“Todos estamos llamados a una misión esperanzadora”.
Hay un cansancio que puede paralizarnos en un primer momento, pero también cohabitan en nosotros ciertos aires de ilusión que nos permiten mirar siempre hacia adelante, en este mundo tan cambiante en ocasiones como desigual. Sea como fuere, todos ansiamos vivir sin miedo, más allá de las fatigas del acontecer diario. Es algo natural, inmerso en cada savia. La cuestión es no dejar a nadie de nuestros análogos en el camino. Quizás tengamos que avivar, desde todos los Estados del mundo, la ayuda humanitaria, y continuar apostando mucho más por el diálogo en la búsqueda de la paz. No hay otra manera de avanzar en la solución de los problemas entre nosotros, que la diplomacia de la mano tendida, que la apuesta decidida en la búsqueda de soluciones innovadoras, como pueden ser los enfoques abiertos y amplios, con la escucha permanente y el deseo sincero de cooperación.
Indudablemente, unos en mayor medida que otros, pero todos estamos llamados a una misión esperanzadora, al encuentro entre culturas, a ocuparnos y preocuparnos por los demás, a sentir como propios los factores de crisis de gobernabilidad que asedian a muchos países, o a luchar por el incumplimiento de los derechos humanos sobre todo en relación con ciertas minorías étnicas; pues hemos de desterrar, de una vez por todas, el racismo, la xenofobia y el discurso del odio. Ha llegado el momento de la acción, de protegernos con valor y amor en todas sus etapas, del anhelo por hallarse y fraternizar, mediante programas que promuevan la igualdad plena y efectiva para todo el orbe. No es de recibo permanecer pasivos ante el aluvión de injusticias, de actuaciones caprichosas, a menudo arbitrarias y verdaderamente repelentes. Urge, por tanto, tomar otros impulsos más equitativos, con menos tensiones y sin represalias, para favorecer cuando menos el entendimiento y la confianza entre humanos.
No olvidemos que hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es nuestro afán y desvelo, por tomar de la mano, la autentica realidad de nuestra existencia. Pensemos que únicamente a través de nuestra entrega podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que es posible cambiar actitudes. Desde luego que sí lo es. Tenemos derecho a entusiasmarnos, a mirar por nuestro porvenir, a pesar del estrés de los mercados financieros, del ajuste de las políticas monetarias, de la volatilidad de los mercados, del aumento de las disputas comerciales, o de las mismas tiranteces geopolíticas. El sueño es nuestro, la utopía también, nos sirve para obligarnos a caminar hacia ese solidario horizonte que todos nos merecemos, permitiéndonos compartir la tierra que habitamos. Ya está bien de privilegios, de que el crecimiento nunca llegue realmente a las personas que más lo necesitan. Precisamente, la meta de acabar con la pobreza en el 2030 se está haciendo más difícil de alcanzar, por esa barrera de desigualdades que cohabitan en el planeta.
Justamente, unos lo acaparan todo, mientras otros no tienen ni para la subsistencia. ¿Dónde están esas políticas sociales? Sólo en las palabras. El crecimiento económico hay que humanizarlo. Las políticas, con sus líderes al frente, han de tener otros comportamientos, otras maneras de activar las inversiones, ensanchando el acceso a la educación y mejorando su calidad, sin obviar que muchos países necesitan un importante ajuste fiscal. A todo ello hay que añadir, lo que dijo en el mensaje de año nuevo, el Secretario General de Naciones Unidas, que “cuando la cooperación internacional funciona, el mundo sale ganando”. Indudablemente, así es, el construir puentes y crear espacios para encontrar soluciones, es la receta. Jamás debemos darnos por vencidos. A mi juicio, tan trascendente como defender la dignidad de cada ser humano, es cimentar entre todos un futuro más habitable, más seguro en definitiva.
En cualquier caso, cada ciudadano tenemos un proyecto a desarrollar, enraizado a esa conciencia de pertenencia social que nos hace piña, un empeño a participar por un porvenir más prometedor para todos, y que ha de asentarse en un mayor incremento de la inversión, tanto en las capacidades de las personas como en las propias instituciones del trabajo. Bajo este paraguas, seguro que se acrecienta el trabajo decente y sostenible. Veremos si somos capaces de llevarlo todo a buen término. Es cuestión de tesón y constancia, de empeño y paciencia. De ningún modo rechaces tus visiones. ¿Sin el ensueño de ese viento el mundo qué sería? Tal vez, por eso me digo a mi mismo; dadme faena, agotamiento, sufrimiento y pasión. ¡Vida en suma! DIARIO Bahía de Cádiz