Yo fui fuente una vez, surtidor de líquido amniótico, manantial de vida que fluyendo por mis piernas prologó la tuya. Yo fui el venero que estancado durante años, manó desbordando todo ese sentimiento desconocido que habitaba mi cuerpo.
Inundé cunas, casas, calles, plazas, ciudades, como marea que avanza tratando de explicarse de que recóndito lugar surgía esa fuerza animal, primaria; que apenas dejaba amor en el mundo para nadie más.
Y ahora te tengo aquí a mi lado, dormido, y te recuerdo corriendo escaleras arriba mientras me envías beso tras beso gritando cuanto me quieres. Todas las noches haces la misma comedia, y todas las noches me arrancas una sonrisa del corazón, que queda en duermevela hasta que te despiertas al día siguiente y vuelves a darme un beso, enlazando mi cuello con tus manos, sin siquiera haber abierto aún los ojos.
Cada segundo de tu existencia es un desvelo lleno de amor y de misterio. Son tus ojos, hijos de los míos, los creadores de esta fortaleza invulnerable que conecta cada partícula de mi ser con el tuyo.
Te envuelvo codiciosa, acaparando mi tesoro, para dejarte ir sin que te vayas nunca del todo, reparando tus alas si no he sabido fortalecerlas lo suficiente a la vez que te enseñaba a usarlas. Y aún vuelves una y otra vez a cantarme tu amor en mis oídos, y una y otra vez mi corazón se expande de dicha al retener tanta felicidad.
Tú eres la justificación última de mi existencia, el pago que dejo en la vida por dejarme vivirla: tú eres mi regalo al mundo.
Yo fui fuente una vez, surtidor de líquido amniótico, manantial que fluyendo por mis piernas dio sentido a mi vida. DIARIO Bahía de Cádiz