Hace tiempo que en las clases magistrales de la Universidad, me enseñaron qué es la democracia, la ateniense, la original, ese término en el que hoy se han refugiado la mayoría de los regímenes occidentales cambiándole su significado. Era una política diferente, con participación de todos los ciudadanos en la Asamblea, que tampoco es mi intención explicar detalladamente en esta columna, pero que quiero dejar claro, que era sobre todo razonable.
Y es que en los tiempos en los que corremos creo que la política está anquilosada como cuando la Inquisición quedó desvirtuada en sus fin de existencia, en una sociedad donde existen UNA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS, una sociedad en la que impera una CONSTITUCIÓN por muy mejorable que sea en algunos de sus aspectos, los extremos y las ideas de izquierdas y derechas se han quedado atrás. Las ilusiones marxistas o anarquistas y las ideas más cercanas al fascio italiano, las regidas por el capital y por el neoliberalismo me parecen atemporales y caóticas en mi moral, aunque entendibles sobre todo las últimas en un sistema en el que prima el pecunio por delante de las personas.
Por eso pienso que quizás la política correcta, la verdaderamente democrática, me da igual si organizada en partidos o no, pero con ideales razonables, que busquen el bien común de la sociedad, que sólo tiene que seguir las dos leyes fundamentales que ya he mencionado, es quizás, en estos momentos la más utópica.
Me resulta imposible ver a dos políticos dialogando sin tirarse uno a otro, la palabra oposición para quien no gana las elecciones se toma al pie de la letra, y cada pleno, cada sesión de Congreso, es un toma y daca entre acusaciones de unos y otros cuando no hacen realmente nada por el bien de la comunidad. Nada es consensuado eficazmente, nada es respetado ni consultado, nunca se aceptan propuestas razonables, todo queda en el limbo.
Y en este sin sentido político al que juegan los partidos mayoritarios y minoritarios de mi país, de ver al contrario como el rival a batir, de no confluir debates en pensamientos abiertos, donde no prima la razón sino los intereses particulares o de partido, me veo ante mi derecho al voto… pero… ¿a quién? No quiero un partido totalitario, no quiero mayorías absolutas, quiero gobiernos de la mayoría y no la mayoría de unos pocos, quiero gobiernos que dialoguen con la oposición y oposición que se siente y dialogue, acuerde con el partido que gane las elecciones, quiero que me representen de verdad, que piensen en mí, como en ti, como en todos, cada vez que toman una decisión importante. No quiero populismo barato, quiero realidades, no quiero fanáticos, quiero personas sensatas, no quiero ideales, quiero moral y práctica…
… Y sinceramente dudo mucho que mis ojos algún día vean esa realidad, esa democracia utópica, dudo que impere la RAZÓN. DIARIO Bahía de Cádiz Moisés Camacho