Eso de despertarse y comprobar que es un sueño, que la realidad es otra, y que solo te queda un puño cerrado que no atrapa el caballo de cartón, suele pasar, Antonio Machado lo escribía y Paco Ibáñez lo cantó después. Lo que nos ilusiona cuando dormimos, lo que nos produce ese placer de creernos lo que deseamos, mientras Morfeo nos hace presos, de repente desaparece al amanecer, “que llamamos aurora”.
Caer en la fase del sueño durante la que soñamos como un disco rayado que consigue rayarnos, en los que una y otra vez matamos a alguien cercano, nos caemos por el hueco de un ascensor, o vemos a nuestra santa -o santo- en brazos de otro, o repasar la tabla de multiplicar del siete, y comprobar que el “siete por ocho” no sale… y vuelta a empezar con “el siete por uno, siete”, “siete por dos, catorce”… Sudar como en las mejores noches de agosto, y comprobar cuando el día empieza a clarear que nada es cierto, que solo era eso, un mal sueño.
Otras veces, soñar que esto puede cambiar, que no puede ser que el letargo en el que estamos zambullidos, este letargo que dura ya cuatro años en su fase más aguda, letargo de expolio y vaciado de ideas, puede terminar. Soñar con alamedas grandes, amplias, por las que transita una persona nueva y decidida, que sabe, quiere y puede cambiar las cosas, caminando junto a otras personas hacia el futuro; pero el día despunta, y compruebas que son incapaces de ofrecer ilusión, de construir ese espacio amplio donde todos se sientan, nos sintamos a gusto, y es entonces cuando, como el niño, se da cuenta que el caballo de cartón era soñado, se pone serio y amenaza con no volver a soñar.
Cada vez estoy más convencido de que no es bueno soñar, que entre monstruos y esperanzas se pasa la noche, pero que el día nos devuelve a nuestra propia realidad cuando comprobamos que estos solo nos sirven para no dejarnos dormir en paz; o será, como se sabe, que esto de cumplir años y años nos hace dormir menos y peor, soñar más, aunque al final nos cueste creernos nuestros propios sueños cuando despertamos.
Pero al final los sueños, la realidad, los deseos y anhelos están ahí, cada uno tenemos los nuestros, como tenemos nuestros miedos y nuestras esperanzas, pero es peligroso mezclarlos, no diferenciar el momento de cada uno y mezclarlos. Corremos el peligro, también la oportunidad, de permanecer en un continuado estado de duermevela, soñando, aunque no sea en una cama o encima de un sofá, aunque sea de pie y andando por ahí.
El que está despierto, vive y habla,
y el que duerme sólo sueña,
bonita morena;
quien sueña no gana nada
y después se desengaña.
(Per Mallorca. J.M. Serrat) DIARIO Bahía de Cádiz