Hoy más que nunca el mundo es una interrelación de conductas y estilos de vida, que nos exige una nueva cooperación entre todos para impulsar lo armónico. A propósito, hace tiempo que vengo reiterando la multiplicación de inútiles batallas, todos ellas interconectadas entre sí, que han de ser corregidas a la mayor brevedad posible. Es hora de poner gobiernos que activen la paz en el planeta, de que los líderes de todos los campos del conocimiento y también de las diversas religiones, confluyan en una estética humana para desterrar de los caminos de la vida a tantos sembradores del terror. Ante esta realidad, es cierto que el diálogo es primordial, sobre todo en el momento de crear las condiciones para que la seguridad de todo ser humano esté a salvo, pero también hace falta, un mayor compromiso con la defensa de los derechos humanos de todas las personas, y no únicamente del mundo privilegiado. De cualquier modo, las palabras sin hechos no sirven para nada, se vuelven sueños; y, los anhelos, cuando no se llevan a buen término, suelen acarrear frustraciones, con la factura de desilusión que esto imprime en las entretelas humanas.
Pongamos por caso, el reiterativo propósito de poner fin a la pobreza, que ha de ser en todas sus manifestaciones y en todo el mundo. No se trata únicamente de saciar su hambre y entregar migajas, es preciso también hacer frente al aluvión de humillaciones y marginalidad que sufren las personas que subsisten en la miseria. Como dice Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, «la pobreza no se mide solamente por la insuficiencia de ingresos; se manifiesta en el acceso restringido a la salud, la educación y otros servicios esenciales y, con demasiada frecuencia, en la denegación o el abuso de otros derechos humanos fundamentales». Por desgracia, cada día hay más población en peligro de volver a recaer en la indigencia en un momento en que hay una desaceleración económica. Esto debiera llevarnos a evaluar el estado de los seres humanos en el planeta, a fin de poder rectificar todo aquello que se considera devaluado, máxime cuando se trata de ciudadanos y de sus condiciones existenciales. De ahí la necesidad de concretar en decisiones valientes renovados impulsos, como puede ser la solidaridad, ya no solo para acallar nuestra conciencia, sino también como un modelo operativo posible avalado por los gobiernos de todos los pueblos.
En efecto, los criterios de gobernabilidad nacional e internacional han de solidarizarse con todo ser humano, habite en el lugar que habite, pues la armonía llega a través de ese espíritu de concordia, que es muy diferente al estilo de vida marcado en épocas pasadas; donde lo fundamental era producir antes que vivir en relación. Todos estamos llamados a colaborar en este cambio de rumbo; todos con idéntica tarea de ser constructores, sabiendo que tenemos que tener una energía naciente nueva ante una realidad distinta a las pasadas. Estoy convencido que trabajaremos en ello, a poco que descubramos lo mucho que nos une a la gran familia de siete mil millones de seres humanos, que cohabitamos en el planeta y que es nuestro único hogar. Por eso, hemos de tener otra mente menos separatista, más acogedora. Al fin y al cabo, convivir es acoger, pensar en el otro, pues cada uno por sí mismo no puede ser el centro de nada. Quizás tengamos que reeducarnos nuevamente para salir de ese mundo de insatisfacción que nos hemos injertado en vena a través de las posesiones, del poder y del caudal de dinero. Nada más absurdo que permanecer embriagados por ese endiosamiento, que aparte de volvernos infelices, acaba con nuestra razón de vida.
Para dolor nuestro somos la antítesis permanente, pasamos de un polo al otro como si nada. Unos lo derrochan todo mientras otros no tienen nada que llevarse a la boca. Parece que no tenemos corazón. O si quieren cognición crítica. Los hechos son los que son. Cinco de cada seis niños menores de dos años a nivel mundial no reciben suficientes alimentos nutritivos para su edad, lo que los priva de la energía que necesitan para su desarrollo físico y sapiente. Cualquier ser vivo se sensibilizaría con los más vulnerables. Realmente, cuesta entender esta pasividad que se ha instalado en la especie humana. Es una sensación de indiferencia, propia de otro reino sin alma. Ahora sabemos que la falta de acceso a agua potable mató a más de trescientos mil niños en 2015. ¿Dónde está ese ánimo responsable de salvar a nuestros propios análogos?. La bandera de la solidaridad debería imponerse como aliento; pues si importante es alimentarse, no menos fundamental es construir atmósferas integradoras, donde todos nos podamos sentir como una piña familiar.
Mucho se habla de los valores eternos de la Carta de las Naciones Unidas, pero no se pasa a la acción, podría ser nuestra guía, pero ha llegado el momento de entendernos todos con todos y de fijar unos criterios básicos acordes con este tiempo de desvalores, donde las vidas humanas apenas valen nada, y así poder salir de este clima de bochorno y falsedades. Hoy nadie está protegido en este mundo de inhumanidades, de discriminaciones permanentes, de desnaturalización del ambiente. Ya me gustaría tener otros ánimos al respecto; pero la cuestión de fondo, es que en cada amanecer hay más corrientes apropiándose de personas, expropiándole su espíritu, dejándole a la intemperie de la selva deshumanizadora como jamás. ¿Para qué saber tanto, si hemos perdido la consideración hacia nosotros mismos y hacia los que nos rodean?. Sabemos que miles de millones de personas dependen del personal humanitario de las Naciones Unidas para recibir asistencia vital para su supervivencia. Pues tampoco es eso. Deberíamos redistribuirnos mejor y repartir más. Y en todo caso, prefiero depender del ser humano como tal, en cualquier sitio y a cualquier hora, para recibir una asistencia más directa, más de cohabitación mutua.
A las personas solo pueden salvarnos las mismas personas. Por consiguiente, eduquémonos en esto: en servir más que en poder, en compartir más que en guardar, en trabajar unidos y no en dividirnos. Fríamente ya estamos conectados con la tecnología, ahora falta copularnos interiormente, con el fuego del afecto. Tal vez sería saludable para todos, poner más coraje colectivo, con una buena ración de tolerancia, para estar a la altura de los nuevos tiempos. Sin duda, la mejor motivación es pensar en ese otro mundo doliente en el que cualquiera de nosotros podríamos estar también, sonreírle con los brazos en abrazo permanente, hermanados con sus lágrimas, sentir su dolor como nuestro y sus penurias como propias. No se trata de vivir unos contra otros. Aquí nadie sobra. Todos somos necesarios e imprescindibles para mejorar nuestro hábitat que es muy extenso y, a la vez, intenso en variedad. Avivemos el encuentro, escuchándonos los unos a los otros. Dejemos converger las culturas, porque nuestro futuro gemina de la convivencia, de vivir juntos, liberados de cualquier odio o venganza. Jamás nos cansemos de repetir que lo armónico es posible, en la medida en que sepamos contribuir con nuestras fuerzas como humanidad, a salvarnos como linaje. Esto sí que es una virtud santa y no la guerra que es tan destructora como cancerígena. DIARIO Bahía de Cádiz