“Mi barrio huele otra vez a puchero”, recuerdo esta frase que dijo una vecina del barrio de José Antonio hace ahora unos diez años durante una vigilancia policial que duro cerca de un mes. Un tiempo en el que durante esos días volvía la tranquilidad al barrio.
Esta semana el olor no era a puchero, era otro olor diferente, olía a escombros, a hipocresía, a falsedad, a impotencia, a conformismo, y todo ello envuelto en una nube de polvo que envolvía el ambiente, ante las miradas alegres para unos y nostálgicas y tristes para otros.
Alegres porque por fin se empieza a derrumbar esas paredes y esos muros que tan fea y desagradable imagen daba de la ciudad de El Puerto y que tanta vergüenza nos hacía pasar cuando una y otra vez lo emitían por televisión, aunque por desgracia esa imagen suponemos que va a quedar peor aun cuando se vea los bloques que quedan en pie, en estado de ruina y abandono absoluto. Una estampa triste para los que allí habían nacido y habían visto crecer a sus hijos, en estos días han visto como toda una vida de sacrificios de una época de buena convivencia con humildad y a su vez también de sufrimiento por culpa de la droga, donde llegaron a sentirse presos en sus propias casas, y donde se sintieron desamparados, utilizados y engañados por las administraciones y por los políticos de turno fueran del color que fueran. Allí, en aquella zona, en aquel pobre barrio humilde en el que la droga hizo escarnios, las reclamaciones caían en saco roto y los políticos miraban para otro lado.
Todos esos recuerdos de frustración no se van a olvidar con la caída de esos muros, porque, además, se siguen mostrando hoy en día incapaces de solucionar esta situación. Ahora, que prácticamente ya se ven los bloques traseros se deja más al descubierto la realidad, esa realidad que los vecinos veníamos reclamando y pidiendo intervención y que no interesaba a ningún político.
Este barrio no necesita solo que tiren un bloque, necesita un interés real de los que están al frente de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento para que de forma coordinada se intervenga con las familias, con los pisos donde realojaron a muchos, una intervención integral, porque aquí de nada vale que nos muevan a los vecinos de un edificio a otro sin intervenir en el problema, de nada vale que para celebrar que se tira el primer bloque vayan todos los concejales y concejalas del Ayuntamiento pero luego desde sus propias concejalías no muevan un dedo, porque aunque no lo sepan o no lo quieran saber, detrás de cada una de esas paredes hay la historia de vida de una familia de su ciudad, condenada a los zarpazos de la droga y a la indiferencia más absoluta de quienes tienen el deber de protegerlas.
Es curioso que se construyan muros para no querer ver la realidad que existe detrás y que sea después esta misma realidad la que obliga a derrumbarlos. DIARIO Bahía de Cádiz