Una vez terminada mi desconexión lúdico temporal y plenamente incorporada a mis actividades laborales vuelvo a casa, vuelvo. Tampoco es que me haya ido muy lejos la verdad, pero si lo suficiente para olvidar contraseñas y pines varios, lo que traducido resulta que no hay quien me gane a poner tierra mental de por medio, aunque sea en el otro lado de la bahía. He de decir que Cádiz desde El Puerto, con su flamante y reluciente puente nuevo en primer término, ha ganado en vistas, presencia y prestancia.
Largos paseos, tertulias y reencuentros que ponen en su sitio a los recuerdos. Voy despegándome poco a poco, regresando cada fin de semana en un intento de alargar el verano. Septiembre siempre me ha parecido un mes dulce, aún templado, sosegado. Me cuesta trabajo cerrar la casa, apagar luces y bajar las persianas. Son poco más de veinte minutos y poco menos de veinte kilómetros. Es el mundo que separa el dolce far niente de la vuelta a empezar.
Es un estado mental, una vuelta al periódico de papel, a la cervecita mañanera, al atardecer en la playa pertrechada con mi libro electrónico, para no deslumbrarme, más allá de lo que lo han hecho Ian MacEwan y Laura Restrepo con su prosa.
Añorar los amores de verano junto al amor de mi vida, con esa calma que proporcionan los años compartidos y aprender al final, como dijo Benedetti, que después de todo qué complicado es el amor breve y qué sencillo el amor largo.
Pero desengañémonos, la cabra tira al monte y tras toda esta calma, de esta feliz parada, queriendo o sin querer, he cargado las pilas de tal manera que tengo overbooking de proyectos nuevos e ilusionantes en la cabeza.
Además la suerte me acompaña, nuevos cómplices se suman a los antiguos. Mis mandamases han decidido devolverme lo que era mío y me encuentro con un montón de días de vacaciones con los que no contaba. En un par de meses el banco y yo nos despediremos para siempre, y ya puedo dejarle a mi heredero cobijo y abrigo libre de cargas. Vamos remontando la adolescencia sin mayores traumas y comprobando con alegría como mi joven descendiente sabe ser feliz.
Por una vez, y consciente de ser egoísta, voy a dejar al mundo a un lado.
La vida sonríe, porque no contarlo. DIARIO Bahía de Cádiz