Se ha encontrado un cuerpo en el Baluarte de San Roque. Lo hallaron dos adolescentes que le sacaron un video y lo difundieron. Se hizo viral porque estaba en avanzado de descomposición y la muerte da mucho morbo.
También se han encontrado los cadáveres de una madre y un crío, ambos ahogados porque la madre solo pudo pagar para el viaje una balsa infantil y se le quebró en mitad del Estrecho. Ambos iban buscando la salud de la madre -con dos operaciones fallidas contra un cáncer que resistía en su cuerpo- y la del crío, con una grave enfermedad pulmonar.
Querían llegar a la Europa más civilizada, esa que ve a un africano vendido pañuelitos en un semáforo y cierra la ventanilla a toda mecha.
Son muertos de quita y pon, ahogaditos en desgracias que nos hacen descubrir que nuestra naturaleza tiene de humana lo que las ardillas de astrofísicos, porque nada nos da pavor, ni nos atemoriza, más que no llegar a tiempo a las rebajas.
El niño congoleño tenía seis años y mucha vida por delante, si le curaban algo que aquí solo sería tan banal como hacerse un video de un ahogado con la cabeza destrozada y el cuerpo hinchado por el tiempo. Mecidos estarían por el mar, con peces cabalgando al lado suyo y las manos laxas y el cabello al viento como el de las sirenas.
El niño apareció en Barbate y la mujer en Argelia, porque las mareas no quisieron que madre e hijo se abrazaran por última vez antes de separarse para siempre. El ahogado del Baluarte, difamado después de muerto por los adolescentes virales, era padre de hijos que nunca lo volverán a ver, más que si llega ese video a sus manos, cosa terrible por otra parte pues no hay nada más doloroso que no poder recordar a quien amas más que cómo te lo han devuelto la aspereza de la muerte y la voracidad del mar.
Los tres ahogaditos, solos en el mundo y condenados a la tierra, no se han conocido, y nunca se verán más que si entran en esa otra esfera, la de la inmortalidad, o bien la de ese recuerdo que guardan los vivos de los que han amado y ya no están con ellos.
En el caso de la madre, lo era por seis partidas y los que se quedaron siempre pensarán en ella, porque se la jugó luchando como una tigresa por su vida, para vivirla con ellos.
Al hombre del Baluarte no sé sabe qué le pudo haber sucedido, pero sí el dolor que supone que tus muertos no les duelan a los que deberán ver a los suyos muriendo por fuerza. Mala educación que damos, por muchos medios que tengan, por muchos móviles que les compremos para saber dónde están y qué están haciendo. Luego dirán que fue cosa de críos que no se lo pensaron. Viral debería ser no hacer la puñeta. DIARIO Bahía de Cádiz