Mi padre era un hombre bueno, no como yo, que siempre he sido un poco cabroncete. Nació en los años 50, periodo que muchos historiadores coinciden en denominar el fin de la posguerra. Él era el hijo mayor de una familia obrera, con ocho hermanos, padre y madre trabajadores, Vicente y Rosario, que vivían en el centro de Cádiz de aquella época.
Eulogio, o Yoyi que le llamaban los suyos, tuvo muchos oficios personales y profesionales, militar, joyero, camarero y albañil, padre, guardián, pintor y chofer, abuelo, empresario, cocinero y tutor. Al igual que la mayoría de la gente de entonces, él era un trabajador incansable, un abuelo excepcional y una mejor persona, sin idearios políticos, más allá de los que erróneamente le consignaba mi madre, y con sus pequeños vicios, que no iban más allá que un cigarrillo y un sentimiento acérrimo de velar por su familia.
Hombre de pocas palabras, peculiaridad que dos de sus tres hijos hemos heredado, se caracterizaba por la fidelidad hacia los suyos, por transmitir su inmenso afecto a través de la mirada y arrastrar el estigma de la nefasta cultura del alcohol, un caballo de Troya contra el que tuvo que batallar toda su vida y que venció en innumerables ocasiones.
“Papá, las cosas han cambiado mucho desde que emprendiste tu viaje hacia la eternidad, hace justo cuatro años, todos estamos bien, los peques son mucho mayores y has ganado un nieto más. Mamá te echa de menos, por día más, aunque sigue protestando como antes de que te fueras.
Ya van faltando algunos, imagino que te los encuentras por ahí, dales un fuerte abrazo a los abuelos, y a mis tíos, no te olvides también de Ana. Quiero que le des las gracias a ‘El Largo’, por haber hecho mía esa pasión suya por leer, dile a abuela que sigo cocinando e intento transmitir su legado de recetas, susúrrale y adviértele también a Pepa, que su hija se está convirtiendo en una calcamonía suya.
Papá, las cosas han cambiado mucho desde que emprendiste tu viaje hacia la eternidad, hace justo cuatro años
He variado algunos de los principios que me enseñaste que, aunque valiosos, tengo adaptar a los tiempos que corren, para que tus nietos apuesten más por sus sueños y no sean esclavos de sus trabajos y obligaciones, cómo lo has sido tú, como lo seguimos siendo nosotros. En cuanto a las creencias, ya sabías que no eran lo mío, sigo depositando toda la fe que tengo en lo que hago, en lo que soy, y en mi peculiar forma de sentir la vida. Continúo practicando la rectitud, la seriedad y el saber estar que me enseñaste, a mi modo, eso sí, aunque debo confesarte que en ocasiones se me va de las manos y no hablo ni en mi casa.
Te mando esta carta certificada hacia el más allá, seguro de que llegará dónde tú estás. Ésta va plagada de palabras que no he escrito, de paréntesis vacíos y de momentos que no puedo plasmar sin derramar más de una lágrima, de recuerdos y de muchos de los abrazos que no nos dimos.
Gracias por estar ahí, por hablar conmigo cada día, por aconsejarme desde tu silencio y por proteger a mi familia desde la distancia. Te quiero”. DIARIO Bahía de Cádiz