Ningún premio es justo, y menos si son un producto de marketing y tiene intereses económicos detrás como los inventados por revistas, editoriales o periódicos, que lo único que buscan es atraer la atención del cliente y multiplicar sus ventas. La objetividad, la justicia y la vergüenza, en la mayoría de los galardones, dejan mucho que desear, y su importancia es relativa. Supongo, con un poquito de sarcasmo, que los únicos creíbles son los que te dan a ti, o algún amigo tuyo. El resto son discutibles.
No voy a entrar en valorar si Messi merece el octavo Balón de oro, porque en realidad me da igual, hace mucho tiempo que dejé de creer que lo recibía el mejor del año. De lo que no me cabe ninguna duda es que por trayectoria, continuidad en el tiempo, y cifras de goles, asistencias y títulos, es el mejor futbolista de la historia. Seguro que no estás de acuerdo, y soy consciente de que esta opinión es subjetiva, inútil y gratuita, pero es la mía y tiene tanta validez, o sea ninguna, como cualquier otra.
Mientras veía la gala, y escuchaba a los sectarios despotricar de Messi, de la corrupción de la FIFA que regala mundiales y pronosticar, como hicieron el año pasado, los próximos balones de oro, que por supuesto serán merecidos y no discutibles, a toda su plantilla y a los que están por fichar, si es que lo hacen, me surgieron dos preguntas.
La primera es cómo tienen la poca vergüenza de ningunear a Laporta por hablar del madridismo sociológico, cuando sus bolsillos se llenan por defender lo indefendible y quedan como siervos, marionetas y perros de presa del señorito, tirando por la borda la dignidad de su profesión.
La segunda y más importante es qué tiene Messi para haber alcanzado esa posición por encima, y a la misma altura para ser generoso, de otros jugadores. Sé que es imposible responder a esa cuestión, porque son infinitas variables a tener en cuenta. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en un fuera de juego televisado y repetido hasta la saciedad, cómo vamos a comparar jugadores de épocas diferentes, con otra forma de entender el deporte, la vida, la política, la economía.
La humildad, la sencillez, la timidez, el sentido común de Leo, junto a su indiscutible talento y a la pizca de suerte que siempre hace falta, han encumbrado a Messi al Olimpo de los Dioses
Para mí, el éxito de la Pulga, es que Leo ha jugado a favor de Messi, el talante en beneficio del talento. Cristiano, Diego, Johan, Fernando no lo hicieron con Ronaldo, Maradona, Cruyff o Alonso, en cambio, Pau y Rafa, si favorecieron a Gasol y Nadal, por poner algunos ejemplos.
Esta es la gran discusión dentro de los departamentos de Recursos Humanos de las empresas, si apostar por el talante, la actitud, el compromiso, la fidelidad, las habilidades personales, sociales, la estabilidad, la capacidad de sobreponerse a las adversidades; o el talento, la inteligencia, la creatividad, la inspiración, el instinto, la anticipación.
Todos queremos a nuestro lado a los mejores, a los que marcan la diferencia, a los que son capaces de imaginar lo imaginable, los que nos hacen crecer y sacar lo mejor de nosotros, de sumar en beneficio del equipo. Pero ya sabemos que el talento no siempre es sinónimo de éxito, sino que la personalidad, el carisma, la responsabilidad, y el famoso entorno alrededor del genio, por el que se pasa a veces de puntillas, es lo más importante.
Recientemente, hemos visto a Hazard, a Bale, retirarse con la sensación de no haber estado a la altura. O vemos a Neymar, a Dembelé, por citar algunos, no sacarle el jugo que podrían a su calidad. O estamos asistiendo al resurgimiento de Isco, cuando ha recibido el cariño y la continuidad que necesitaba.
Leo sigue confiando en los suyos, en su familia, en sus amigos. Se enamoró joven, formó una familia, consiguió una estabilidad emocional, que se ha visto reflejada en su larga carrera, que ha sido el ancla, el refugio, la fuerza, el susurro, la caricia, el tirón de orejas para levantarse, reconstruirse, reinventarse y aguantar la presión de un país por ganar el Mundial, para alcanzar su sueño.
Leo se aisló del mundo mediático, de los flashes, de las luces de neón, porque no los necesitaba, porque supo que en ellos perdería tiempo, energía y el camino. Desoyó los cantos de sirenas, a los predicadores y a los vendedores de humo, porque sabía que no lo querían a él, solo al dinero que podía generar.
La humildad, la sencillez, la timidez, el sentido común de Leo, junto a su indiscutible talento y a la pizca de suerte que siempre hace falta, han encumbrado a Messi al Olimpo de los Dioses.
Y a pesar de su grandeza, me quedo con Diego, porque además de ser un genio en el campo, quiso cambiar el mundo, utilizó su posición para intentar mejorar la situación del resto de futbolistas. Una pena que no lo siguieran y que sucumbiese a los de los zapatos de piel de caimán. DIARIO Bahía de Cádiz