La vida no se ha hecho para malgastarla, sino para administrarla y protegerla. Ha llegado el momento de que gestionemos juntos aquello que nos pertenece por igual. Y en este sentido, debido a las potestades que le confieren la Carta y su singular carácter internacional, las Naciones Unidas, han de tomar medidas sobre los problemas que enfrenta la humanidad en el siglo actual, tales como la paz y la seguridad, el cambio climático, el desarrollo sostenible, los derechos humanos, el desarme, el terrorismo, las emergencias humanitarias y de salud, la igualdad de género, la gobernanza democrática, la producción de alimentos, entre otros asuntos. Ténganse en cuenta que también facilita el diálogo tan necesario para que los gobiernos puedan hallar puntos de encuentros y ámbitos de acuerdo, a través de sus foros en la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, u otros órganos y comisiones. Por otra parte, confiemos en que la Agenda 2030 se acerque a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya que considero vital que el mundo se hermane, y no puede hacerlo si no es con una globalización del mundo más justa. Sabemos que cualquier adelanto que se evalúe de ser progreso, lo será en la medida que sea inclusivo y sostenible. De lo contrario, seguirá cohabitando la desigualdad entre conflictos, de una parte los moradores privilegiados frente a otros que permanecerán ignorados.
Está visto, que el recurso a las armas para dirimir las controversias ya no sirve, la custodia de toda vida requiere de otros lenguajes más puros, más del alma y de la donación, ya que comienza con la autosatisfacción de cada ser humano. Igualmente, la Unión Europea o la misma Unión Africana, son esenciales para hacer frente a los impresionantes retos que hoy nos amenazan a todo el planeta. Lo mismo sucede con América Latina, el Caribe y la Zona Euro. Lo importante de todas estas organizaciones internacionales es que permitan a los países unirse y reunirse, reflexionar conjuntamente, sobre algo tan vital e histórico, como vivir y dejar vivir. Lo verdaderamente cruel es que en lugar de construir sociedades cohesionadas, edifiquemos familias divididas. Solo haciéndonos piña podremos aminorar las tensiones entre nosotros y recobrar esa unidad que todos nos merecemos. Sentirnos acogidos es lo que realmente nos inspira ese espíritu conciliador, de ponernos en acción todos a una, para caminar reagrupados, sin exclusión alguna.
Pensemos en esa juventud que no tiene trabajo, los hemos dejado inservibles. Nuestra sociedad tecnológica los entretiene con mil inventos para mantenerlos distraídos, multiplicando al infinito las ocasiones del disfrute, que luego resulta que no son gozosas. El placer se disipa en nada. Muchas cosas, muchas comodidades, ¿pero dónde está la realización de la persona como colectivo? Lo decía hace unos días el Secretario General de la ONU, António Guterres: “El desempleo juvenil en algunas partes del mundo es uno de los problemas más graves y facilita el trabajo de las organizaciones terroristas para reclutar a personas que no tienen un futuro”. A los hechos me remito. En base a entrevistas con 495 reclutas voluntarios de organizaciones extremistas como Al-Shabaab y Boko Haram, el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrolla (PNUD) asegura además que la violencia y el abuso de poder son los motivos claves para que los jóvenes tomen la decisión final de ensamblarse a estos grupos extremistas. Necesitamos, por consiguiente, ser capaces de mirar con otros ojos a nuestros análogos, y con esta mirada renovada, que nace del reencuentro de culturas con el entorno, iniciar un cambio real de actitudes, incluso mudando de aires para que mejoren nuestros latidos de acercamiento con nuestros semejantes.
En cualquier caso, no podemos permanecer tan fríos en esta marcha hacia la locura, con el veneno de la mentira en los labios, puesto que el desafío mayor que hoy tiene la humanidad precisamente radica en ese endiosamiento individual que nos impide hacer comunidad, hacer mundo, hacer universo en definitiva. Tenemos que abajarnos y pensar que juntos somos más fuertes. La vicesecretaria general de la ONU, Amina Mohammed, nos acaba de advertir que lo tenemos todo para poder avanzar todos a una, subrayando que “la Agenda 2030 es la mejor herramienta que tiene la comunidad internacional para lograr un mundo más próspero y pacífico”. A propósito, apuntó: “Es relevante para todos los países, todas las personas y le pertenece a todos. Su éxito depende de la participación activa de todos y lo que quiero pedirles es que permanezcan involucrados con este proceso para mantener la ambición alta, y que trabajen con nosotros para hacer de este planeta un lugar mejor”. Sin duda, hoy más que nunca nos hacen falta guías, referentes y referencias, que pongan en valor los valores de libertad y respeto por los derechos humanos, para que al fin se consideren en todo lugar. La creación de sociedades dispuestas a sobreponerse antes situaciones límites, pueden ayudarnos a mantener tanto el Estado de derecho, como el curso de la vida, mediante acuerdos armónicos que nos reintegren a una existencia más dignificada, empezando por la eliminación de toda bravura y la reducción del uso de sustancias que agotan el ozono, contribuyendo de este modo a preservar la vida en el planeta.
En ese custodiar existencial, nada de este mundo ha de resultarnos despreciativo. Todo tiene su misión. También la gestión sostenible del medio ambiente y de los recursos naturales es fundamental, tanto para el crecimiento humanístico como para el bienestar humano. Por ello, está bien eso de trazar estrategias, como la activada por el Grupo del Banco Mundial (2012-2022), que establece una ambiciosa agenda para apoyar los caminos “verdes, limpios y resistentes” para los países en desarrollo, a medida que persiguen la reducción de la pobreza y del desarrollo en un entorno cada vez más frágil. “Verde” se refiere a un mundo en el que los recursos naturales, incluidos los océanos, las tierras y los bosques, se gestionan y conservan de manera sostenible para mejorar los medios de subsistencia y garantizar la seguridad alimentaria. “Limpio” se describe un planeta de baja contaminación y bajo nivel de emisiones en el cual un aire, agua y océanos más limpios permiten a las personas llevar vidas saludables y productivas. “Resistente” significa estar preparado para los choques y adaptarse eficazmente al cambio climático. En consecuencia, si los efectos de la degradación ambiental nos están dejando sin fuerzas, también el derecho a vivir y a ser feliz se nos pone en entredicho por nuestras maneras absurdas de coexistir.
Sea como fuere, hay que repensar en un mundo diferente, con gobiernos auténticos al servicio de toda la humanidad, para que nos alienten al cambio, ante la multitud de vicios autodestructivos. Hace falta reorientar el rumbo en un mundo interconectado. Esto requiere de una voluntad de acción permanente y de un constante compromiso para proteger la vida, dejándola vivir entrelazados, pues hasta el mismo destino universal de los bienes, nos instan a no privilegiar a nadie. Por ello, es suficiente ver la realidad para comprender que es esencial activar la exigencia moral del principio del bien colectivo. De ahí, la importancia de asegurarnos de que todos los países se comprometen con lo que firman. La irresponsabilidad de algunos líderes es manifiesta y esto no se puede consentir, máxime cuando ponemos en cuestión la calidad de vida de una población en la cual nos necesitamos unos a otros; sin obviar que son las relaciones con las personas lo que nos da sentido a vivir y a desvivirnos por los demás. Hagamos, por tanto, recuento de lo vivido. Por algo se empieza a tomar conciencia. Además, si nuestra meta es hallarse y donarnos para qué tanta avaricia que nos excluye del sosiego. Desde luego, resulta detestable este despilfarro de necedad. La estupidez nos aborrega. Lo refrendo. DIARIO Bahía de Cádiz