“La salud es el verso que da belleza a toda la poética de la vida”
Aplaudo la labor de esas gentes que utilizan las redes sociales para concienciar a sus análogos de ese espíritu de cercanía responsable, haciendo un llamamiento a la población para que se mantengan en casa, concibiendo familia, aportando ideas de cocina, manualidades, cursos, lecturas o cualquier otra ingeniosa idea, pues aparte de evitar la propagación del coronavirus que tanto nos está afectando a toda la humanidad, también están contribuyendo a una cohesión esperanzadora que verdaderamente nos transforma, como en su tiempo el deseo de seguir a Jesús, hizo espigar la admiración de esa multitud de seguidores. Era tan clara su autoridad, que la muchedumbre gozaba con esto, sabía distinguir. Dejaba sin pregón a los cuentistas que sembraban falsedades en sus diálogos o hacían trampas con sus acciones. Junto a Él, su palabra se hacía vida, agitaba cuerpos, pero reposaban las mentes.
Precisamente, si ahondamos un poco más en esta visión bíblica, el evangelista Lucas señala cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos y los oprimidos. Prosiguiendo con esta dinámica actual, podríamos nombrar este hecho como de “acción preferente inclusiva”, que hoy podemos extender a esas últimas campañas de la Organización Mundial de la Salud, entregadas a fomentar que la sanidad llegue a todos los rincones del planeta, posibilitando que los seres humanos, sin distinción alguna, puedan tener la atención sanitaria debida, al menos cuando la necesiten en el seno de su comunidad, que no tengan que desplazarse largas distancias para obtenerla y que sea asequible para las familias.
En el año 1948, la Asamblea Mundial de la Salud proclamó el 7 de abril como fecha para conmemorar la fundación de su patronato y, sobre todo, con el empeño de crear conciencia sobre las enfermedades mortales planetarias, creando hábitos sanos en las personas, y así poder ser los primeros en auxilio y donación, como esas manos compasivas del Buen Samaritano, siempre dispuestas a compadecerse de los demás. Tengamos en cuenta, que la salud es el verso que da belleza a toda la poética de la vida, lo que nos exige estar siempre en alerta y en forma, despertar con el romper del alba y ser persona responsable.
Quizás, en este tiempo de reclusión y reflexión que nos insta esta santa semana a conocernos más y mejor, podremos ver en nuestra propia cruz de cada día, todas las cruces del mundo; la cruz de tantas almas necesitadas de amor y pan, la cruz de las personas solas y abandonadas incluso por sus propios hijos y familiares; la cruz de los pueblos sedientos de justicia y quietud; la cruz de aquellos seres humanos que no tienen consuelo de nadie; la cruz de tanta muchedumbre en soledad que se hallan con todas las puertas cerradas y con mil corazones brindados; la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia, con el peso de la losa destructiva de no tener hogar que les quiera realmente; la cruz de nuestra casa común que se marchita y se destruye cada día ante nuestros ojos egoístas y ciegos por la codicia y el poder; la cruz, siempre la cruz con nosotros; ojalá esta semana santa se reavive el anhelo de esa victoria definitiva, contra todo mal y toda muerte.
Pensemos en que la capacidad de afán y desvelo, también es un símbolo de robustez anímica. Sin duda, lo significativo es que no abandonemos lo que de verdad ha de importarnos, estar permanentemente de servicio en favor de la vida, de toda vida por insignificante que nos parezca. A propósito, el Papa Francisco en el domingo 5 de abril, asegura que Dios nos salvó “sirviéndonos” y nos sirvió “dando su vida por nosotros” porque “Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio”. Por eso, ahora que tal vez tengamos más tiempo, podamos interrogarnos y activar otros caminos más conciliadores de unidad. Lo peor que nos puede pasar es caer en el desánimo.
No perdamos jamás nuestro inherente entusiasmo, sería como dejarse abandonar de nuestra innata salud espiritual. El Pontífice es claro en su orientación, pide que estos días en casa “nos pongamos ante el Crucificado y pidamos la gracia de vivir para servir”, también que “contactemos con el que sufre, el que está solo y necesitado”. La atmósfera no puede ser más propicia, además este 2020 designado Año Internacional del Personal de Enfermería y de Partería, el Día Mundial de la Salud se centrará, como no podía ser de otra manera, en la situación actual de sus profesionales, siempre en guardia y con una sonrisa de confianza en los labios. En consecuencia, hemos de admirar y fortalecer su humanidad. Esto es fundamental para poder avanzar en esa universalización de la cobertura sanitaria universal, con avanzados servicios de salud integrados y centrados en la persona, que es lo que realmente debe preocuparnos y ocuparnos a todos los seres humanos. Más pronto que tarde, todos necesitamos de todos. Sin salud no seremos felices. Aprendámoslo. DIARIO Bahía de Cáriz