No ha necesitado mucho tiempo la señora Ada Colau en demostrar la larga distancia que media entre actuar de agitadora profesional, de participar en algaradas callejeras para protestar contra la instituciones y buscando el aplauso de los que sólo creen en las doctrinas anarquistas y antisistemas y, el pasar a ocupar uno de los cargos de más responsabilidad, más complicados y que requieren una mayor preparación y una dotes especiales, como es el de asumir la alcaldía de la ciudad de Barcelona. Pronto han salido a relucir sus carencias, su desconocimiento absoluto de lo que representa la función pública y su bisoñez al confundir sus deberes como alcaldesa de la ciudad condal y el ejercicio de sus antiguas ideologías antisistema, contrarias al cumplimiento de la legislación vigente; algo que, al más simple de los mortales, le resulta imposible de entender que se pueda compaginar.
Si hay una actividad que le haya dado rendimientos a Barcelona, al menos durante los últimos años de la crisis, ha sido, sin duda alguna, el progresivo desarrollo de su industria turística y la repercusión que ha tenido ésta en los comercios, restaurantes, tiendas de recuerdos, espectáculos y demás tiendas y comercios de la capital catalana, que han visto como, los ingresos procedentes de los visitantes extranjeros, les ayudaban a superar la crisis y a crear una industria floreciente relacionada con la llegada de toda clase de extranjeros, ansiosos de pasar unos días de asueto disfrutando de los alicientes que les ofrecía la “hospitalaria” ciudad catalana. Pero los españoles y, en este caso los catalanes, parece que, como hemos venido demostrando durante los últimos años, cuando algo funciona, cuando las cosas van bien o existen perspectivas de que mejoren es cuando deciden actuar en contra de toda lógica, destruir aquello que funciona y darse con la cabeza, como toros enfurecidos y cegados por la furia, contra el muro de hormigón de la cretinez, el desvarío, el masoquismo y la cerrazón mental; echando a perder todo aquello que, en muchas ocasiones, les ha llevado años construir.
Durante mucho tiempo, los touroperadores que han venido operando en nuestra ciudad, han hecho de mangas capirotes para conseguir atraer al puerto de Barcelona los grandes transatlánticos de las distintas compañías dedicadas a los viajes de recreo, para que recalen, en sus rutas programadas, en el puerto, magnífico puerto por cierto, de la ciudad Condal. Sin duda que el éxito ha colmado sus esfuerzos, porque cada año, desde hace ya bastantes, van llegando un mayor número de turistas, embarcados en los grandes cruceros que los transportan a través de las rutas marítimas, haciendo escala en Barcelona, donde desembarcan para visitarla y dejar un buen número de millones de euros en beneficio de la ciudad. Cientos de miles de turistas arriban cada día, especialmente en esta temporada veraniega, para hospedarse, recorrer, hacer uso de los restaurantes y frecuentar los locales de diversión, en una variopinta y alegre muchedumbre, que ha permitido que los empresarios hoteleros que trabajan en esta ciudad hayan invertido el dinero en la construcción de nuevos establecimientos hoteleros, algunos de alto standing, donde se pueden alojar aquellos clientes con mayor poder adquisitivo.
No obstante, desde que las últimas elecciones dieron paso a los grupos radicales, los apoyados por el grupo comunista bolivariano de Podemos, tales como Barcelona en Comú de la actual alcaldesa, señora Ada Colau, da la sensación de que cualquier decisión sensata, cualquier acto meditado o cualquier solución positiva, por parte de los nuevos gobernantes, han quedado agostadas y lo único que surge de la alcaldesa y sus ediles son una serie de despropósitos, inseguridades, improvisaciones y barbaridades que, de seguir por este camino, no tardarán en convertir nuestra ciudad en un campamento de okupas, antisistemas, rateros, progres desocupados y vividores, que la transformarán en un lugar al que nadie quiera venir, ni habrá persona en sus cabales que piense en invertir su dinero en ella.
El hecho de que, en algunos barrios de la ciudad, los propietarios pensaran en sacarse unos euros alquilando habitaciones a los turistas, ha encendido un mecha que, inmediatamente, ha sido aprovechada por quienes pretenden ser los dueños y dirigentes de las vidas ajenas, para montar un pollo de cuidado. El cáncer de Barcelona es que el Ayuntamiento, para evitarse complicaciones, ha promocionado las asociaciones de vecinos a las que, aparte de subvencionarlas (con nuestros dineros) les ha dado un poder que no ha hecho más que añadir, a los funcionarios y ediles del ayuntamiento, una serie de “reyezuelos”, léase o “presidentes de comunidades de vecinos” que no hacen más que incordiar y crear problemas que acaban por trasladarse a las autoridades municipales. Unos pocos turistas borrachos causaron problemas y el Ayuntamiento tuvo que intervenir incurriendo en el error de querer negociar su solución con los vecinos, una labor imposible porque cada ciudadano tiene una idea distinta de cómo enfocar el problema. Los agitadores de siempre, entre ellos Ada Colau, intervinieron y aprovecharon el disgusto para atacar el “exceso” de presencia de turistas en Barcelona.
“Tourist go home”, “turistas odiosos y borrachos”, “refugees you ar welcome”, “BCN is not a theam park”, son, entre otras, las inscripciones que los turistas que nos visitan tienen que ver en las paredes cercanas al Parque Guell, en el barrio de Gracia, en los vagones del Metro, etc. Se habla del rechazo a los turistas y se reciben “de mil amores” a los refugiados, sin papeles que cada vez se hacen notar más en las calles de la ciudad. Como es evidente, no han tardado los de la prensa extranjera en tomar nota e iniciar su particular campaña de desprestigio para desanimar a que vengan a visitar la ciudad los ciudadanos de sus países, informándoles de que no van a ser bien recibidos. Títulos de un documental como “Bye, bye Barcelona”, de YouTube o “La alcaldesa de Barcelona a los turistas: marchaos” es el título con el que Bloomberg encabeza un reportaje sobre este tema.
Pues bien, por si fuera poco este ambiente de declarada hostilidad a quienes vienen a dejar sus divisas en los comercios y hoteles catalanes; ha sido la propia alcaldesa, Ada Colau; la que, olvidándose de que ya no es una agitadora profesional, sino que está al frente de una de las alcaldías más importantes de España; ha contribuido a crear, si cabe, más confusión ( por si fuera poca la que armó con la moratoria a la puesta en marcha de más hoteles algo que repercutirá en enviar que se creen más de 13.000 nuevos empleos, con un coste previsto para Barcelona de 1.400 millones de euros) con el anuncio de la concejal de Ciutat Vella, la señora Gala Pin, de que es necesario limitar la llegada de cruceros turísticos al puerto de Barcelona. Argumentos: “de la mano del ocio nocturno se fomenta la prostitución, la venta callejera ilegal” Contrariamente a lo que se ha pretendido hasta ahora, para esta señora de BComú, lo que es preciso hacer es: “establecer unos criterios que se incluyan en el plan estratégico de turismo… para decidir el número de cruceristas a la carga turística que se determine para el conjunto de la ciudad”
Si, señores, si el número de cruceristas que este año pueden llegar al puerto de Barcelona se calcula en dos millones y medio; el Ayuntamiento, en lugar de hacer un estudio de las medidas adecuadas para poder garantizar su seguridad, prefiere limitar su número. Y no queda todo en esto, se tiene previsto se obligue a los operadores a negociar los “itinerarios” de los “grupos de cruceristas” para que no estorben al resto de pobladores de la ciudad, especialmente en el cosmopolita, hasta ahora, paseo de las Ramblas. Al parecer se quiere obligar a quienes nos visiten a que se muevan a golpe de pito por nuestras calles. ¡Vivir para ver!
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos consternados como, los infiltrados de Podemos, empiezan a aplicar prácticas de la KGB, para controlar a nuestros turistas. Bye, Bye, turistas. El resto de ciudades se esfuerzan en conseguir el mayor número de personas para que las visiten; en Barcelona prefieren que sean pocos y, de poder ser, con la hoz y el martillo en la solapa. DIARIO Bahía de Cádiz