Repudio a los que se apoderan del poder y que, en lugar de servir al bien colectivo, comercializan con los débiles, hasta vender su alma al diablo. Su enfermiza autoridad imprime un inmanentismo absurdo y de disfraz, que nos roba nuestra propia e innata misión serena y creativa. Debiéramos, por tanto, saber discernir, dilucidar nuestra distintiva historia, dejándonos observar. Es menester interrogarnos, para caer en la cuenta de que no hay verso sin verdad, ni poética sin verbo, y que para reconocer la autenticidad de nuestro corazón, hemos de transformar nuestro abecedario, ante todo para no rehuir del encuentro con el semejante, así como para no menospreciar la recíproca donación a la que todos hemos de estar abiertos. Hoy más que nunca se requiere de ese empuje consolador, de esa mano tendida (y extendida) para seguir adelante. El crecimiento de los conflictos, junto a la tremenda desigualdad y la burla a los derechos humanos, nos están deshumanizando como jamás. Sin duda, ante esta bochornosa realidad cavernícola, hemos de poner en nuestro diario de vida, sintonías más solidarias, lo que ha de conllevar otro estilo de vida muy distinto al actual, ya que lo armónico nos exige destrezas más efectivas y sensibilidades más níveas.
Será buen comienzo, regresar al deber de todo poder, que no ha de ser otro, que el de ponerse a disposición de aquellos que nos piden auxilio. A veces son tan fuertes y mezquinas las ideologías que derrochan energías en actitudes inhumanas, con una frialdad que nos dejan sin sentimiento alguno, llegando a desentenderse de sí mismos. Para desgracia nuestra, o sea de toda la humanidad, hay una corriente de políticas aislacionistas verdaderamente preocupante, disuadiendo que los avances y beneficios lleguen a manos de todos. Ya está bien de que ese mundo elitista y privilegiado, margine y no aborde esos desequilibrios mundiales, que impiden realzar esa vociferada inclusión, a la que le falta siempre horizonte y entusiasmo.
Determinados gobiernos tampoco prestan demasiada atención a la equidad económica entre los ciudadanos y, sobre todo, a la hora de proteger a los más desvalidos. Asimismo, se necesita un esfuerzo verdaderamente internacional para reducir este espíritu corrupto, que socava la confianza en los líderes de tantos países. Sea como fuere, hay mucho poder en el mundo que nos aplasta en lugar de socorrernos, que nos ahoga en vez de liberarnos, que nos ata y nos inmoviliza. Al fin y al cabo, como bien exponía el inolvidable novelista francés, Víctor Hugo (1802-1885), en su época: “No hay más que un poder: la conciencia al servicio de la justicia; no hay más que una gloria: el genio, el servicio de la verdad”. Justamente, a lo mejor tenemos que activar la naturalidad de nuestras acciones, aunque esto nos desdiga la doctrina que nos han injertado, impidiéndonos en muchas ocasiones tener tiempo para pensar por nosotros mismos. En cualquier caso, es público y notorio que las convicciones suelen separarnos, mientras que los sueños y el propio dolor acostumbran a unirnos. Tengámoslo en cuenta.
Por otra parte, quizás debamos despertar de ciertas visiones, al menos para que se aminoren las pesadillas. Llevar una mochila de desengaños, cansa a cualquiera y resiente al mejor soñador. No obstante, comprendo que no sea fácil transitar por esa vida tan injusta en oportunidades, pero tenemos que remontar nuestras propias miserias si en verdad no queremos convertirnos en marionetas a merced de las tendencias actuales, crecidas por el odio y la venganza. Para empezar, siempre hay que tener el valor de moverse por la certeza, y la valía de reconocer en el otro, parte de nuestro poema. Por eso, es vital decir no a la guerra entre nosotros. Estamos en idéntico camino y el horizonte a abrazar es el mismo. No tiene sentido, pues, enfrentarse; sino acogerse.
De igual modo, nadie tiene autoridad sobre otra a efectos de explotación; sin embargo, sí que tenemos la imperiosa necesidad de hacer justicia. Son muchos los Estados que han usado el acceso a la ciudadanía y la condición de inmigrante como un instrumento de discriminación para denegar a las minorías los derechos humanos. Continuamente, la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, imprime datos al respecto francamente desoladores; unas cifras que son realmente conmovedoras y que, lejos de decrecer, continúan haciendo referencia permanente de avasallamiento del ser humano. Ojalá aprendamos a ser fuertes, no violentos, a cultivar la poética del alma, en la que no hay simulaciones, sino entrega coherente entre lo que mostramos y lo que vivimos interiormente. Y esta sinceridad, precisamente, es la que concuerda con esa mística persuasiva que nos injerta paz y nos ilumina los ojos. Quién lo ha vivido, sabe de qué estoy hablando. El gozo es difícil de poder expresarlo con palabras. DIARIO Bahía de Cádiz