“Uno antes ha de ser corazón para poder hacer camino”.
Me gusta esa población activa dispuesta a hacer lo que predica, a tomar conciencia de que la cuestión social se ha globalizado, lo que nos exige movilizarnos y pasar a la congruente acción responsable. Se me ocurre pensar en esos jóvenes argentinos, congregados para frenar y mitigar las secuelas del cambio climático. Cuentan para ello, con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que les ofrece un espacio para que se formen e informen, puedan buscar soluciones conjuntas entre todos los moradores del mundo, y sus mensajes puedan trascender a través de canales de acción adecuados. Ahora bien, no es igual predicar que dar trigo, además sabiendo que el principio de la educación es instruir con el ejemplo, nos conviene ampliar los horizontes y comprometernos con ser honestos y razonables en nuestras actuaciones.
Es público y palpable, en cualquier caso, que las diversas situaciones mundiales son algo más que un reclamo, y en este sentido, hay muchos jóvenes y no tan jóvenes, con deseos de involucrarse en cuestiones injustas, pues saben que el avance de la especie, nos obliga a responder con amor al llamamiento de tantas poblaciones excluidas. Nada se puede llevar a buen término sino es con la fuerza de la generosidad. La población se ha mundializado, pero también ha crecido en desigualdades. Sólo hay que adentrarse en un reciente estudio a nivel general elaborado por el departamento de estadística de la Organización Internacional del Trabajo, con datos de 189 países, donde se constata la gran disparidad de salarios que reciben los trabajadores. Téngase en cuenta, que aquello que unos ganan en un año, otros necesitan trescientos. Con estas diferencias no se puede asegurar la inserción en este inmaculado globo al que toda sociedad aspira.
Ciertamente, la inmensa mayoría de los trabajadores, son personas que subsisten con un salario notablemente bajo y para muchos tener un empleo no significa ganar lo suficiente para vivir. Junto a esta divergencia de ingresos que continua siendo un problema extendido en el ámbito laboral, y que repercute en una población que desea verse libre de toda miseria, con una ocupación estable y segura, hemos de reconocer que la irresponsabilidad de algunos gobiernos es tan manifiesta, que buena parte de la gente ha perdido el sentido de sus actos y la dirección de su futuro. Ante estas bochornosas situaciones, uno tiene que hacerse valer para poder hacer algo, no puede permanecer en la pasividad, tiene que avivarse, encontrar el espíritu de familia entre continentes, para contribuir a otro espacio más abierto y justo, sin tantas fronteras, ni frentes, entre vecindarios. Aprendamos a cohabitar. En consecuencia, uno antes ha de ser corazón para poder hacer camino.
Se me ocurre pensar en el referente de la Unión Europea, que nace como alianza desde la diversidad, uniendo diferencias, trabajando en común, cada cual con sus haciendas y sus talentos. Es una gratificante realidad que persiste y nos ilumina. Desde luego, puede ser un buen comienzo el de escucharse, al menos para que los conflictos se cambien por el diálogo. En definitiva, que lo que ha de contar entre la ciudadanía no es únicamente el crecimiento económico, sino también que la persona crezca en valores, en benevolencia, en deber personal y comunitario, pues la acción que han de emprender las nuevas generaciones, no es tanto de sermonear como el de hacer por lo demás, que al fin ha de ser como hacerlo para sí. Pongamos, por tanto, analogía entre lo que decimos y hacemos, contribuirá a un orbe más equitativo para todos. Por consiguiente, nos corresponde a todo el linaje ciudadano, discernir el camino para la cimentación de un renovado planeta, donde todo ser humano cuente por lo que es, una vida en permanente cambio, ya que hasta este preciso momento, mal que nos pese, el progreso de unos pocos privilegiados ha sido un obstáculo para el desarrollo de los otros.
En verdad demos asistencia a los débiles. Olvidemos el limosnearnos. Hagamos lo posible, y también lo imposible, para que todos podamos vivir sin recibir donativos. El territorio de la falsedad no tiene sentido. Hay un deber de solidaridad que nos fraterniza. Hagámoslo hoy, no esperemos a mañana. No es cuestión de hacer más programas, sino de dignificarnos como especie, y de consolidar los estados sociales, de promover el desarrollo entre análogos, y de prestar asistencia humanitaria a esas personas necesitadas, porque podemos ser cualquiera de nosotros. Dejemos a los pueblos, en definitiva, repoblarse de abrazos y abracémonos como los árboles, siempre dándose aire e injertando savia nueva. DIARIO Bahía de Cádiz