“Lo que no es curativo ni caritativo es saltarse todo ese espíritu innato de concordia, cometer terribles abusos de los derechos humanos y causar un sufrimiento humano masivo, sin inmutarse”.
El mundo, con sus moradores al frente, necesita recuperar nuevos bríos más tranquilizadores, ante las tremendas perturbaciones ocasionadas por la pandemia, por nuestras propias luchas internas y externas, lo que ocasiona una persistente desolación e incertidumbre. No habrá reparación si continuamos con este estado de insensatez y atropello permanente. Requerimos moderación en nuestras actitudes, así como llevar a buen término el estricto cumplimiento de las normas aplicables del derecho internacional humanitario. Con demasiada frecuencia, prevalecen en nuestra vida contiendas absurdas que nos dejan sin aliento. Deberíamos cambiar de orientación, y ponernos en disposición de entendernos. Rectificar es de sabios. Lo importante es tomar nuevos aires y tener otra mentalidad más armónica en cuanto a sembrar amor y compartir abrazos. Hay que salir de este ocaso renovados de espíritu e interrogándose a la vez, cada cual consigo mismo, pues esta atmósfera enfermiza nos destruye como humanidad.
Jamás podremos desligarnos unos de otros, por muchas piedras que nos lancemos cada día; de ahí, lo trascedente que es la siembra de un espíritu renovado y fecundo. Batallemos por ese bien colectivo, por esa bondad confluente de pulsos, por abrirnos a la vida y acrecentar el vigor sumando fuerzas, que es lo que realmente nos impedirá hundirnos. Si con la pandemia hemos descubierto nuestro espíritu frágil, tanto personal como social, también con las guerras somos nada y el único medio de vencerlas es evitarlas. Pongamos, en consecuencia, todo el empeño en extirpar lo maligno del camino, batallemos contra lo que nos separa, cultivemos los encuentros reales, la comunicación entre miradas, practicando la mano extendida con el corazón expuesto a saborear el natural verso que se esconde tras la entrega entre análogos. Indudablemente, nadie se recupera si no se renueva. En la transformación está el verdadero progreso, el de la quietud. Algo que tampoco nos viene dado, sino que hay que trabajarlo cada amanecer. Lo que no es curativo ni caritativo es saltarse todo ese espíritu innato de concordia, cometer terribles abusos de los derechos humanos y causar un sufrimiento humano masivo, sin inmutarse.
Un corazón en paz es nuestra mayor riqueza; y es lo que verdaderamente nos armoniza el cielo con la tierra, lo que nos hace avanzar hacia esa familia humana que todos demandamos como el instante preciso del gozo. No ensombrezcamos la buena estrella que todos llevamos por dentro. Dejémonos iluminar por ella y cosecharemos otros frutos más esperanzadores, repletos de buen hacer y mejor obrar. A propósito, recuerdo las acciones de ese personal de las Naciones Unidas, en guardia siempre, dispuesto a trabajar por los principios humanitarios de neutralidad, imparcialidad, humanidad e independencia. Bravo por ellos. Ojalá todos tuviésemos su abecedario como vocablo de nuestras actuaciones. Precisamos ponernos en acción, reaccionar para vencer nuestras distintivas miserias antes de que sea demasiado tarde y nos alcance la muerte. No somos eternos, debemos recordar cada aurora que nuestra vida sobre la tierra tiene un límite, y que el mejor soplo de evolución parte por escucharse y por devolver a la existencia, la lustración de nuestros propios latidos poéticos en brindis.
Regresemos, pues, a la mística. Retomemos el itinerario de alianzas antes de que nos ahogue el fuego de las armas. Me niego a que me acorrale la sinrazón. Fomentemos el diálogo e instauremos la innovación generacional de asistirnos y salvaguardarnos de los odios y venganzas. La ciudadanía como tal, ha de regresar a lo auténtico de la palabra, ha de conjugar las expresiones de aliento para secar la multitud de lágrimas inocentes vertidas en los últimos años, y al final ha de fusionarse sin traumas, porque la recuperación surge de unirse y reunirse, de hacerse y rehacerse, mientras entramos en un clima de sosiego y esperanza. Sólo así el espíritu armónico se fortalece, la búsqueda de la verdad se consolida y la solidaridad entre análogos se hace un estilo de vida, abandonando todas las disputas, haciendo del amor el más sublime de los versos, espacio que nos traspasa los oídos de entusiasmo. Nos vendrá bien para superar las tensiones y las diversas crisis que nublan el horizonte internacional, para reforzar esa cercanía de alma entre ciudadanos y abrirse a una concepción verdaderamente universal que nos fraternice. DIARIO Bahía de Cádiz