Con el objetivo principal de reivindicar y dar visibilidad a la lucha del pueblo saharaui, desde el 20 de mayo –con salida desde Cádiz- avanza la Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui, que confluirá en Madrid el 18-19 de junio, con la participación de distintas columnas partiendo desde diferentes territorios del Estado español. Juan Rincón, aparte del “propio desgaste de botas” ha decidido contribuir con esta movilización con personales crónicas de la caminata y de sus vivencias. En DIARIO Bahía de Cádiz le hacemos un hueco a su ‘diario’ en nuestras páginas.
Etapa final. Campo del Moro- Plaza de España- Puerta del Sol (19 de junio)
Esa mañana tenía yo un poco de mala conciencia por haberme escaqueado del grupo de caminantes y cambiar la colchoneta y el suelo de la parroquia de San Carlos Borromeo por la cómoda cama que me ofrecía mi amiga N. No fue la comodidad el principal factor que me hizo elegir esa opción. O no fue eso solamente.
Habíamos terminado de comer sobre las cuatro de la tarde en un bar de la calle Montera. Aunque hubo algún incidente que alteró el estado de ánimo colectivo; la comida estuvo bien y la sobremesa fue un rato relajado tras las casi doce horas de fuertes emociones que habíamos vivido poco antes en la llegada y travesía de Madrid. Risas potentes y reflexiones profundas se mezclaron con los postres. Pero luego, antes de ir al “albergue” generoso de la parroquia obrera situado más allá de “donde Cristo dio las tres voces” o acudir por la tarde a otro acto de recepción allá por Aravaca –“donde Cristo perdió el mechero”- el grueso de la columna decidió comenzar los festejos de culminación con unas copas que se prometían sin hora de finiquito.
A mí el cuerpo no me pedía bailes, canciones y marcha sino más bien silencio o al menos charla íntima y cercana. Además, la obligación contraída de escribir estás crónicas cada atardecer me llevó a buscar la parada de metro más cercana y la ruta a la casa de mi querida amiga.
Intenté lavar la veterana sudadera blanca de la marcha que ya mostraba evidentes muestras de las últimas cuatro jornadas. La tendí tarde y, como resultado, la noche de Madrid no fue especialmente calurosa como otras, tuve que tomar el metro mañanero con la camiseta húmeda. Tiritaba un poco. La emoción. Iba a buscar a E. y a la gente que acababa de llegar en el autobús tras viajar toda la noche para participar en la manifestación. Una confusión en la cita me regaló la primera caminata del día –dos kilómetros desde la Plaza de España a la Plaza Mayor y otros tantos a la vuelta- y un extraño paseo por calles habitadas por trasnochadores perjudicados y cristianos de etiqueta en ruta a sus ritos. Policías de mal genio y peores hábitos –“…a ese le he hablado yo en el único lenguaje que entiende…”, oí decir a uno al pasar cerca tocándose la porra- nos observaban con mirada torva.
En el Campo del Moro, el lugar de concentración de la Columna Sur, ya empezaba a reinar la animación. Algunos autobuses ya habían llegado y la comunidad saharaui empezaba a llegar con sus niños y niñas y su bullicio reivindicativo. Abrazos y risas. Reencuentros de viejos amigos de antiguas acogidas y viajes a los campamentos de Tinduf. No teníamos permiso para salir en manifestación hasta Plaza de España pero se entrenaban los gritos: “¡¡Sahara, libertad! ¡Polisario, vencerá!!” pero sobre todo el grito de puesta en marcha que habíamos patentado días atrás: “¡¡Columna Sur: Ajú, ajú, ajú!”.
Los caminantes habíamos recibido de la organización de la marcha el encargo de concentrar la columna andaluza y llevarla tras nuestra pancarta hasta la concentración prevista en la cercana Plaza de España. Lo intenté, juro, con el apoyo del resto de los caminantes fijos. Trasmití varias veces las instrucciones de la organización y cuando me disponía a repetirlas con la ayuda de un megáfono, alguien me lo arrebató de las manos y empezó a dar otras instrucciones diferentes. Porque sí. Empezaron a aparecer jefes y jefes –siempre hombres, siempre nacionales– que yo no conocía, que no habían marchado ni conmigo ni con X., ni con R., ni con N., ni con J, ni con la columna de Granada-Jaén, que se contradecían entre ellos y por supuesto con lo que yo llevaba una hora repitiendo por mandato de la organización.
Si yo decía que allí se estaba formando la Columna Sur, alguien decía que allí no se estaba formando nada o que todo el mundo a la fila. Si yo decía que estábamos esperando al autobús de Jaén, alguien anunciaba que el autobús ya había llegado y estaba en la Plaza de España. Si yo decía que calma, que salimos en cinco o diez minutos, alguien gritaba que fuéramos marchando que la manifestación ya se movía… y así.
Nuestra posición, la de los caminantes reconvertidos en organizadores, era difícil. A pesar de los 500 kilómetros en las piernas no conocíamos la organización ni sabíamos quien estaba dando las ordenes de salir, quién estaba estableciendo la ruta. Si algún espía marroquí hubiera tomado el mando y hubiera conducido a la columna –o lo que fuera aquello– hasta el balcón junto al Palacio Real y hubiera sugerido saltar por allí, seguro que algún grupo habría reconocido su autoridad e intentado volar hasta la Casa de Campo para buscar allí el principio de la manifestación.
Lo cierto es que lo que pensábamos que iba a ser una columna de doscientos o trescientos andaluces se convirtió en un alocado cortejo de mil o dos mil personas -saharauis, gaditanas, madrileñas, segovianas, abuelas renqueantes, niños con banderitas, melfas coloridas, pancartas a medio plegar…- corriendo alocadas por avenidas, sorteando obras, atravesando túneles, atajando cruces, provocando iras de conductores facciosos o intolerantes, perseguidos por policías que nunca hicieron el menor gesto de facilitar aquella diáspora urbana y recibiendo continuas llamadas de la organización que amenazaba con salir y dejarnos cortados en cualquier punto de la capital.
Cortamos a la brava el tráfico de cien calles para asegurar la integridad de las personas que corrían desesperadas y gritaban asfixiadas cuando las pausas lo permitían. Los semáforos pasaban del verde al rojo una y otra vez y la serpiente humana, estrechada por el paso de aceras diminutas, no parecía tener fin. Los conductores se desesperaban. Algunos manifestantes contestaban airados a sus bocinazos con consignas “poco adecuadas”.
Cuando por fin llegamos con los últimos rezagados a la cola de la manifestación, encontré a Luis, uno de los huelvanos más solidarios y más veteranos que acaba de conocer en el Campo del Moro, en el suelo atendido por el SAMUR. Tenía una brecha fea que necesitaba puntos en la ceja derecha. Se había caído con la urgencia y la prisa. Los paramédicos insistían en llevarlo a un hospital y él insistía en negarse. Estaba sólo. Ya me veía en el 12 de Octubre con él. De manera sorprendente, nos vieron desde la cola de la manifestación y vinieron a acompañarlo gentes más cercanas a él.
Miré por primera vez hacia arriba. La manifestación ya era un gigante multicolor que rugía ora homogéneo, ora en mil consignas, y ocupaba la Gran Vía. Ya se movía lenta y sólida hacia Sol. Lo habíamos conseguido. Tanto en número como en vida, esta movilización superaba todas mis expectativas. Con una décima parte hubiera quedado satisfecho. Ahora estaba pletórico.
Respiré. Me puse a buscar a mi gente cercana. Pude abrazar a Vi y a Pepe, un regalo añadido. Di mil otros abrazos. Grité mil veces más desde la cabeza iniciando las consignas hasta que un par de pequeños saharauis tomaron mi lugar con más motivos, más potencia y simpatía. Aproveché para recorrer de arriba abajo el cortejo. Vi sonoras batukadas donde la gente bailaba desenfrenada, desfiles demasiado serios y organizados donde no abundaban precisamente las banderas saharauis, alegres corros informales donde las consignas eran a partes iguales en hassania –“Chikayu,chikayu / udmalik yaharag bayu” o “Labadil labadil, antagrir almasir”- y en castellano –“De este a oeste; de norte a sur; la próxima marcha será a El Aaiun”; pancartas moradas con consignas feministas – “Ni la tierra ni las mujeres son territorio de conquista” – ecologistas, pacifistas, etc..; pertinaces vendedores de “periódicos obreros”; y al final, de nuevo, mis caminantes queridas y queridos y mi gente de Cádiz a la cabeza de la columna Sur estrenando consigna para un día tan señalado: “Mohamed, mamón, te va a comé un mojón”.
Paso lento pero firme. Voces cansadas pero incansables. La cabeza de la manifestación doblaba por Callao hacia Sol cuando la cola –mayormente andaluza- aún apenas se movía de Plaza de España. Yo subía y bajaba frenético para empaparme surfeando olas solidarias con mi camiseta llena de lamparones de sudor y de otras sustancias resistentes a los lavados someros. Cuando llegué a Sol por primera vez ya la manifestación ocupaba gran parte de la plaza. Buscábamos un sitio para agrupar la columna Sur y vimos un hueco a la izquierda de los escenarios pero cuando llegó la cola, una hora después, ya no había hueco dónde meter a todo el mundo y la solidaridad andaluza se repartió en una nueva diáspora por la plaza.
Mientras nos abrazábamos en los alrededores del kilómetro cero, por el escenario pasaban portavoces y más portavoces. De algunos me confortaba su dignidad. De otros me sobraba ese compromiso con el pueblo saharaui que proclamaban enfáticamente pero que no se había visibilizado al paso de la marcha. Lo repito, ha habido partidos y sindicatos que solo han tenido presencia en los actos de las grandes ciudades y en los comunicados finales. Ni un caminante, ni un local para dormir, ni una botella de agua fresca al pie de los caminos. Partidos que no parecían tener militancia, solo cargos públicos que se asomaban al escenario o a la pancarta pero nunca a la carretera. Sindicatos mayoritarios y minoritarios que no parecían tener afiliados de carne, hueso y piernas para caminar, sólo secretarias y secretarios mil. Solo IU y el PCA, solo el SAT se hicieron presentes cuando la fatiga y el desánimo llegaba. Gracias.
Llenamos Madrid de gente solidaria. ¿Fuimos 15.000, fuimos 10.000, fuimos 5.000? Que importa. El País, El Mundo o RTVE quisieron tapar con miserable y criminal complicidad nuestro grito. El País –que se tilda de ser de centro izquierda- daba como noticia en primera plana de su sección internacional la muerte del perro de Biden. El Mundo anunciaba “España se atasca ante Polonia” suministrando futbol como sustitutivo. La ministra González Laya anunciaba en La Vanguardia el mismo día que: “España está dispuesta a escuchar a Marruecos sobre El Sahara”. Y para escuchar a Marruecos han intentado callar las voces de todo un pueblo, el saharaui, y de los miles y miles de personas que hemos marchado y marcharemos con ellos. ¿Qué necesitan para escuchar también al pueblo saharaui? ¿Qué la guerra devaste el norte de África? ¿Qué vuelvan los tiempos de la propaganda armada? ¿Qué se quemen a lo bonzo ante la sede del ministerio?
Llegó después la hora de las despedidas. Mis amigos de Paiporta me regalaron otra camiseta solidaria con el Sahara. Limpia. Como si hubiera llegado a Fisterra. Me costó trabajo despedirme de la veterana. Solo quemé el sombrero. Es el kilómetro cero de otra marcha más dura pero que acabará en El Aaiun liberado. Seguro.
“Conmigo llegarán
la galería de los paisajes que vi,
el ramillete de saludos que me regalaron
y un bodegón de palabras que me alentaron.
Llegarán conmigo
un millón de pasos que di
huyendo del sol
por las mañanas
y buscando su ocaso
por las tardes.
Y apenas un breve momento,
un segundo después de llegar,
con todo eso cargado
en mi mochila nueva
empezaré a caminar de nuevo.”
¡! Sahara, libertad!!
Etapa 17. Griñón- Fuenlabrada (17 de junio)
Hoy nos han acogido en Fuenlabrada con un gran acto donde nos recibieron con batukada y ballet flamenco en una plaza abierta y muy linda con una multitud de personas que aplaudieron con fuerza nuestra llegada. Luego nos invitaron a comer en un bar y habían reservado para nosotros unas cómodas habitaciones en un hotel desde donde escribo estas letras con ganas de echarme ya a dormir. La música y la generosa afluencia de público, incluidos los mal disimulados espías marroquíes que se intentaban camuflar entre el público, han subyugado a algunos de los caminantes que se acuestan hoy en un clima de euforia significativa. Me alegro por ellos.
Yo sé que actos así, grandiosos y plurales, consiguen romper el bloqueo informativo al que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación nacionales y que ganamos unos minutos de publicidad para los actos de días venideros (el sábado 19, concentración en la Puerta del Sol a las 12 y pasado, gran manifestación colofón desde la plaza de España a la misma hora) pero lo cierto es que añoro en lo más íntimo la jaima de Bachir o la casa de Esperanza o de Geli. Dormir en una cama es cómodo y reparador pero los abrazos amigos y de la gente que se te acerca en los actos pequeños tienen más sabor. Ea.
Hoy el día se presentaba raro. La noche en el pabellón de Parla fue larga e incómoda intentando descansar mientras fuera parecían abrirse los cielos y dejar caer su carga de aguas sobre el techo metálico del polideportivo. Las goteras nos hacia mudar de sitio las colchonetas en prevención y el ruido del agua que caía no parecía aliviar el calor del interior.
Una de las furgonetas de apoyo se había averiado y necesitamos hacer mil maniobras que nos comían el tiempo y la paciencia. Cuando ya parecía que todo se iba arreglando una feroz tormenta barrillar linde entre La Mancha y Madrid, obligándonos a hacer una larga parada de comidas y chistes en un pequeño pueblo, Carranque, casi casi en la frontera entre las dos comunidades.
Cuando la tormenta amainó y pudimos inicie la caminata, nos fotografiamos junto al cartel que anunciaba ‘Comunidad de Madrid’ e incoamos la ración de kilómetros de hoy. Eran la tres de la tarde. Nos la prometíamos felices porque el cielo seguía encapotado pero fue una ilusión y pronto volvimos a sentir el calor de días pasados y la pegajosa humedad que se levantaba tras el paso furioso de los últimos chubascos. Pasamos Griñón y Humanes recibiendo muchas señales de apoyo y alguna que otra muestra de desacuerdo de algunos conductores que parecían defender las tesis del rey marroquí. “Marroquí, esta no es tu guerra”, inventó alguien sobre la marcha para esquivar la entrada en mayores dialécticas. La profundidad de esta consiga nueva me alucinó. Seguro que tendremos que repetirla más de una vez en las jornadas venideras.
“Sí, sí, sí, llegamos a Madrid”. Parece mentira pero aquí estamos casi un mes después de salir de Cádiz. Mañana estaremos en Sol intentando mover la rueda de la historia de una traición que no debió ser. Será un día de fuertes emociones.
“Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos liberado el Sahara Occidental”, hemos cantado en infinidad de ocasiones durante esta marcha. Aun no hemos podido ver siquiera aquella tierra donde pondría libertad que nos promedia Labordeta. Quizás pertenezcamos al triste cupo de los que no llegarán a ver cumplida ni la una ni la otra promesa. Pero habrá que forjarla para que pueda ser, dice la canción. Y sus acordes me emocionan cada vez que la oigo y las canto. Hay quien exige pragmatismo. Yo esta noche me conformo con volver a tararear las dos versiones antes de dormir.
Etapa 16. Toledo-Recas-Parla (16 de junio)
Mientras nos derretíamos de calor por la estepa toledana, yo aún saboreaba la acogida en la casa de Bachir, en Nembroca, un pueblecito al Sur, a 15 kilómetros de la puerta de la Bisagra donde recomenzaríamos esta mañana la segunda fase de esta marcha por la libertad del pueblo saharahui.
Durante las 15 noches anteriores hemos dormido en lugares muy variopintos: la casa de Geli en Jerez, dos o tres pabellones más o menos dotados, diversas pensiones y hostales con distinta fortuna, algunos hogares rurales de amable recuerdo tanto por el entorno como el personal que nos atendió, albergues municipales, internados por estrenar… pero la familia de Bachir y las amigas y amigos de Asociación Toledana de Amigos del Pueblo Saharaui nos ha dado la mayor de las sorpresas del camino preparándonos una auteética jaima en el patio de la casa de Bachir.
Mea culpa, recuerdo el nombre de él y su conversación amable e intensa pero no he llegado a saber el nombre de las mujeres saharauis que seguro han aportado el noventa por ciento de ese trabajo de acogida, de ese cuscus nocturno que nos preparó para la caminata del día de hoy. Me dicen algunos amigos que es así, que las mujeres saharauis guardan en el hogar ese anonimato del que hoy me acuso por no poder hacer público mi gratitud publicando sus nombres. A mí la costumbre no me basta. Las mujeres saharauis son los pilares más firmas de esa resistencia ya mi me gustaría poder estar más cerca de ellas y de sus palabras.
Fue una tarde noche intensa la de ayer. El recibimiento fue cálido y la conversación de presentaciones apacible pero profunda. Hablamos de nuevo sobre el programa Vacaciones en Paz y su influencia -positiva y negativa- en la consolidación del avivamiento de solidaridad con el Sahara, nos confortamos ante el cansancio y el hastío, jugamos a buscar entre vaso y vaso de té las razones de la desmovilización general que sufre la sociedad y a veces las palabras de Ana, de Adiolinda o de Soraya me confortaban.
Poco a poco los dátiles y la leche de la bienvenida se confundieron con los pinchos de pollo de la merienda y estos dieron paso a la cena un maravillosos cuscus que ya he alabado. Y luego, subrepticiamente, las mil conversaciones dieron paso a un desfile de caminantes buscando lugares donde dormir en un amontonamiento que a mí me recordaba mis tiempos familiares de dos habitaciones para 12 personas. Gente por todos lados. Colchones por el suelo y los pasillos. El sueño ocupando los lugares donde se comió o debatió unas horas antes. Acostumbrado al viscolatex se hacía incomoda la espuma pero la sensación de seguridad entre tanta buena gente se hacía confortable. Un sueño entrecortado y raro como lo son todos desde que la marcha le dio un plus de intensidad a mis días.
Y una inquietud. Nos llegan noticias de que algunos imanes de la zona, de gran población marroquí, mueven sus hilos contra la marcha y algunos amigos sienten comprometida nuestra seguridad al pasar por estos pueblos manchegos. Algunos planes quedan en el aire. Esta intimada desde las mezquitas defendiendo los postulados del sátrapa marroquí nos resulta esclarecedora. No defienden el derecho a la vida y a la libertad de los suyos ni aquí ni allí pero claman con la oración por el derecho de saqueo de Mohamed VI sobre el Sahara Occidental con la misma fuerza con la que hoy algunos defienden el derecho de pernada económica de los borbones contra los pueblos de la península. No es nada nuevo,
Pero tras horas de inquietud y de un calor más sofocante por días llegamos a Parla y las amigas de Madrid -Carolina, Sonia, y otras- nos hacen amable la estancia a base de risas, ensalada y pollo.
Noche de pabellón. Aún no está decidida la ruta de mañana. Madrid se huele desde aquí. ¿El Madrid de Ayuso seguirá siendo el Madrid del No Pasarán? ¿Atravesaremos el cinturón antaño rojo agobiados por piquetes de descapotables? Estamos a unas horas de saberlo.
Etapa 15. Villafranca- Montoro (3 de junio)
“¡Aquí hace más calor que en el Sahara Occidental!”, gritábamos por aquella fatigosa cuesta arriba de Montoro esperando llegar ya a la Plaza del Ayuntamiento para dar por terminada aquella larga etapa en la que el sol nos había castigado con ganas casi desde la salida cuatro horas y 25 kilómetros antes, desde Villafranca de Los Caballeros. Habíamos pasado por El Carpio dónde tuvimos, de nuevo, un encontronazo con la fascista del lugar. Entre un millón de miradas de solidaridad y de aplausos desde la acera y los balcones, parecía que, en algunas etapas y por aquello de la diversidad, debían aparecer en una absoluta e irrisoria minoría las palabras de odio de los intolerantes. Quizás haya habido cuatro incidentes de ese tipo en 400 kilómetros y en todo una característica común: no odiaban siquiera la causa que nos movía, los provocadores ignoraban hasta la situación geográfica del Sahara. Lo que odiaban en verdad eran las convicciones y motivaciones que les suponían a aquella gente que se atrevían a turbar los silencios sumisos de los pueblos. Todo lo que no fuera gritar ¡Viva España! les suponía un agravio. Habíamos pasado también por Pedro Abad y en cada sitio fuimos recogiendo compañeros que se unían a la marcha. Al final habíamos llegado a Montoro unas diez personas y en la Plaza de Toros se nos sumaron otras tantas para cruzar un pueblo de cuestas y calor tropical.
Cuando llegamos al Ayuntamiento, yo sabía que estaba dando los últimos pasos de esta primera fase de la marcha, los últimos metros de los primeros 400 kilómetros. Lo que no me esperaba en absoluto es que la alcaldesa de Montoro nos hiciera esperar casi media hora en la plaza, a plena solo, para cumplir con una protocolaria y solo protocolaria acogida. A veces las palabras de acogida son de agua y refrescan a los caminantes. En otros casos, son ceremonias sin la sal de la emoción y la empatía y nos hacen pensar en que nos están tomando el pelo, nos suben la temperatura en un par de grados.
Luego hubo que caminar de vuelta todo el camino por el pueblo, con más calor, más cansancio y menos prisa, sin el paso firme de la pancarta, para volver al principio de la marcha, al local de donde los amigos de IU-PCA nos iban a dar de comer.
Si no lo digo reviento. Y esta es mi opinión, no represento con ella a los caminantes ni a la organización de la marcha. Son muchas las organizaciones que han hablado en las decenas de actos que se han organizado a nuestro paso para prometer su apoyo a la causa saharaui y animar a los caminantes, infinitas, demasiadas. Pero el más firme calor, la fraternal acogida en la mayoría de los pueblos de Andalucía, la absoluta mayoría de los compañeros y compañeras que nos han acompañado entre las etapas poniendo a nuestra disposición sus locales y sus casas, brindándonos su amistad y su compañía, salvando siempre el trabajo de algunas de las asociaciones de solidaridad con el pueblo saharaui de los pueblos, han provenido de las y los militantes de IU y del PCA. Han sido una pata de apoyo definitiva.
Mientras comía el delicioso salmorejo de los compañeros de Montoro, me sentí profundamente agradecido y se esfumaron todas las desavenencias que en algunos mementos he podido manifestar.
Gracias al infatigable Manu y a la Federación Al-Huriya por la impecable organización de la marcha en Cádiz; a Sebas, por su dedicación y su trabajazo casi en soledad en tierras cordobesas; a los pensionistas de Rota: a mis compñaeros Ifi, Cordero, Amparo y Frasquito que hicieron que aquella etapa de Trebujena se volviera inolvidable; al cariño de Geli de Jerez, de Esperanza de Lebrija, de Verónica de Los Palacios, de Pepe de Écija, de Julián de Mairena, de Juani y de Adela de las veloces marchadoras de Puerto Real (perdón por no poder mencionar al resto), a Diana, Manolo y Alberto y a Fernando de Sevilla; a la gente incombustible del SAT, a Currillo, a Juan ‘Vinagre’, a Diego Cañamero por sus palabras reparadoras; a Rafael de Arahal, a Mariana de Fuente Agria, a mis cordobesas favoritas, Esther y Carmen y a toda la gente que nos preparó el arroz en Córdoba; a Mili, Jesús, Aldara, Mati, Alexandra y Cloe –la única participante a medias entre nonata y recién nata-, a Jose Luis, Joaquín y toda la gente de El Puerto que nos acompañó en las primeras etapas; a Habiba, Galia, Fadel, Zlut, a Mohamed Zru, a mi pequeña saharaui que me vigilaba el agua y hablaba que sembraba esperanzas, y a otros mil hombres y mujeres luchadoras de las que tanto he aprendido y de las que no puedo transcribir sus nombres; a mis compañeros caminantes que ya forman parte de una de las mejores historias de mi vida: Xabier, Rafael, Narciso, Jose y Juan; a Ester, mi compañera, y a mi hija Estrella, que se han comido el marrón de los deberes familiares mientras yo hacía este zigzag solidario por Andalucía. A los pueblos que nos han ofrecido locales para dormir y duchas para refrescarnos, a aquellos que nos han dado lo mejor de sí, a los que nos han ofrecido sus casas particulares y las que nos han llevado a hostales u hoteles; a quienes nos prepararon guisos suculentos y a quienes sólo pudieron darnos una botella de agua y medio bocadillo pero nos dieron de postre sus mejores sonrisas: a quienes nos enseñaron los secretos de sus pueblos, comieron y durmieron con nosotros y a quienes supieron dejarnos largos ratos de soledad y descanso.
El día 16 empezaremos desde Toledo la segunda fase con tres etapas en las que pretendemos llegar a Madrid y encontrarnos con las demás columnas que están marchando por todo el Estado. El día 19 será la gran manifestación y la organización está fletando autobuses para ir hasta allí. No es una locura. Sabemos que este es el memento de empujar.
Como decía ‘L’estaca’ de Luis Llach: “Si tu l’estires fort per aquí/ I jo l’estiro fort per allà,/Segur que tomba, tomba, tomba/ I ens podrem alliberar”. (“Si tiramos fuerte, la haremos caer. Ya no puede durar mucho tiempo. Seguro que cae, cae, cae, pues debe estar ya bien podrida. Si yo tiro fuerte por aquí y tú tiras fuerte por allí, seguro que cae, cae, cae, y podremos liberarnos”).
Ven. Te esperamos en Madrid. Es el momento de empujar fuerte para liberar por fin a este queridísimo pueblo saharaui. Como dijo Diego Cañamero en varias etapas: “Si ellos consiguen su libertad, ese día la nuestra estará también más cerca”.
Etapa 14. Córdoba – Villafranca (2 de junio)
Si alguien hubiera apostado conmigo que en Córdoba, tras el acto de encuentro de las columnas, iba a aumentar de manera significativa el número de marchantes habría perdido. Da coraje tener razón en esos asuntos pero una vez que se apagaron los ecos de los discursos de los portavoces -20 saludos, 20- se hizo la noche en el recinto ferial y de la Torre de la Calahorra solo salimos una decena de marchantes. La mitad nos acompañó durante algún trecho -gracias, gracias, mil gracias- y a Villafranca solo llegamos seis personas andando y tres en los coches de apoyo. A partir del kilómetro 15 se hizo imposible andar por el calor del asfalto y las furgonetas hicieron su función para acercarnos al pueblo.
Aquellos -sindicatos, partidos, conocimientos sociales, etc…- que prometieron la noche anterior dar todo el apoyo al pueblo saharaui en su proceso liberador nos dejaron caminar solitarios por las avenidas de Córdoba entre la extrañeza de la gente que preguntaba porque llamábamos “marcha” a aquel reducido cortejo de caminantes con banderitas de plástico. Alguno se reía de nuestra debilidad y algún fascista en Alcolea se dedicó a insultarnos -“¡eojos, comunistas, maricones, había que fusilaros a todos…!”- sintiéndose fuerte ante nuestra escasez. Curioso los insultos del hombre. Definen más su estrechez de caletre que la cusa que nos ha puesto en camino.
Si J., el único marchante del que aún no he contado nada nada, hubiera estado con nosotros seguro que hubiera encontrado entre la comunidad saharui local algún amigo de alguna correría. J. Se acercó al movimiento saharaui desde la empatía más desarrollada y su agenda está tan plena de contactos saharauis como su corazón. J. Chamulla en hariya y en hassanía sorprendiendo a propios y a exiliados cuando se suelta con sus frases y sus consignas en los mil árabes que me hemos escuchado durante esta marcha. Con el hemos aprendido que “Sahara, jorra, jorra” es algo así como “Sahara, libertad” y “Ul Magreb, berra, berra” significa “Marruecos fuera”. Emociona cuando la comunidad saharaui de cada entona sus consignas en su lengua y si apenas nos alcanza su significado, nos llega la profundidad de sus convicciones con la ayuda de las traducciones de J. Pero J. es nuestro caminante en prácticas y precario, con contrato de media jornada que llega los viernes y se marcha a trabajar los domingos por la noche. La vida laboral y familiar no le da para más y nosotros agradecemos cada uno de los ratos que pasamos con él, con esa seriedad impostada que se cae a la tercera frase y esta profunda experiencia de la convivencia mas continuada con este pueblo por el que caminamos.
Hoy se vinieron a caminar con nosotros L. y nuestras amigas acogedoras E. y C. Pasar la noche en sus casas ha sido de las experiencias más reparadoras de la marcha. Nunca me supo más dulce una magdalena mañanera ni me supo tan rico el primer café casero. Que regalos nos deja el camino. Mañana también vendrán y uno ya sabe que deja en Córdoba un trocito de corazón y de buenos recuerdos. Como decía C. “una cosa es contarlo y otra vivirlo…” cuando el calor apretaba por la interminable recta de Los Cansinos una vez dejada atrás Alcolea. Claro que sí. No sabe quienes prefirieron seguir en la cama o en la burocracia cotidiana de los despachos durante esta mañana del recién estrenado Junio, no saben lo que une y fortalece caminar bajo el sol.
En Villafranca nos recibieron con sonrisas amigas. Nos sentimos confortados otra vez. El abrazo, aunque sea virtual, de los amigos y amigas del pueblo saharaui a la llegada a los pueblos restaña las heridas y seca los sudores. Estamos bien. R., un poquito pachucho, nos preocupaba pero una buena ducha en la casa donde nos alojan entre pinares, lo ha repuesto del todo. Mañana rematamos esta primera fase con la llegada a Montoro y el regreso a nuestras casas. Nos vemos.
Etapa 7. Los Palacios-Sevilla (26 de mayo)
Caminar es caminar y hay cosas comunes entre la ruta jacobea y esta marcha que me atarea en los últimos días de este extraño mayo que vivimos. Está claro que se persiguen objetivos diferentes y que diferentes también son la infraestructura y el empleo de los tiempos pero en el fondo hoy me descubro acumulando pasos y sudores por la carretera de La Corchuela de la misma manera que antaño amontonaba etapas por el Camino de Santiago.
Hoy, a la salida de Los Palacios, me sentí un poco huérfano. La tarde anterior nos había envuelto las canciones, las sonrisas y los rostros saharauis, Era prometedor. Pero a las siete y media cuando arrancamos de la plaza del Ayuntamiento, apenas había rostros ni gargantas morenas en los alrededores de nuestra pancarta.
¿Es esta la marcha saharaui? Hoy no. Era otra marcha. Solidaria, sí; por la libertad del pueblo saharaui, si; con banderas saharauis, sí. Pero no me cupo la menor duda de que era nuestra marcha. Una marcha de gente que tenía casa y techo aunque no supiera por cuanto tiempo.
Yo puedo abandonar en cualquier momento y seguiré teniendo un lugar donde dormir y un plato y una cuchara para mis hijos. Yo tengo una patria, aunque no me gusten los resabios fascistas que me evocan su nombre y sus partidarios y una tierra y un lugar donde volver. Los saharauis están marchando desde hace muchos más años que yo y no pueden abandonar su caminata en la historia a hasta volver a si tierra o desparecer. Sonríen cuando nos ven a su lado pero saben que deberán seguir en el camino cuando yo me asuste y lo abandone por el calor, el frío o la lluvia.
Tras una maraña de malentendidos y despiste hemos llegado a Sevilla. Es un poco como si cruzáramos el ecuador de la marcha. Encontrar a mis amigos Loli y Fernando me llenan de energías para otro centenar largo de kilómetros.
Alguien a mi lado cantaba con sentimiento en el acto final: “habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad”. Lo felicité por su acertada entonación. Pero cuando nos despedíamos se nos cruzaron un par de mujeres sevillanas y el mismo cantante de mirada humilde pasó a devorarlas con los ojos a la vez que me invitaba con las manos y la palabra a elegir y repartirnos la rubia o la morena. No, le dije, no quiero un mundo donde los saharauis pueden tener patria pero las mujeres siguen siendo mercancía a repartir, quiero ser un hombre igualitario. “Yo también”, me dijo airado el cantor mientras se perdía entre las setas, ¡ay!
Etapa 6. Lebrija-Las Cabezas de San Juan-Los Palacios (25 de mayo)
Hoy hemos pasado de los primeros cien kilómetros de marcha. Tampoco es cuestión de contabilidades absurdas. No son kilómetros de carreteras. No son cataratas de pasos absurdos. No vamos sobre una cinta eléctrica de pasos deportivos. Son pasos con el corazón. Las piernas crujen y se desperezan pero ya no duelen.
Cuando la marcha verde de la traición española y marroquí invadió el Sahara Occidental, nuestros saharauis hermanos y hermanas tuvieron que caminar en algunos casos cientos de kilómetros y en otros más de un millar para buscar amparo de Argelia más allá de las fronteras. Caminaron mientras la aviación de Hassan II los bombardeaba con napalm, caminaron mientras el todavía precario contingente militar del Frente Polisario se enfrentaba en lucha desigual contra las tropas invasoras para cubrir la retirada de su pueblo.
La masacre de la carretera Málaga-Almería, conocida popularmente como La Desbandada (en variante andaluza la Desbandá) fue un ataque a civiles por parte del bando sublevado ocurrido durante la Guerra Civil española, el 8 de febrero de 1937, tras la entrada en Málaga de las tropas franquistas. Una multitud de refugiados que abarrotaban la carretera huyendo hacia Almería, ciudad bajo control del Ejército Popular Republicano, fue atacada por mar y aire causando la muerte a entre 3.000 y 5.000 civiles. Un testigo de la masacre, el doctor Norman Bethune, la llamó “doscientos kilómetros de miseria”.
La población de Madrid, en 1939, sufrió masacres por el acoso de la aviación alemana mientras abandonaba la capital camino de los puertos del Mediterráneo.
Los y las caminantes somos de un pueblo que aun busca por las cunetas a los asesinados. Sabemos de acoso y de masacres. ¿Cómo no íbamos a caminar hoy 100, 200, 500 kilómetros por este pueblo hermano?
Hemos salido tempraneros de Lebrija. Hacía fresco y en nuestra cabecera marchaba un grupo de saharauis ya mayores con los pies y las rodillas fastidiadas que caminaban rápido como si el final de la caminata no fuera otro pueblo andaluz solidario como Las Cabezas o Los Palacios, como si estuvieran a punto de alcanzar El Aaiun liberado.
Los jóvenes saharauis nos trajeron el recuerdo de la luchadora Sultana Haya. Qué gran injusticia que su nombre no haya aparecido hasta hoy en nuestras consignas, que no hayamos recordado hasta hoy su resistencia infinita en los territorios ocupados, “¡Todas somos Sultana Haya!” hemos gritado hoy un millón de veces. No se nos olvidará hasta que lleguemos a Madrid.
Hoy hemos caminado poco pero charlado mucho, durante las paradas, las comidas y hasta en la jaima que montó la asociación local. Qué alegría sentir a un pueblo tan solidario como el de Los Palacios que venía a traer a la jaima sus niños y sus palabras.
R., uno de mis amigos caminantes, recobra por días su fe en la buena gente del mundo tras años de luchas, traiciones y derrotas. Yo, con su sonrisa franca, recupero las fuerzas y la esperanza.
Etapa 5. Trebujena- Lebrija (24 de mayo)
Hay tantas formas de marchar como personas. Hay quien camina en soledad como si estuviera caminándose por dentro, descubriendo sus universos interiores. Ignoran los coches que los adelantan con urgencia infinita pero detienen la mirada en un caracol furtivo sobre un guardarrail o sobre un copito de amapolas que se asoma entre los trigos y lo hacen con la reverencia de quien está a punto de entender el porqué y el cómo de todo. Otras personas caminan en colleras indestructibles y prefieren el riesgo de asomarse a la calzada antes que renunciar a la compañía elegida. Y luego están las que saltan de una compañía a la otra buscando que la novedad de la charla ocasional les libere del hastío de poner un pie tras otro en el asfalto. Las hay liebres que adelantan la cabeza de la marcha y protestan del paso cansino de las tortuguitas despaciosas.
Hoy salimos de Trebujena por una recta y un llano infinitos. Casi echábamos de menos el arrugarse en colinas de la carretera en la ruta de ayer. Lo de hoy era una etapa corta, apenas una docena de kilómetros que se fueron metiendo en la marisma del Guadalquivir agreste en ocasiones, domesticada en cuanto nos acercamos a las organizadas parcelas lebrijanas dónde aprendí a coger algodón y poner en aprietos a las primeras máquinas recolectoras allá por los años 80.
Los chicos de la comunidad saharaui trebujenera, camiseta negra de la marcha sobre su piel morena, encabezaban y daban brío y ritmo a la marcha. Me recordaban a los Panteras Negras de los EEUU pero con mucha menos marcialidad y muchas balas de sonrisas.
Lebrija nos recibió afable. Un par de veces tuvimos que responder a los aplausos espontáneos de algunos jóvenes locales. En una plaza céntrica nos esperaba la comunidad local y algunas autoridades. Naranjas y palabras. Prefiero, si hay que elegir, las primeras. Manu Basallote lo volvió a decir: “Es momento de hechos, no de palabras”. Sánchez, el de “Sánchez atiende el Sahara no se vende” debe ser valiente. Lo dudo. No es que sea cobarde. Es que sus intenciones y motivaciones son otras. Sigamos caminando.
Al mediodía, el arroz de Esperanza a quien Manu había traspasado la tutela de los caminantes y la sonrisa franca de A. Una saharaui que habla con acento de Trebujena. El mejor de los masajes en nuestros ojos y nuestros oídos. Y por la tarde, mas amigos lebrijanos. El Tito y la Loli, casi nada.
Me duermo recordando el andar tranquilo y firme de Diego y la sonrisa de A. El mejor relajante.
Etapa 4. Jerez- Trebujena (23 de mayo)
Jerez nos regaló una mañana de frescos aires de ponientes, de cúmulos que amenazaban chubascos. Nada que nos alegrara más el día que recién nacía En la puerta del materno infantil del Hospital Universitario pensé en qué mejor regalo para los y las saharauis instalados en el Chicle que compartir con ellos nuestro sistema sanitario público. ¡Cuántas vidas exiliadas se habrán salvado gracias a ella! Defender la igualdad es también defender la sanidad pública, Es un deber.
Quizás despertamos con nuestros gritos de salida a alguna madre que esperaba su turno o que acababa de parir. Lo sentimos por ella y su descanso, pero que mejor nada mas valioso para las criaturas recién llegadas que el arrullo de la solidaridad. El mundo, criaturas recién llegadas, es un lugar difícil pero la solidaridad lo hace más habitable, no lo olvidéis, Os será muy útil.
Nuestro pelotón de personas amigas de los pueblos olvidados se comía la carretera. Rabia prisa por vencer al sol que peleaba contras las nubes de la lluvia que no llegó. Su lecha nos dio una tregua de temperatura que nos hizo avanzar más de los previsto, Por el camino se acercaban más y más amigas y amigos hasta doblar el número de la columna. También recibimos el apoyo de muchos conductores.
Avanzamos entre viñas y girasoles subiendo y bajando con la columna estirándose y encogiéndose, parando poco y sonriendo para animar a las personas que se quedaban rezagadas. El valor de los pasos no es igual para todas y lo importante es ponerse a caminar.
Pasamos Mesas de Asta y casi no nos dimos cuenta de que allá al fondo se empezaban a ver los blancos de las fachadas de Trebujena. Parte de la corporación vino a recibirnos ya a caminar con nosotras y nosotros. Hay quien camina y quién se esconde, Ellos y ellas daban la cara y ponían los pies. Y eso que la mayoría de los que llegábamos no podía votarlos como representantes, ¡Cuanto que aprender, por la vida!
En Trebujena de nuevo el recibimiento agradecido de la comunidad saharui y los discursos. Me tocó saludar en nombre de las y los caminantes. Recordé a quiénes no caminan hoy porque están en la guerra mas infame y a quienes dicen caminar con nosotros pero traicionan sus palabras con sus hechos arteros.
La tarde, una vez que se fueron los que solo vinieron a caminar un día y se recogieron los vecinos, fue para los amigos. F, JA y A nos alegraron con sus regalos y su presencia, Hablamos de mostos, de memoria y de historia. Bebimos y brindamos. Gracias. La magia de la bodega de Juanillo Raposo fue la última estación. Mis amigos caminantes R y X, de los que prometo hablar otro día, duermen hoy con las piernas más doloridas pero con una sonrisa más grande que todos los desiertos del mundo.
Etapa 3. Rota-Jerez (22 de mayo)
La comunidad saharaui de Rota es muy combativa… y numerosa. La entrada y la salida del pueblo con ellos fue ruidosa y alegre. Tuvimos, además de policías con uniforme, toda una cohorte de mujeres con melfas de colores que no cejaron de gritar ni un momento y de hombres con derrás, así dice la RAE que se llama su vestimenta típica. Eso sí, ellas además de gritar combativas semejaban los numerosos carritos de los bebés que aseguran la continuidad de su pueblo. Con alguna excepción, el cuidado familiar en el exilio sigue siendo femeninos entre la comunidad saharaui. Triste papel asignado a mujeres tan valiosas que resisten como Sultana en los territorios ocupados y que se enfrentan a la represión y la tortura o que desactivan minas en la franja.
Salimos de Rota bajo la severa tutela de la Guardia Civil que no entiende de permisos y nos obliga a caminar por el arcén. Durante los primeros kilómetros, hoy serán casi 20, bordeamos la base militar norteamericana. De utilización conjunta dicen pero los aviones que despegan para llevar la muerte a otros puntos del mundo no llevan mercancía bélica nacional. Los caminantes saharauis no olvidan, tampoco un servidor, que junto las infames dinastías relees de España y Marruecos, los EEUU fueron la tercera pata de la traición que les robó su patria y aún hoy apuntalan con su respaldo los deseos de ocupación de Mohamed VI, alias “Mohamed, capullo, el Sahara no es tuyo”.
Nos acompañó al principio un poniente agradable que facilitó los pasos pero que se ausentó en cuanto en la lejanía de adivinaban las torres carcelarias de las prisiones portuenses. La albariza le ganó el lugar a la negra tierra de labor y el calor del asfalto volvió por sus fueros. Cuando solo nos rodean viñas u olivos jóvenes se callan los gritos, aunque se conteste con el puño levantado a la solidaridad de algunos conductores. Las charlas se vuelven de a dos, amables e intensas, y la marcha se estira y se encoge como una goma. Doce minutos por kilómetro en el mejor de los casos y alguna parada junto a los coches de apoyo para hidratarse. Hace falta.
Los últimos tres o cuatro kilómetros se hacen en coche. La única alternativa es una autovía superpoblada de las familias que buscan las playas de Rota y Chipiona. Es una locura seguir en los arcenes.
Llega a Jerez, la marcha saharaui. Las terrazas abarrotadas. Ya no parece haber miedo al Covid-19 pero la marcha sigue llena de mascarillas. Los ojos de las y los marchantes parecen más profundos sobre la telilla azul de las máscaras. Jerez se sorprende de ver ocupadas las vías de su ocio por la gente del desierto pero sonríe y en algunos casos aplaude.
Luego, en el patio del Ayuntamiento, se celebra la acogida y la ceremonia de la tierra. Portamos una vasija donde hemos depositado tierra del Sahara y de los campamentos y en cada etapa las asociaciones del lugar la enriquecen con un puñado de tierra local. En Jerez, tierra de la barriada del Chicle, no podía ser de otra forma. Allí se asienta la mayor parte de la comunidad que nos ha recibido jaranera y vociferante. “Tierra con tierra y sangre con sangre”, grita poética y agorera una mujer saharaui a mi poética yisma mujer que mueve los pies y los brazos rítmicamente para bailar cuando acaba, en la plaza aneja, la danza de los comunicados.
La Marea Violeta de Jerez reflexiona sobre el papel de la mujer saharaui en su estado de exilio sin tierra y en su lucha. Interesante. Creo que ellas comparten este dolor mío del principio y desean para la nueva mujer saharaui, como Habiba, un papel que augure otro presente y otro futuro.
Es la hora de acabar la fiesta y de ir a dormir. Las piernas duelen ya. Protestan. Pero el amor es más fuerte.
Etapa 2. Puerto Real – El Puerto – Rota (21 de mayo)
En Puerto Real, ayer, la bandera saharaui saludó el atardecer desde el mástil de honor del Ayuntamiento. Para un pueblo, el saharaui, al que se la ha robado hasta el derecho a izar su bandera, ver ondear su enseña en mástiles oficiales debe ser como si dieran un paso más en su sueño. Así fue.
A la mañana siguiente, engrasando las rodillas aun dormidas por los caminos de salida con la Policía Local abriéndonos el paso, tuve el honor de compartir la pancarta de cabecera con Habiba. Tiene ojos y cuerpo de niña, pero cuando empezó a hablarme de las tristezas de la guerra que habían tenido que retomar, la cantidad de jóvenes que habían dejado la Universidad en tantos sitios –España, Argelia, Cuba, etc.- para tomar las armas por su pueblo, maldije para mis adentros el futuro. Cuando supe que eran las mujeres las que se dedicaban en las tareas de detección y desactivación de minas en el Sahara Liberado, su figura se me agigantó. Días atrás, me afanaba yo en explicarle a una sobrina de la misma edad que Habiba, y que preparaba exámenes de historia del Bachillerato, qué era aquello del bloque fascista en España durante el 36 y quienes eran las potencias fascistas en Europa y en el mundo. Habiba y mi sobrina me parecían seres de diferentes galaxias. Un pueblo en resistencia y rebeldía genera mujeres mucho más despiertas.
En cuanto llegamos a El Puerto, tras una agradable ruta por Los Toruños, supimos que llegábamos a un sitio diferente. Ya no había escolta. Ya no teníamos derecho de manifestación según nuestra administración local. La Policía Local no tiene pantalones para patrullar y las manifestaciones –ya sean de pensionistas o de gente solidaria con el Sáhara– tiene que jugarse el tipo para ejercer sus derechos. Tuvimos que ocupar la carreta para seguir marchando hacia la ciudad. La Policía Local no tiene pantalones y el equipo de Gobierno sólo está para reunirse con los empresarios de norias y espectáculos veraniegos. Si no hubiera intervenido la Policía Nacional, aquello podría haber acabado en drama. Pero no, era emocionante recibir los golpes rítmicos de bocina que anunciaban la solidaridad de los conductores y las conductoras… que venían de frente. La cola que llevábamos detrás opinaba de otra forma.
En el Paseo de La Victoria nos envolvió el cariño de las familias locales y de nuevo sentimos el desprecio con forma de ausencia del Gobierno municipal. Estaban muy preocupados por esquivar la piedra de la reprobación del pleno. Pero la reunión terminó y no le vimos el pelo ni a Germán ni a muchos y a muchas más. Es el único equipo de Gobierno que hasta hoy nos ha negado una muestra de cariño. Será que no quieren pobres en su término.
La ausencia de la Policía Local -no tiene pantalones- se repitió por la tarde y a pesar de la nueva aparición de la Policía Nacional, el atasco fue infinito en la Avenida de Fuente Bravía.
La llegada a Rota nos devolvió la sonrisa. La comunidad saharaui local, las asociaciones solidarias y los bravos pensionistas locales escoltaron nuestra entrada por las calles. Nos llegaban las sonrisas y los aplausos desde las aceras. Y la Policía Local de Rota, que llevaba pantalones como toda la vida, nos acompañó en todo momento.
Etapa 1. Cádiz-UCA- Puerto Real (20 de mayo)
Y es que el fondo, todo es cuestión de emociones. El mundo, como el té, puede ser cruel o tierno, puede saber a miel o a hiel. Son nuestras emociones las que nos hacen percibirlo de una u otra manera.
Organizar un acto como la Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui que ha empezado hoy a las 10 en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz ha significado poner de acuerdo en comandita de intenciones a muchas organizaciones, asociaciones, administraciones y personas. Mas de treinta. Escucharlas a todas leer sus comunicados mientras el Levante sacudía la plaza urgiendo la salida antes de que el sol se volviera castigador en exceso, con una megafonía digna de peores evento fue sin duda el primer esfuerzo de las personas que acudieron al llamado de la solidaridad con el pueblo saharaui. En la mayoría de los casos, los esfuerzos de las y los portavoces por contagiar de emoción a las personas oyentes fueron, como mínimo infructuosos. La repetición de consignas e ideas se hizo tediosa.
Solo Habiba, una joven venida hace 20 años desde los campamentos, cuando nos habló de su doble condición de andaluza -española, dijo ella- y saharaui y llamó torturador al rey marroquí y nos habló de su experiencia, solo Habiba nos trajo de nuevo la emoción. Yo que me andaba preguntando porque casi todo el mundo acusaba con el dedo a Mohamed, el verdugo, el rey que les tocó en desgracia a nuestros vecinos y casi nadie se acordaba de acusar de la misma infamia traidora a la dinastía que nos tocó en mala suerte en estas tierras nuestras abracé a Habiba con los ojos.
Y la historia de los baúles para almacenar los enseres para el regreso a la tierra propia que desde el 91 aún se guardan en los campamentos como testimonios de la traición.
Y a Diego Cañamero, también. Diego sabe evocar esas emociones que nos conectan con lo mejor de nosotros y nosotras mismas. Nos habló de un pueblo de gente en pié que lleva 35 años sin poder cultivar sus tierras y sin cosechar en sus mares. Y eso le parecía una tragedia a este hombre que tanto de la tierra y los campos. Y supo unirnos en el triunfo futuro afirmando que cuando los hombres y las mujeres del Sáhara vuelvan y cultiven sus tierras, en Andalucía y en el mundo, estaremos mas cerca de poder ser dueños de las nuestras.
Luego iniciamos la caminata. Por fin. La avenida de Astilleros se pobló de banderas y gritos. “Sahara, Libertad; Polisario, vencerá” “Libertad, a los presos, libertad”, “Viva la lucha del pueblo saharaui” o “Mohamed, atiende el Sahara no se vende” o, más choni, “Mohamed, capullo, el Sahara no es tuyo”. Se mezclaban los tonos. Uno sabía cuando la garganta que iniciaba el pareado era saharaui y cuando era de Cai, Cai. Pero la emoción nos embargaba. Y aunque nos pedían que guardáramos garganta para calles mas habitadas perro no había manera.
La Universidad de Cádiz nos recibió cálida y fría. Los amigos, en la puerta, nos dieron agua pero las y los universitarios siguieron navegando ajenos por las redes. La causa saharaui despierta simpatías pero, da la impresión, de que fuera de los ambientes solidarios en la Universidad siguen creyendo que la historia solo son palabras en un libro. El único calor en aquella escalera, la de la foto, lo llevamos nosotros y nosotras.
Yo llegué a Puerto Real un poco confuso por emociones en un sentido y otro. Pandemia, calor, mascarillas, el ambiente está raro para las manifestaciones de los amores de los pueblos. Comimos en un parque que solo estaba habitado por la gente que descansaba con los pies calientes. ¿Dónde estaba la gente combativa de Puerto Real, la que prendió las barricadas contra la reconversión, la que llenó los barcos de solidaridad para Cuba? Era la hora de la siesta. O será el siglo del sueño de los pueblos.
Espero disfrutar mañana de emociones más positivas. Hoy me quedo con las palabras Habiba y las metáforas políticas de Diego. Las guardo en el baúl que abro hoy con el que retornaré a la utopía. Las volveré a sacar antes dormir para despertar con mejor disposición.