El mercadillo, y no piojito, de Nuevo Futuro en Cádiz es como la inauguración oficial del periodo de vacaciones en la ciudad. Por unos días el Baluarte tiene más mechas, naturales o no, por metro cuadrado que la sede del Partido Popular. La parte de la sociedad gaditana más pudiente, a la vez que cumplen con las ordenanzas religiosas, nos recuerdan que la caridad y la solidaridad no son la misma cosa. La caridad es esa ayuda que viene desde arriba, y que además de ponerte en paz con dios, ayuda a los pobres. La solidaridad se da entre iguales, de forma horizontal y generosa, como una defensa orgullosa de clase que no te redime de nada.
No sé que opina la gente que está en la cola de la calle Santiago, mientras que en el Baluarte celebran cenas de caridad con los catering de Pablo Grosso y el Faro. Me suena a la fiesta de la rosa, que no, esa no, la que organiza los Príncipes de Mónaco, pero todo más cutre, más provinciano, y por supuesto más casposo. Una caravana de coches de época, algún coche de alta gama, precedidos de un motorista de la policía municipal, anuncia con una potente megafonía: “Rastrillo de Nuevo Futuro en Cádiz…”.
El amigo Moisés Camacho, el historiador gaditano, en julio también nos recuerda y documenta que en Cádiz, aquel dieciocho, no hubo Guerra Civil, que no, que sólo hubo represión, asesinatos con o sin juicios sumarísimos. Nos recuerda lo que pasaba en el Casino Gaditano, de los paseos, de las decenas de muertos con los que tenemos una gran deuda, su recuperación con todos los honores. Sin embargo sigue estando en un limbo de las leyendas el papel de los verdugos voluntarios, quizás este episodio de este periodo esta condenado, como tantas cosas, a diluirse en el Alzheimer colectivo, entre el miedo y el olvido.
Julio también nos trae al futbolista-político-concejal, que cree que por ser concejal de Cultura ya es un poco intelectual, sin haber leído el Materialismo Dialéctico -lectura imprescindible, según ‘Amanece que no es poco’-, y que por decir pene en vez de polla, ya lo es. Y claro como no es intelectual pues le cae una demanda por prevaricación y coacción. Puso, me dicen, la misma cara que pone en inauguraciones y eventos culturales, como diciendo “¿qué hago yo aquí?”, mientras piensa “eso de prevaricación seguro que tiene algo que ver con el fuera de juego, cuando lo haces a sabiendas”.
Y también llega con julio los cines de verano, una de las grandes invenciones de esta época. Ya sea en la playa, en un descampado, en un patio, da lo mismo. Un buen bocadillo, cerveza, pipas, o simplemente agua, nos hacen soñar bajo las estrellas. Aunque sin duda alguna, una de las mejores cosas que trae el mes de julio a Cádiz son los helados de mojito de la Plaza Mina, se hacen de rogar, pero merecen la pena.
Lejos, bueno, no tan lejos, también se reúnen por la noche en el campo. Sillas, neveras portátiles, bebida y prismáticos; pero no sueñan bajo las estrellas, sólo admiran como sus aviones y sus barcos bombardean Gaza; unas horas antes, una fila de niños y de niñas, con el mismo entusiasmo que aquí llevan flores a una capilla no se que día, escriben mensajes en los misiles que caerán sobre otros niños y niñas, pero palestinos.
Julio sigue, día tras día, acercándonos no sabemos muy bien dónde, pero da lo mismo, no podemos parar el mundo y bajarnos, sólo podemos seguir adelante.