En el colegio de curas en el que yo estudié, nos enseñaban hace medio siglo que los mariquitas eran muy, muy peligrosos. Yo debía cuidarme de ellos. Y algunos profesores y frailes eran oculta pero manifiestamente homosexuales. Y se defendían a reglazos contra nuestras miradas y nuestras injurias por bajinis. Nosotros los acusábamos solamente de maricones porque lo de torturadores infantiles, que lo eran ellos y muchos más, entraba dentro de la norma. Ya hubiera querido yo que mis padres hubieran tenido libertad para defenderme de aquellas agresión ideológica y física diaria. Pero no. Como yo, tenían que tragar.
En mi colegio de curas me enseñaban que la sensibilidad era materia de otros colegios, los de niñas masmente. En el patio yo no podía llorar aunque me hostigaran los más poderosos y los más fuertes. Si sollozaba o pedía amparo al profesorado me castigaban a mí. “Los hombres no lloran”, me repetían frailes y maestros. Y yo, alfeñique y con las rodillas heridas, iba para macho. Ya hubiera querido que alguien me enseñara que había otros modelos de vivir la masculinidad que no me obligaban a tragarme mis sentimientos y a arriesgar mi salud. Pero no.
En mi colegio de curas me enseñaban que todas las mujeres eran malas excepto María a la que debíamos llevar –“Venid y vamos todos…- flores en mayo. Mi madre y mis hermanas, mis vecinas, casi, casi. Yo las miraba y, la verdad, no les veía tanta lujuria ni tanta maldad. Pero lo decía el currículo de aquella escuela y yo, si quería aprobar, debía asentir con la cabeza y poco a poco me iban adiestrando el corazón y los puños de enseñar a obedecer. Ya hubiera querido yo encontrarme con el ejemplo de maestras valientes como las que hoy se enfundan la camiseta de la Marea Verde y ponen sus acciones y sus palabras de muralla frente a la intolerancia. ¡Gracias, Maca! Pero no. Mi escuela era segregada. Las únicas faldas que yo veía entonces eran las de los frailes. Con muy pocas excepciones.
En mi colegio de curas me enseñaban que los normales eran los machotes, los payos, los fuertes, los poderosos y seguros, y que los alfeñiques, los pobretes de solemnidad, los gitanos y sucios debíamos conformarnos con las lindes del patio y eso si no venían “los normales” a por nosotros. Ya hubiera querido yo para mí una escuela pública donde se fomentaran, aunque fuera con cartelitos, los valores de la convivencia y la igualdad. Pero no, no la había. Y eso que mi colegio no era de los peores. Al menos entrabamos todos por la misma puerta y vestidos con similar atuendo. Eso no pasaba en todos los centros. Que se lo cuenten a las niñas del babi gris y la entrada trasera por Diego Niño, por ejemplo.
Luego me rebelé. Hombres y mujeres con quienes tuve el honor de pelear por un mundo más justo me enseñaron que era posible otra forma de vivir y convivir. Y cuando me hice maestro entendí y puse en práctica que la escuela, la escuela pública, era el marco donde aprender a vivir en diversidad. En la escuela pública conviven personas de distinta piel, posición económica, religión, orientación sexual, opciones filosóficas y esa diversidad es una de las maravillas que la enriquecen. El IES La Arboleda o el IES Mar de Cádiz, por citar algunos, son algunos centros que me llenan el corazón de orgullo. ¡Gracias!
Hoy hay quien se alza con supuesta indignación contra la metáfora igualitaria de la pluma en la escuela pública. Les niego la mención por su nombre para no publicitarlos más de lo que ya hacen sus medios de comunicación. Son los mismos y las mismas que siembran con intenciones intimidatorias las cruces de siglos anteriores para establecer dominio moral y exclusivo sobre la población. Son los mismos y las mismas que defienden la educación segregada por sexos. Son los mismos y las mismas que por negar niegan hasta el cambio climático, quienes borran del callejero democrático los nombres de los hechos y las personas que defendieron la legalidad vigente ante la agresión fascista en nuestro país y niegan la posibilidad, la necesidad de reparar la memoria histórica en la escuela pública.
Inflamados por el viento de las encuestas -y en parte por nuestras propias incompetencias sectarias, reconozco- se frotan hoy las manos ante la perspectiva de llegar al poder de la mano de sus padres políticos para seguir desmontando el edificio de los servicios públicos – educación, sanidad, pensiones, dependencias, etc…- y convertirlo en el negocio de los que hoy financian su irracionalidad. Sí, sí, todo su proyecto político es un gran negocio.
Pero con encuestas o sin ellas, en el poder o fuera de él, nos seguirán encontrando enfrente. De verde, de blanco, de rojo, de violeta, o con el arcoíris por bandera. Ustedes reivindican con los hechos la escuela de curas y de monjas, la de hace medio siglo y sus objetivos de dominación política y sumisión moral. Con ustedes y los de su calaña, con sus políticas que pretenden hacer rodar hacia el pasado la rueda de la Historia, el mundo no será posible para la infinita mayoría de sus habitantes. Más tarde o más temprano, les devolveremos al lugar que la Historia les dio y del que nunca debieron volver salir: el olvido. DIARIO Bahía de Cádiz