“El hombre que no medita y obra con precipitación, no podrá evitar grandes fracasos”. Confucio.
Cuando, los que estamos interesados en las cuestiones políticas, aunque sólo sea como meros observadores, vemos lo que está ocurriendo en Grecia, nos percatamos de los graves errores que son capaces de cometer los políticos y la fragilidad de sus promesas a los ciudadanos, cuando era fácil para ellos colegir que, sus posibilidades de éxito eran mínimas y que lo único que iban a conseguir era infundir una vanas esperanzas a un pueblo machacado por las políticas nefastas de gobiernos anteriores, mediatizado por sus necesidades de estar sometidos a una serie de imposiciones y reformas, como consecuencia de haber sido rescatados por Bruselas, cuando ya se encontraban ante la alternativa de la quiebra soberana o aceptar las ayudas, duramente condicionadas, de la CE, para evitar la catástrofe final.
Es cierto que los griegos han estado años acostumbrados, como en cierta manera nos ocurrió a los españoles, a vivir a un nivel superior al que le correspondía a un país cuya principal actividad ha sido siempre el turismo, donde se pagaban pocos impuestos y la productividad dejaba mucho de ser la precisa para que, una nación de ocho millones de habitantes, pudiera generar la riqueza necesaria para sobrevivir en un mundo globalizado.
Lo que ha ocurrido es que, el orgullo de los griegos, el desafío contra de una realidad tardíamente reconocida, el vicio tan extendido de culpabilizar a los otros de los resultados de los defectos propios; el pretender que, mediante políticas de tipo populistas y resucitando la vieja historia del capitalismo en contra del comunismo, se volvería a provocar una revolución del proletariado, que se contagiase al resto de naciones ricas del entorno europeo que iba a tener éxito, una vez más. En resumen, el sueño de Syriza y de sus dirigentes, iba a conseguir doblegar a la CE y hacerla ceder ante las demandas exageradas y descabelladas del señor Farufakis o del señor Tsipras, pidiendo la condonación de una deuda de 250.000 millones de euros o de una importante parte de ella; cuando se han negado a cumplir con una parte importante de las condiciones y reformas que se les impusieron para recibir el primer rescate del FMI y el BCE y ahora, cuando ha llegado el momento de devolver parte de lo recibido, han seguido insistiendo en sus exigencias con la pretensión de que se les diera más apoyos, se retrasaran los pagos pendientes y se pusiera en marcha un segundo rescate, como si el resto de países, que debieran contribuir a ello, estuvieran en una situación boyante que les permitiera aumentar sus aportaciones, cuando la mayoría de ellos, incluidos nosotros, tenemos que afrontar una deuda pública exagerada como consecuencia de la crisis por la que hemos pasado. Y todo ello negándose a hacer los sacrificios que se les han pedido para que permitan a Grecia resucitar de su ruina económica.
La situación actual de las negociaciones de los acreedores y el gobierno griego ha llegado a un punto tal de falta de entendimientos que, en estos mismos momentos en los que escribo estas líneas, es muy probable que se esté deshojando la margarita para poner en práctica un plan B que considere la posibilidad de permitir que Grecia quiebre ante la imposibilidad de atender sus compromisos del día 30 del corriente mes. Pero ¿qué está sucediendo en España, mientras Grecia está sumida en la angustia de las perspectivas de un corralillo al modo argentino? Pues verán ustedes: a la par que en la república griega ganaron las elecciones los de la izquierda griega, los del grupo Syriza, que habían prometido sacar a la nación de las “garras” de los hombres de negro; en España, apoyados por el señor Maduro y su gobierno de Venezuela, se estaban dando a conocer, con la ayuda de determinadas televisiones ( la 4 y la 6ª) y unos politizados presentadores dispuestos a conseguir desestabilizar al país; un grupo, Podemos, dirigido por uno de estos iluminados, Pablo Iglesias, de fácil verbo y sobrada demagogia, dispuesto a sembrar la semilla de la cizaña entre la población más influenciable, los que habían llevado la peor parte de la crisis de la burbuja inmobiliaria y los ilusos que siempre están dispuestos a creerse que, con subvenciones del Estado y sin trabajar o trabajando poco, es posible que una nación consiga sobrevivir. Consiguió en un tiempo récord hacerse con una numerosa audiencia encandilada por sus promesas y convencida de que, en manos de tales sujetos, el paro desparecería y la vida de los españoles volvería a los tiempos de las vacas gordas. Craso error, pero que ha tenido una difusión que nunca hubiéramos esperado que llegara a calar en tal número de ciudadanos.
El señor P.Iglesias siempre se declaró admirador y seguidor del grupo de A.Tsipras. Seguramente pensó que Syriza, en Grecia, tendría éxito en sus planteamientos. Que podría contratar de nuevo a los funcionarios despedidos, mantener las pensiones que, en Grecia en nada se parecen a las nuestras, pues las cobran mucho antes, que Europa cedería y perdonaría la deuda y que la nación griega sería un ejemplo para el resto de las izquierdas de Europa. Nada de eso ha sucedido y, no obstante, nuestros dirigentes de Podemos, con Pablo Iglesias, Errejón y Monedero a la cabeza siguen apoyando a Syriza, mantienen sus postulados y se niegan a reconocer el fracaso de un gobierno, el heleno, que no ha conseguido más que agravar la situación del país y enfrentarse a una situación extrema en la que nadie sabe como va a acabar. Es posible que, como ya anticipamos hace tiempo en uno de estos comentarios, el fracaso Heleno signifique, a la vez, el fracaso de Podemos en España o, al menos, su desprestigio, puesto que ellos fueron los que se hermanaron con los comunistas de Syriza, los que apoyaron las medidas de enfrentamiento de Grecia con la CE y los que siguen manifestándose en apoyo del gobierno griego, que acaba de verse desarbolado y ninguneado por los miembros del Parlamento Europeo y sometidos, una vez más, a la presión de la Comisión Europea, el BCE y el FMI de la señora Lagarde; que pueden ser los que envíen a los griegos al regreso al dragma y a la situación de default.
Ahora deberán explicar bien a los españoles como las políticas económicas y sociales que han venido defendiendo, como la solución a los problemas de nuestra nación, han constituido un sonoro fracaso cuando se han aplicado a los griegos. Deberán, también, dar razón del comportamiento totalmente arbitrario, descorazonador y carente de toda lógica, de algunos de los nuevos ocupantes de las alcaldías y concejalías que, gracias a pactos con los socialistas y otros grupos de extrema izquierda han conseguido ocupar. Los primeros ejemplos de la señora Carmena en Madrid no dejan de ser curiosos, cuando ha tenido que volverse atrás en todas las decisiones de tipo económico y de orden público que había tomado, ante el rechazo unánime del pueblo de la capital de España. Lo mismo se puede decir de la señora Colau de Barcelona que ha iniciado su función de alcaldesa pretendiendo disminuir la vigilancia pública y contratando a su pareja para el importante cargo de portavoz, un nepotismo que nos indica lo que se esconde debajo de su capa de activista antisistema.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, antes incluso de lo que habíamos previsto, ya estamos empezando a ver lo que nos deparaba esta anunciada vuelta a la izquierda de la política municipal y autonómica. Lo malo es que, vean por donde, ahora parece que se dice que los directivos del PP, bajo la égida del señor Mariano Rajoy, en lugar de pretender crear un frente fuerte de centro derecha para contrarrestar la deriva hacia la extrema izquierda – no sabemos si siguiendo las pautas del vudú de las campaña electorales, señor P.Arriola – han llegado a la conclusión de que el partido que dirigen está ¡demasiado escorado a la derecha! Y, en consecuencia, parece que pretenden convertirlo en otro más liberal, más permisivo, menos intolerante; vamos, que no queden en mal lugar cuando se los compare con el PSOE, de Sánchez o Podemos de P.Iglesias. ¡Cosas veredes, Sancho! DIARIO Bahía de Cádiz