Trump se ha enterado que en el Público de Pinar Hondo las hormonas andan alteradas, por eso su mensaje sobre el amor aleteando su rubia cabellera. Es un tío listo porque a la mayoría de las madres se nos engancha el cuello en el agujero de avestruz que es la vida y no nos hemos dado cuenta de que los niños se nos escapan falanges abajo. Fue el día del amor, ya saben, rojos sobre corazones apalabrados y se vislumbraba el amanecer diferente. Camino del colegio, un jubileta bicicleta en ristre, portaba -cual lanza de Quijote- una rosa sin ramo. Debía de estar el buen hombre bien servido en la mesa de la perra de Venus, porque iba sonrisa de payaso con sus muchas canas, envalentonado y presto, sin rumbo fijo con la rosa en la mano.
También era recurrente que la floristería de la esquina estuviera abierta, porque desde los tiempos ancestrales que una dueña pasaba allí media vida, ahora la sucesiva de la sucesiva, que no se ve en todo el día, se había afanado por abrir 24 horas como las gasolineras.
Ya les digo que algo se iba fraguando, pero no me podía imaginar que tanto, porque los solté como siempre hago y me fui a tejerme una vida a base de pasos de ciega. En la recogida ya palpé la diferencia porque Helena me siseó con ojos avispados que a su hermano le habían preguntado si una niña de la clase le gustaba. No paró ahí porque cuando engancha hebra hila rápido no sea que la interlocutora se le escape, así que en poco más del tiempo que tardamos en traspasar la óptica, la tienda de maquillajes, el estanco y el banco, ya me había enterado de que en su clase se habían constituido varias parejas, con reglas y todo, con ositos de peluches traspasados y algunas confidencias.
Desde entonces andan como gallinas decapitadas, todos ellos que no superan los once años, revueltos como las cenas de Nidia la argentina, que se pasa media mañana cabeceando por Pinar Hondo para llegar a la hora de comer y abrir una bolsa de congelados.
No son las cosas del comer sino las vellosidades capilares las que ahora se llevan, pues no hay reunión de madres que merezca la pena que no haga saco de ello, yo la primera, interesándonos por cuándo y cómo se desarrollarán nuestros infantes. Lo mismo no es el amor de Trump sino que nos hacemos gallinejas, deslomadas viandantes por caminos transitados por pasos infantiles que ya ahuecan voces y ennegrecen bigotillos, con mamas incipientes y novietes de tres al cuarto.
Nuestro mundo es tan pequeño que a veces ahoga y otras, sin embargo, nos protege tanto o más que unas cálidas zapatillas de vuelta a casa. Pobre Trump de rubias tintadas canas, estandarizado y sin vellosidades aleatorias, rígido como un Kent al que se le pasaron las uvas, pensando en el amor de niños de once años al lado de su estereotipada hija. DIARIO Bahía de Cádiz