Lo confieso. A veces me descubro haciendo de niño. Incluso como no lo hice mientras lo fui. En ocasiones me veo jugando a los Playmobil, haciendo puzzles o construyendo edificios imposibles con piezas de plástico o de madera. ¡Qué alegría cuando ves cómo se levantan las plantas y qué fastidio cuando todo se derrumba!
Otras veces me dejo llevar por El monstruo de la escalera, por Robi, el pequeño fantasma o por esos apasionantes animales que fueron los dinosaurios. Todo mientras uno lucha contra el sueño y los cuentos incluso llegan a alcanzar vida propia. “¡Papá, que te lo estás inventando!”.
Lo reconozco. Siempre me consideré un niño al que el sentido del ridículo y de la vergüenza muchas veces privó de sentir como sienten los niños. Incluso ya de adulto eso me ha hecho dejar de vivir alguna que otra experiencia. Curiosamente, esa pérdida es algo que ahora me hace valorar y sentir con más fuerza aquello que experimento. Porque hay días en los que las defensas bajan, y entonces te descubres, por ejemplo, haciendo de gallina. ¡Y hasta te lo pasas bien y ríes hasta llorar!
Lejos del móvil y la tablet (que tienen cosas malas como también las tienen buenas), hay días en los que montar un improvisado campo de tenis de mesa sobre una alfombra verde o intentar meter un gol en una miniportería infantil, sin olvidar los juegos en la piscina durante el verano, te hacen recuperar y hasta experimentar sensaciones.
Será que uno ya comienza a hacerse mayor, pero hay jornadas en las que la mente te lleva a esos años en los que improvisábamos campos de fútbol tomando los pilares del edificio donde vivía como portería. Siempre después de que tus amigos te viniesen a buscar a casa llamando al telefonillo o incluso por medio de alguna que otra voz. Y cómo olvidar esos campos de albero y los tan temidos balones Mikasa. Eso era fútbol y no lo de ahora.
No puedo evitar muchas veces rememorar aquellos días de juego con canicas, esos preciados tesoros que coleccionabas con todo el mimo del mundo. ¡Y cuántas horas jugando a indios y vaqueros!
Ya no se juega a las carreras de sacos, ni a pañuelito, ni a piedra-papel-tijera. Casi ni se va en familia a disfrutar de un día de campo con juegos, carreras y descubrimientos (como especies de setas o de plantas). También resulta algo extraño jugar al esconder, a ‘poli-ladrón’. Recuerdo que un grupo de amigos incluso llegamos a inventar un juego: nos sobraba con un balón, una pared y algo de ganas de no ceder al aburrimiento. El relío llamamos a aquella invención.
Ahora, sin embargo, buscamos ludotecas donde soltar a los hijos, fomentamos el uso de las nuevas tecnologías como armas de distracción masiva, mientras nosotros (y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra) nos enganchamos al móvil para muchas veces estar al día o regalar un ‘Me Gusta’ a cosas que poco nos importan en realidad.
Sin ánimo de demonizar nada, porque todo es bueno en su justa medida, creo que es necesario volver a la calle. Recuperarla para nuestros hijos. También los parques. Duele ver en muchas plazas esos carteles que prohíben jugar a la pelota. Seguro que quienes los ponen, hace mucho que dejaron de ser niños. Y eso, no sólo los mata a ellos, también nos condena al resto. DIARIO Bahía de Cádiz