la reducción de riesgos que conllevan desastres. Los sindicatos, las diversas asociaciones, han de salvar a esa humanidad injustamente tratada. Por desgracia, vivimos en el permanente abuso, con un uso inadecuado de los bienes, una desbordante degradación ambiental, una débil gobernabilidad en muchos países, con unos escenarios de pobreza que no deberían existir y, lo que es peor, con unas expectativas que no despuntan, porque hasta la misma sociedad carece de referentes. Tendríamos que pactar otras formas de hacer, otras de formas de vivir, otras formas de actuar, otras formas de ser. El dominio no puede permanecer en unas pocas manos para su capricho o divertimento. Buena parte de los moradores del mundo se encuentran ensombrecidos por la frustración, el desconsuelo, la venganza o la duda. Pero, ante este desolador desconcierto, no podemos caer en la trampa de lo trágico. Siempre cohabita una luz que nos da la oportunidad del cambio social.
Evidentemente, el cambio social no pasa por resignarse, o por buscar la huida de la realidad, o por inventarse un optimismo falso. Veamos lo que va mal y rectifiquemos. Pensemos en los desequilibrios sociales, en la falta de oportunidades de tantos jóvenes, en el terrible poder armamentístico, en la escasez del agua para tantos seres humanos, en las injustas y altaneras finanzas. Tenemos la oportunidad de rescatarnos de este infierno de tragedias, sin tener que lavarnos las manos como Pilatos. Todos hemos de contribuir a mejorar este camino que hemos de recorrer. Y aquí es preciso el papel aglutinador, cada uno desde su horizonte de reflexión. Dejemos las lecturas ideológicas, doctrinarias, y apostemos por el ser humano como realidad pensante, que ha de vivir y puede vivir sin miedos, sin catastrofismos, sin desilusión en definitiva. Quizás para esta renovación merezcamos un rescate, no de finanzas, sino de valores humanos. Desde hace tiempo, nos hemos abandonado y supeditado al poder, obviando esa dimensión espiritual, trascendente, que nos forma en el discernimiento para alimentar los avances humanos, que son los verdaderamente esperanzadores.
Por consiguiente, llegados a este punto, creo que hemos de integrarnos al máximo; máxime para recuperar lo humano en toda su plenitud. Es lo humano lo que tiene que prevalecer sobre todo lo demás. Es lo humano lo que importa. De ahí que tengamos que pensar de otro modo la política. Hemos de hacerla de otra manera. No tengamos miedo a escucharnos. No tengamos miedo a compartir. Respetémonos. Abrámonos a la vida para favorecer el encuentro. No excluyamos. No pensemos que hemos venido al planeta para ser eternos líderes, dejemos que la nueva savia fluya en un mundo en permanente cambio. Saltemos de esta mundanidad hacia otro mundo más sabio y, a la vez, más solidario también. Rescatémonos de las inútiles contiendas. Es tiempo de fraternizarnos, de tender puentes y de avivar coincidencias. Tenemos que concurrir en acuerdos. Para educar un hijo, dice un refrán africano, hace falta una aldea; luego, para educar al ser humano, hace falta la humanidad entera. La referencia de que han disminuido el número de fallecidos por desastres naturales en la región de Asia-Pacífico, es un claro ejemplo de cooperaciones en el intercambio de información regional y, también, de coordinación conjunta de operaciones de alerta temprana y evacuaciones. Sin duda, esta es la vía para hacer más habitable el escenario de nuestra propia especie, la de sumar fuerzas de apoyo y no la de restar por puro egoísmo.
Indudablemente, todos los humanos tenemos la responsabilidad moral de hacer de la cooperación entre culturas diversas, una manera de vivir. Pienso que la moderación en todo ha de ser nuestra brújula para orientarnos hacia ese verdadero bien colectivo, que se determina y se conoce mediante la naturaleza del ser humano en su armónico equilibrio con lo que le rodea. Para lamento de toda la humanidad, en todos los países la exclusión y la discriminación continúan inmortalizando la falta de equidad, unida a la ausencia de un corazón sensible. Por eso, en ese rescate que propugno es fundamental la reorientación de la política hacia otros horizontes más humildes y de asistencia social. Un gobernante que únicamente gobierna para los suyos no puede gobernar. Como mucho puede hacer avanzar a los de su línea, pero no puede en absoluto regir los designios de unos seres pensantes cada día más globalizados. Por estas razones, una política comprensiva con todos y tolerante, gana el respeto de la ciudadanía, y sobre todo la admiración de ese pueblo marginado, que espera la mano tendida para salir del callejón de la intransigencia de algunos.
Entre todos, pues, hemos de rescatarnos y reintegrarnos en un planeta, en el que gobierne la ética por encima de los ídolos. Que manden los seres humanos más humildes. Escuchemos su voz. Entremos en diálogo. El mundo tiene el futuro que el ser humano quiera. Luchemos, al menos todos unidos, para que la confianza no se desmorone. Quizás debiéramos tener la picardía de los reptiles, pero también la autonomía bondadosa de las aves. Alguien astuto es una persona difícil de engañar, cuestión importante en un mundo de falsedades y, asimismo, la clemencia es un buen símbolo para superarnos y acercarnos a nuestros semejantes. Lo decía el escritor español, Pío Baroja (1872-1956): «Realmente, no sé si con justicia o no, a mí no me admira el ingenio, porque se ve que hay muchos hombres ingeniosos en el mundo. Tampoco me asombra que haya gente con memoria, por grande y portentosa que sea, ni que haya calculadores; lo que más me asombra es la bondad, y esto lo digo sin el menor asomo de hipocresía». Ciertamente, ese espíritu de dulzura, de apacibilidad, de mansedumbre, actualmente no cohabita con la especie, por lo que difícilmente va a sorprendernos avanzar en el vínculo de familia humana, cuando lo que prolifera es una mentalidad separadora, de acoso y ahogo al ser humano.
Nos hemos globalizado pero no nos hemos hermanado. Esta es la gran necedad. Cómo globalizar un sistema económico, sin una mente integradora, donde esté la mujer y el hombre, la familia, todos nosotros, para que la luz de la justicia nos encamine a la esperanza de un mundo renovado, más del espíritu que de los negocios, más del verso que del dinero, más de la ilusión que de la desgana. O caminamos todos juntos para acrecentar el paraíso o el desencuentro nos llevará, más pronto que tarde, a la nada, al vacío de la estupidez. Es muy significativo fortalecer los vínculos entre culturas, retornar y rehacer un hábitat verdaderamente humano, resurgir en lo auténtico para que lo bueno y lo bello mane (y emane) por cualquier rincón del orbe. Al igual que algunas cosas del pasado, son pretérito, pero abrieron una brecha al futuro; reinventemos el hoy, el presente que es nuestro, y nuestra será la vida para reafirmarla hacia nobles aspiraciones. A lo mejor cada día hemos de rescatarnos para luego regresar a la eternidad. El cambio es ley humana. Al fin y al cabo, cualquiera que olvide el pasado o no viva el presente, se perderá también el futuro. Y no será posible volver atrás para desgracia nuestra. DIARIO Bahía de Cádiz