Ya es Navidad. Otra Navidad más. Y soy afortunada, por tener a los míos, conmigo, todavía. Por contar con los amigos de siempre, y los amigos recientes. Y por tener algún sitio al que volver, o en el que quedarme.
Algunos de mis conocidos odian estas fechas, en las que parece que quererse mucho se impone, como parte del merchandising diabólico de algún centro comercial. Nieve por todas partes y gorros de lana, aunque el termómetro marque veintiséis grados. Turrones, polvorones y pastelitos de gloria. Anís. Zambombas (que no zambombás). Quizás coincida un poco con los “scrooges” que me rodean, en algunos de sus argumentos. Pero en seguida veo la cara de mi hija, ilusionada con un señor con barba de plástico, sentado en un trono de cartón piedra y terciopelo rojo. A ella no le duelen los pies, ni la vida, ni le importa esperar media hora de cola para decirle al oído a su rey mago favorito que quiere la cesta de picnic de Frozen (de este merchandising, diabólico también, hablaremos otro día).
Recuerdo entonces cuando yo tenía la misma luz en los ojos. Cuando todavía creía en todo lo que creíble. Y me sabía, aún más rico, el turrón de chocolate. Vuelvo a amar estas fiestas.
Imagino que si no existieran, serían otras, las que determinarían el punto de inflexión, el momento de pararse a pensar, y aminorar un poco el paso, para mirar alrededor. Es uno de los contraargumentos que uso, para convencer de que sí que merecen la pena. Otro, es que estos días son la excusa para hacer regalos. La noche de Reyes, es la noche más mágica del año, para los niños, y para los mayores que tenemos niños. Y son los regalos materiales los protagonistas del seis de enero.
Y ahora viene la tontería: propongo que ya que hay que regalar estos días, se regalen otras cosas, muy distintas, que sirvan para el resto del año, y alimenten la vida.
Para mi hija: un precioso tiempo extra sin móvil a mano. Desconectaré todos los dispositivos dos o tres, o más, días enteros en la semana. También entusiasmo, y pintura de dedos. Purpurina, y alegría. Plastilina, y más cuentos.
Para mis padres: más agradecimiento, más palabras de ánimo, y un puñado de recuerdos compartidos sin reservas.
Para mis amigos: un café, dos cafés, tres cafés. Empatía, comprensión, más risas.
Y pido para mí, que la vida me regale paciencia, un poco más de ilusión, empatía, también, para poder practicarla más a menudo, y ganas, muchas ganas de seguir.
Es tiempo de regalar, y aunque parezca que les propongo regalos muy caros, son más útiles quizás que una Tablet, o cualquier trasto de Apple. ¿verdad?
Feliz Navidad a todos. Feliz vida. Feliz camino, juntos. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso