Faltando a mis principios, he cometido dos pecados: comprar a una gran librería por Internet un libro de Planeta.
Se trata de la novela de la periodista Sonsoles Ónega, “Nosotras que lo quisimos todo”. Y es que me llamó la atención que al día siguiente de mantener un tenso debate (que terminó en gintonics con frutos rojos) con unos amigos acerca de conciliación, vida laboral femenina y cuerpo de casa, apareciera una publicación que tratara precisamente sobre el timo de la mujer trabajadora, la gran mentira, la moto que nos vendieron en su día, potentísima, pero sin ruedas.
Todavía no ha llegado el libro a casa, así que no puedo reseñarlo. Pero sé, a ciencia cierta, que la autora me ha pisado la idea (y me da igual parecer engreída), ya que desde hace unos años, concretamente cuatro, vengo acariciando la idea de escribir sobre el tema.
Resulta que Sonsoles Ónega a escribe sobre una mujer brillante de nuestro tiempo, preparada, ambiciosa, que recibe una suculenta oferta de trabajo en Hong Kong. Se lo piensa, claro. Es madre de dos hijos y tiene una vida familiar, una casa, un hogar. Y su marido, dueño, por herencia de una cadena de clínicas dentales, no estará, por supuesto y como está mandado, dispuesto a dejarlo todo y emprender una nueva vida junto a ella, para ELLA pueda cumplir su sueño sin tener que dejar en tierra a la familia.
Sí. Ficción, que no lo es para nada. Y es que seguramente a la mayoría no nos llamará nadie para ofrecernos un puesto alucinante en China, Japón o París. Seguramente no. Pero no hace falta.
Siempre hemos de elegir, renunciar, frustrar quizás las planes para cumplir con otros. O una cosa, u otra. Todo no puede ser.
Y si se quiere, se intenta, se lucha por tenerlo todo, y explotar al máximo nuestras capacidades, caemos en el estrés, el agotamiento, y las noches que no pasamos con nuestros hijos, cuando hemos decidido parirlos, se convierten en la kriptonita de toda superwoman.
Hay voces que gritan razonamientos diferentes, como mi adorado Club de Malasmadres. Hay intentos fallidos de demostrar que sí que es posible cumplir los sueños, y tirar de los años, y criar a los niños. Pero en este país, de momento, cuesta un poco más, y para realizarse como persona, del todo, se ha de nacer menos mujer, o menos madre. No lo sé.
Voy a contar mi vida. Aunque ya deben estar más que acostumbrados.
Afirmo (confirmo) que soy una persona afortunada.
Mujer trabajadora, realizada, emprendedora, y madre (una sola vez, de momento).
No todos pueden celebrar, en estos tiempos, el contar con un trabajo estable, una vida ordenada, más o menos, y sentido para la lucha diaria. Servidora sí. Y créanme que lo celebro.
La cuestión es que a veces llego tarde a la celebración, o la aplazo, directamente, por quitar “un cerro” de plancha, hacer puzzles con mi hija o escamondar a fondo los baños.
No hace mucho, me complacía fabulando que en el armario, sí, ese que se desordena solo, existía al fondo, una puerta secreta, que me llevaba a mi Narnia particular, enfundada en un vestido ajustado de superheroína, dos tallas menos (porque esa es otra, también hay que tener tiempo para ser Elsa (la Pataki, no la de Frozen).
En ese otro mundo paralelo, ya no soy asalariada puteada, sino editora de éxito, yo sola (aunque en lo referente a la soledad, no es ninguna fantasía), autora renombrada, gestora de grandes eventos donde soy capaz de revitalizar la cultura de mi pueblo, compiladora de maravillosos textos que merecen ser publicados, intérprete de ópera en los ratos libres y coordinadora de contenidos de una ambiciosa revista literaria con gran futuro. Allí, nadie me recrimina que dónde saco el tiempo, ni me siento culpable por no ir a todas las presentaciones de libros y exposiciones a las que me invitan mis amigos, eventos varios donde nadie me pregunta que por qué no estoy en casa a la hora de la cena. Allí, más allá de las fronteras de la frustración, algunos me admiran de veras. No hay reproches y enfermar no está mal visto. Y los días tienen 40 horas, y hay tiempo para soñar, trabajar, ser brillante, incluso, y enorme, y es posible descansar, y disfrutar de una siesta en el sofá con un puñado de hijos. Y no nos perdemos nada, y se vive todo, incluso la vida de una misma.
Sigo fabulando. Dándole forma a ideas absurdas. Pero la ropa no se plancha sola, ni los baños se friegan solos y el derecho a la maternidad, solo dura cuatro meses en el mejor de los casos. Y en el garaje se pudre mi moto sin ruedas. DIARIO Bahía de Cádiz