El amor, como moneda, es la más valiosa y misteriosa, que circula por este mundo ingrato. Se deprecia, pierde valor cuando se acapara y no se mueve y adquiere más valor, cuando haces uso de ella.
Hablemos de ello, lo que más une y llena de felicidad al hombre. De los vínculos, familiares, amistades, y trato con nuestros semejantes. Un aglutinante que hace sentirse a los seres humanos, más afines entre sí, estrechando sus relaciones personales amorosas, con otras personas, bien sentimentales, de simple amistad, matrimoniales o extramatrimoniales. Un contacto que lo mismo que produce satisfacción y gozo, de desviarse las relaciones, pueden producir todo lo contrario, amargura y desilusión.
Gozar o padecer del contacto con los demás, fortalece los vínculos afectivos y le dará a la vida, deleite y fortaleza espiritual a la quien ama.
Amor o apego, así se le llama, por el tiempo que empleamos en esas personas que les hacen sentirse, con el paso del tiempo estar mas unidos entre sí. La diferencia, existente entre uno y el otro, es, que el primero, surge, espontáneamente, y valora a la persona por sus dotes materiales o espirituales, de forma desinteresada. El segundo, está basado en la dependencia que se tiene con la persona, a la cual trata que le impide, prescindir de ella, por creerla necesaria y le prodiga cuidados y protección, ya que sin ella, no podría desenvolverse por si mismo. Algo parecido a ese bebé que llora cuando se le quita el chupete y se aferra a él.
Las personas como las esponjas, absorben y sueltan, con mayor o menor dificultad, cantidades muy variables, según el material, del cual estén hechos, de “aquello que absorben”. Por empirismo (experiencia y la práctica) sabemos, al alcance del amor, y la satisfacción que reporta. Y si bien este sentimiento no cala de igual forma, en unos que en otros, por ello, no todos, reaccionan de igual modo.
Comparemos al ser humano, con un vivero; una de esas instalaciones agronómicas, en la cual, se plantan cualquier tipo de semillas. Un lugar, de tierra fértil, bien cuidada y regada para obtener plantas selectas, que al igual que ese niño recién nacido que vive y crece junto a sus padres u otras personas que velan y están pendientes de él, para luego, una vez, haya crecido y madurado, ser trasplantado a un terreno determinado, para que termine de crecer. Aquí, el amor y los cuidados que le deparen, son como el agua y el sol que reciben las plantas. A ese niño, le hará crecer y desarrollar dentro de su ser, la cualidad del amor que muy seguro le transmitirá quien cuida de él, para más tarde, en sus relaciones con los demás, participar en este gran banquete del amor.
La procesión anda por dentro. Personas hay que a pesar de sentir el amor, impiden exteriorizar sus sentimientos de alegría o desconsuelo, por razones varias, bien, porque no desean que otros de su entorno absorban sus penas y las compartan con él, o bien, por motivos de amor propio, orgullo, soberbia o vanidad, prefiere no exteriorizarlos. Manteniendo en silencio, alegrías y sufrimientos. Porque ambas, siempre van unidas, como las espinas y los pétalos de una vistosa flor, si bien, se detesta su agradable y delicioso perfume que de ellas desprenden, a la hora de tocarlas o arrancarlas, muy posible que sus espinas te hieran. DIARIO Bahia de Cádiz