Los hechos acaecidos el pasado martes en Cádiz me han llenado de tristeza pero, desgraciadamente, no de sorpresa. Esa manera de actuar de los que solo aman la bandera de la intolerancia, no es nueva en esta ciudad. No han aparecido de la nada. Ni mucho menos. No necesitaban vox, solo voz, la voz de su líder llamando a combatir a todo aquel que no hubiera votado alegre y dócilmente la doctrina radical.
Asomaron de manera cada vez más recurrente en el Salón de Plenos de nuestro Ayuntamiento –casualmente acompañados siempre de algún que otro futuro concejal de gobierno o algún que otro candidato podemita- cuando yo aún tenía la responsabilidad y el honor de presidir la Corporación. Podría parecer que eran otros pero no, en buena parte eran los mismos.
Estuvieron diligentes para recibir en su visita a miembros del Poder Judicial y advertirles cariñosamente que la próxima visita sería con dinamita. Eran los mismos.
Volvieron al poco tiempo cuando –otra vez, ¿cómo no?- fueron convocados al Salón de Plenos para que los concejales de la oposición les miráramos a la cara si nos atrevíamos a votar en contra de la propuesta del alcalde. Y acudieron. Claro que sí. Y amenazaron, por supuesto. Eran los mismos.
Dejaron su huella en la ciudad –porque esa vez no tuvieron el valor de aparecer- cuando atacaron el domicilio de uno de nuestros concejales y el de su padre, a una nueva llamada de la jauría contra el adversario político. Algunos perfiles sociales apuntan y otros disparan: aunque sea con spray en la fachada de un familiar de un compañero de corporación. Eran los mismos.
Y por supuesto los vimos con todo su odio y su ira bajo los arcos de San Juan de Dios ese día en el que –de nuevo- fueron llamados por Podemos y otros partidos a dar la despedida a una alcaldesa y un grupo de concejales que –con sus errores y aciertos, como todos- había gobernado democráticamente esta ciudad 20 años porque los gaditanos así lo quisieron. Y acudieron claro, y lo hicieron al son de las amenazas de puño al aire y los escupitajos. Eran los mismos.
Aquel día me di cuenta de cómo, por desgracia, hay partidos que anteponen siempre el odio y la intolerancia al respeto por el que piensa diferente. Aún espero, casi cuatro años después, una palabra de solidaridad de quien ahora ocupa esa Alcaldía con mis compañeros o conmigo. No parece que le conmueva ni lo más mínimo ver cómo un grupo de sus partidarios trataba con ese rencor a quienes habíamos representando a la ciudad democráticamente hasta ese momento.
Por eso cuando Juancho Ortiz me contó su idea de trabajar en la propuesta de recuperar una ciudad sin bandos, una ciudad unida en torno a un proyecto común en el que –como pasó durante muchos años- nadie pregunte a nadie qué vota para sentarse a arreglar los problemas de un barrio o presentar un proyecto de futuro, o hacer un ciclo cultural… no tuve más remedio que decirle la verdad: no creo que haya proyecto más emocionante para nosotros los gaditanos que este de acabar con la división de los ciudadanos que han impuesto desde San Juan de Dios. Esa obsesión por distinguir siempre entre “los míos” y “los que están contra mí”.
Yo sé perfectamente que lo conseguirá porque conozco esta ciudad, y Cádiz está llena de gaditanos que la aman y que no conciben que entre nosotros pueda existir este tipo de enfrentamientos que desgraciadamente algunos no paran de promover. Bueno, algunos no, son muy pocos y sí… Son los mismos. DIARIO Bahía de Cádiz