Recuerdo que, cuando era niño, me movía con la imaginación. Pronto me di cuenta, con la ayuda de mis maestros, que no hay mejor buque o avión que un libro para viajar lejos. Siempre tuve la sensación de ser un viajero. Quería viajar hacia las estrellas, sin otra idea que llevarme un cuaderno y un bolígrafo para escribir lo vivido. Así nacieron, por entonces, multitud de fantasías, tanto en verso como en prosa, que activaron mi ánimo por fabular, al tiempo que me recreaba entre lo visible y lo invisible, entre la quimera y la realidad. Con el paso de los años me he dado cuenta que moverse de un lado para otro, aparte de educar, ya que es una forma de aprender, también te enseña a superar miedos, a ser más tolerante, pero para ello también hay que ser buen espectador.
Observar siempre viene bien, al menos para examinar serenamente los nuevos tiempos que cada generación construye por mera revolución innata. En un momento en que el mundo navega entre la congoja y la desesperación, conviene imaginarse otros aires, otras tierras, e inclusive otros mares. En consecuencia, me alegra que el Día Marítimo 2015, que se celebra el 24 de septiembre, incida en el espectro más amplio de la educación y formación marítima, ya no sólo para mantener las ruedas del comercio mundial en marcha, sino para abrir los ojos también del pensamiento. El mar, por su naturaleza, estaría manso si los vientos no lo avivaran. De igual modo, el pueblo estaría pacífico si los oradores trazasen rutas que no agitasen. Pero como esto no es así, requerimos templar el alma desde el conocimiento, sabiendo que ninguna noción puede ir más allá de la experiencia del viaje.
Si importante es el mar para viajar, no menos significativo es cualquier medio terrestre o aéreo. Precisamente, este año 2015, el Día Mundial del Turismo (27 de septiembre), pone de relieve su potencial en beneficio del desarrollo socioeconómico. Sin duda, con más de mil millones de turistas internacionales viajando por el mundo todos los años, este tipo de exploración en movimiento se ha convertido en una poderosa fuerza transformadora, con una influencia decisiva en la vida de millones de ciudadanos. En el momento actual, en el que se advierte una diversificación en los destinos, cualquier lugar del planeta se torna en un lugar de encuentros de culturas y cultos. Con razón, el sector turístico parece como una de las opciones más viables y sostenibles para reducir el nivel de penuria de las áreas más desalentadas. Si se desarrolla adecuadamente, más como encuentro que como negocio, facilitará el desarrollo inclusivo mediante el entendimiento multicultural, pero también elevará la conciencia de las gentes de preservar el patrimonio cultural y natural del paraíso a descubrir.
Ahora que el mundo se dispone a ratificar una nueva agenda de desarrollo sostenible, sería bueno reconocer nuestra capacidad de movimiento en un mundo global, generador de puestos de trabajo, pero igualmente causante de un uso adecuado de los diversos hábitats marinos o terrestres. Por tanto, entiendo que viajar es un buen modo de instruirse, y además un activo fundamental de cooperación en el desarrollo, siempre que dicho turismo se armonice con la comunidad que les acoge, con su medio ambiente, con sus formas tradicionales y culturales, con su patrimonio y sus estilos de vida. Tan sustancial como avivar la cultura de la amabilidad por todas partes, es intensificar el acogimiento de la persona o familia que llega. Un pueblo hospitalario, no sólo deja a los turistas que caminen, procura el encuentro, el respeto y la comprensión mutua. Ahora bien, también hay un mercado libre y amoral que no hace nada, o hace bien poco, por aminorar el vergonzoso turismo sexual, que lo que hace es retrocedernos a servidumbres de otro tiempo.
Efectivamente, hay una cultura consumista que considera a los seres humanos como auténticos objetos de deseo, poniendo de relieve que hay un turismo que nos degrada tanto al turista como a la comunidad que lo acoge. En consecuencia, es preciso hacer todo lo posible para que este tipo de periplo no llegue a ser, en ningún caso, una manera más de explotación o de servilismo, de esclavitud en definitiva, sino que sea la ocasión propicia para un intercambio de experiencias y un diálogo fructífero entre las diversas civilizaciones. En vez de encerrarse cada uno en su propio entorno, es bueno verificar modos de pensar y de vivir diversos. Me refiero a ese turismo solidario, fundado en la participación de todos, lo que facilita la comprensión entre individuos y naciones, y por ende, constituye una oportunidad para realizar un futuro en armonía, a través de la conciliación de sentimientos y de la reconciliación de actitudes. Es verdad que el turismo, por tanto, es algo más que llegar a un destino, tiene un alcance de concurrencia, de ahí la importancia de elegir zonas respetuosas con las personas y su medio.
Desde luego, uno de los mejores legados que podemos dejar a las generaciones futuras, es la cuestión de derribar fronteras y poder viajar de acá para allá, por aquello de converger en las ideas o al menos intercambiar pareceres. Considero, pues, fundamental el desarme y cobijar otra cultura más reconciliada con nuestra propia existencia. Ciertamente, más de la mitad de la población mundial vive en países que poseen armamento nuclear o forman parte de alianzas nucleares. Justamente, el día 26 de septiembre, tenemos una nueva llamada, por parte de Naciones Unidas, al abandono de las armas nucleares, con la celebración de su Día Internacional.
En la actualidad, más de la mitad de la población mundial vive en países que poseen armamento nuclear o forman parte de alianzas nucleares. A pesar de la creciente preocupación mundial por las catastróficas consecuencias del uso de tan solo un arma nuclear -ni que decir tiene las de una guerra nuclear regional o global-, existen unas 17.000 armas nucleares en el mundo. A fecha de 2015, -según Naciones Unidas-, no se ha destruido físicamente ni un solo artefacto nuclear de conformidad con ningún tratado, bilateral o multilateral, y tampoco hay negociaciones en marcha sobre esta cuestión. Sería saludable recapacitar sobre todo esto, y pensar que el mundo ha sido creado, no para ser un campo de batalla, sino para ser recreado por todos los moradores del planeta.
En efecto, deberíamos desarmarnos más y comprendernos mejor. Muchas de las situaciones de violencia que se sufren y se viven a diario tienen su origen en la incomprensión, en la falta de acuerdos, e incluso en el rechazo de los valores y la identidad de las culturas ajenas. Es bueno, por tanto, conocerse, reconocer la identidad de cada persona o grupo, para que la convivencia pueda mejorar. En consecuencia, no sólo es necesario evitar la tentación de encerrarse en un «paraíso feliz», aislándose del resto de la ciudadanía; sino que también hemos de escapar de nuestra posición de privilegio, para poder compartir sus sueños con los nuestros, y así poder frenar luchas innecesarias. Desde luego, el bienestar de unos pocos aventajados en la opulencia no puede conseguirse en detrimento de la calidad de vida de muchos otros. Hay tantas cosas que pueden ser evitables que es hora de la acción, de organizar un mundo para todos y de restaurar la dignidad humana, tan abandonada en ocasiones, sobre todo en los planes de globalización. Viajar, naturalmente, es un modo de hacer para poder rectificar. DIARIO Bahía de Cádiz