En qué lugar se encuentran las palabras silenciosas, esas que revolotean en nuestro pensamiento al acecho de entrar en escena, en el transcurso de una conversación. Palabras y frases omitidas, asentadas en la oscuridad del pensamiento, a la espera de ser auténticas y habitar el espacio que se les prometió, ocupando así una posición de privilegio en la cháchara de la sobremesa.
Palabras mudas, secretas, tímidas y groseras, o palabras de amor, que por soberbia no salen al exterior, pero que en muchas ocasiones permanecen atrapadas en la prisión de nuestro subconsciente durante horas, días y décadas, repitiéndose en bucle en nuestra cabeza, demasiado ciertas para declararlas, demasiado oscuras para enunciarlas sin ton ni son.
Dónde van todos esos “te quiero”, “me gustas” o “¡me voy!”, que se escondieron tras el iris, luchando escondidos, divisando la salida, abriéndose camino por la tráquea hasta la laringe, pero que no provocaron la suficiente vibración vocal, dejando un sabor amargo en el paladar o, por el contrario, esa excitante y culpable sensación de picazón.
¡Gritemos! “¡hasta nunca, ya no te llamaré más!”, en los casos en los que las palabras mudas te obligaron a arrojar un “hasta luego”, acallando así al que sin duda es tu verdadero ser. ¡Chillemos! “¡a tomar por culo!” en esas conversaciones en las que te mantuviste prudente, haciendo uso de la sensatez que practicas con ahínco, pero que te escuece y enmudece tu tremendo pesar. Quéjate, vocifera y berrea un “¡estoy harto!” cuando no puedas más, tal tratamiento psiquiátrico de nuestras madres un sábado por la mañana, al ver que volvimos de trasnochar, y que ahora, todo el mundo se afana en corregirte, por aquello de qué pensarán los demás.
Reivindico el berrinche, el hartazgo y la pataleta, el mosqueo, el disgusto y el tener “to´la cara de un poema”, por qué no, porque sí, porque lo digo yo, el desahogo, una lagrimita “enconá” y un suspiro a mitad de la conversación. Reclamo mi necesidad de protestar, de poner tono a las palabras sordas, de componer la música de mi hartazgo y ponerles melodía a cuantas palabras secretas tenga.
reivindico el berrinche, el hartazgo y la pataleta, el mosqueo, el disgusto y el tener “to´la cara de un poema”, por qué no, porque sí, porque lo digo yo
Ya es hora de vocalizar esas palabras tímidas, esas que se escondieron tras el iris, luchando escondidas, divisando la salida, abriéndose camino por la tráquea hasta la laringe, pero que no provocaron la suficiente vibración vocal, dejando un sabor amargo en el paladar o, por el contrario, esa excitante y culpable sensación de picazón.
¡Y ahora vuelvo! Regreso a este espacio, un lugar en el que hablar, que me cedieron con amabilidad hace un tiempo, a liberar todas esas palabras no escritas durante meses, todas esas frases silenciosas que se han quedado en el tintero y dentro de ser, taciturnas y somnolientas, auténticas, sobre todo, palabras. Nos vemos aquí. DIARIO Bahía de Cádiz Vicente Marrufo