Los que pertenecemos a la ‘tercera edad’ hemos intentado conseguir un lugar en la tierra donde pernoctamos y, realmente, lo hemos conseguido. Y en ese lugar terrestre-siempre con permiso del enterrador-, disfrutar de un tiempo ilimitado de vacaciones: Se ha despejado para nosotros -los viejos/as- una puerta abierta la esperanza, aunque ésta sea siempre para un período corto de vida.
Por mis muchos años, y cuando estoy aún disfrutando de un tiempo ilimitado de vacaciones (que uno se lo cree, pues soy demasiado optimista…), me viene a la memoria una crisis que vivió un joven, quien abrazó fuertemente a su madre, y no deseaba levantar velas hacia la ciudad, a fin de acabar sus estudios universitarios. “Son efectos del crecimiento, quizá. Posiblemente está dando un estirón. Quizá manías. Es la segunda vez que abandona el domicilio conyugal…”, comentaba su viejo padre. Más tarde fue descubierto el secreto: Había sido testigo de la muerte de un amigo -compañero de estudios-, y descubrió, por primera vez, que…realmente se muere. Y también que… nadie muere dos veces.
Cobijo entre mis pensamientos que ningún padre puede llegar a ser amigo de sus propios descendientes-hijos-aunque estemos en nuestra senectud). Es sencillo tratar de comprender el siguiente razonamiento: La amistad alcanza el grado de complicidad, como todos ya sabemos, más grande entre los mortales. Por tanto: el padre/madre de cualquiera de nosotros, jamás se convertirán en cómplices de sus hijos.
El llegar a ser anciano no tiene por qué convertirse en un camino sombrío, en un trayecto penoso. Pero lo cierto es que, en nuestra civilización actual –por así llamarla, pues en muchas ocasiones damos muestras inequívocas de estar poco civilizados…–, la vejez la estamos transformando en un problema emocional –nubes emocionales vestidas siempre de lutos. Y es que muchas familias tienden a aparcar –como si de coches-chatarra se tratasen–, a sus más queridos seres –viejos– en cualesquiera residencias, donde los sentimientos humanos se transforman en piedras de granitos arcaicas, donde las ilusiones desaparecen todos los días cuando se acuesta la luna. Y esto ocurre cuando las personas mayores saben, mejor que nadie, qué es importante en la vida, qué es accesorio, qué merece la pena hacer o desarrollar, qué amor es el verdadero y cuál es el falso…
A medida que me hago viejo he podido observar que nos estamos volviendo conformistas, y damos por bueno que mucha gente mienta, estafe, robe, difame y niegue…
A medida que me hago viejo, la vida me ha enseñado muchísimas cosas estupendas, y una muy importante: escuchar y saber respetar a los demás, sus ideas, sus sentimientos, amores y desamores: la vida misma que les pertenece son las luces y las sombras que llevamos todos en el interior de nuestros corazones. He tratado de no mentir, aunque uno lo haría en dos casos muy concretos: a) para salvar la vida de un ser humano, y b) para elogiar la belleza de una mujer –parto de la base que para uno existen tan sólo mujeres menos guapas, pues toda mujer tiene su encanto.
“No puedo evitar soñar porque vivir quiere soñar, soñar hasta que despertamos… al renacer de nuestras vidas. Mas en los sueños no hay distinción entre los pobres y los ricos, entre los negros y los blancos, entre los religiosos y los no religiosos, entre los que aman y no son amados…, porque, en definitiva, todos logramos tener sueños que pudieron ser realidad”, se escucha la voz de un poeta, que ayer fue soñador para un pueblo…
Antes los viejos eran personas que representaban la lealtad, la tranquilidad, los buenos modales, la quietud, la paciencia, etc.etc. Podemos observar, y cuando caminamos por la calle…Hoy en día nuestras vestimentas han cambiado, y, cierto es, que en poco o nada nos diferenciamos de los más jóvenes.
Dios, el ‘Dios’ de todas las religiones-islamismo, budismo, catolicismo, judaísmo…-, nos ha creado para crecer, vivir y morir inexorablemente. Se han descubierto nuevos alimentos más adecuados para nuestra salud, nuevos fármacos para mejorar nuestro metabolismo-ya deteriorado por el paso del tiempo-, nuevas convivencias mayores/jóvenes están fomentando que la tercera edad sea una nueva etapa más de nuestras vidas.
Hagamos revivir esa capacidad de amar que todos llevamos dentro, puesto que amar es capacidad de ilusión hacia una persona, de entrega mutua, de compartir penas y alegrías que la vida nos tiene preparadas. Amor, trabajo, cultura: tres premisas compatibles y maravillosas, que dan sentido a una vida –corta o larga–, quizá con un probable nacimiento de un pequeñuelo… De alguna manera, si he de ser sincero, la soledad no es buena para nadie. Cuando Dios creó al hombre, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). Y esto es así.
Volver a enamorarnos-nuestros corazones perezosos por el paso del tiempo, que son el sol de nuestras vidas ya marchitas-, ya que, indudablemente, los mayores también somos seres humanos que poseemos nuestros corazoncitos -que siguen latiendo con lentitud-, pero caminamos despacio, hablamos despacio, comemos despacio… Debemos pasar ‘Del_rosa_al_amarillo’, esto es, de la vitalidad y pasión amorosa juvenil a un status de personas maduras: vida afectiva, segunda actividad, fomento de la cultura, hacer lo que nunca pudimos llevar a la práctica… ¡Ah!, se me olvidaba (¿no lo adivináis?)…, y continuar nuestra vida sexual, un tanto limitada, y quien diga lo contrario miente como un cosaco (pido disculpas a los cosacos), pero relegada al quinto lugar según el orden expuesto de lo que piensa un semejante vuestro, que puede estar equivocado.
“Hoy en día -me comentaba un viejo amigo, con el que tengo la costumbre de tomar café todos los días-, el hombre/mujer tienden a vivir mayor número de años, comenzando a trabajar tardíamente, y jubilándose muchos antes que en tiempos pasados.” Hechos contrastados todos los mañana, tarde y noche por los medios informativos. Y es que en la vejez nos sobra el tiempo, que marcan los relojes, como ‘testigos del tiempo’ que son (tic tac, tic tac). DIARIO Bahía de Cádiz