Para los que emigran a otras tierras, el arribo siempre representa la esperanza, desde la época bíblica, peregrinan los habitantes del planeta en busca de una vida mejor.
Europeos, americanos, asiáticos, africanos… todos en algún momento de su historia, han abandonado su propia tierra para explorar otro camino en el que creen que les irá mejor.
La situación mundial que se vive hoy en día es diferente de la que acontecía, cuando por ejemplo, los españoles para escapar de la Guerra Civil, o terminada ésta, huyendo de sus secuelas, o más tarde instalada la tiranía, veían en América el sitio ideal para reconstruir su vida y luego llevar con ellos a su familia, único bien que dejaban, porque nadie poseía bienes materiales.
España en la actualidad se enfrenta al problema que representan los habitantes del otro lado de la Costa de Marfil, gente empobrecida en la mayoría de los casos no solo de manera material, sino con una pobreza que arropa la conciencia, pero yo diría que en ellos, ese tipo de “pobreza”, es en cierto modo perdonable.
A diario somos oidores y espectadores de historias dramáticas vividas por los inmigrantes que se aventuran a cruzar la raya que no deben traspasar, nómadas portando sólo la piel como equipaje y un subliminal cargamento de esperanza que es imposible hacer realidad porque adonde llegan, el color verde se ha pintado de gris y nunca el gris ha sido un matiz que otorgue expectativas.
La crisis deposita sobre los seres humanos una especie de gravamen, tan oneroso como lo son los impuestos que nos obligan a acatar, ante los cuales, muchos españoles o no, se ven impotentes por la falta de un trabajo que les permita obtener dinero para subsistir, menos aún para cumplir con Hacienda.
La crisis no obstante, sirve también para sacar de quien lo tiene, su mejor lado, esa cualidad que nos hace más humanos, permitiéndonos ver más allá de nuestras narices y compartir lo poco que se posea con aquellos que carecen de todo.
Otros en cambio, deberían hacer un examen interior que les permita sacar los sentimientos infortunados que no les dejan entender las necesidades de esos seres desventurados que por no tener, no tienen tierra, ni familia, ni alegría de vivir.
Ojalá pudieran sembrar en ellos mismos un rayito de luz que les permita ver la tristeza de unas personas cuyo único afán es buscarse una mejor manera de cargar con la vida, ellos son víctimas del mismo sistema que está obligando a muchos españoles, a dejar sus hogares e irse a otros países, donde la situación está siendo menos onerosa.
Esta gente convive con la muerte de manera cruel, son testigos presenciales de la partida de familia y amigos involucrados también en la aventura, a los que no se si catalogar de suerte o desventura, que sucumban antes de pasar por otra clase de infiernos que espera a este tipo de viajeros. DIARIO Bahía de Cádiz