A estas horas de la noche el pasillo, que lleva a la habitación de los desahuciados en la planta de geriatría del hospital, adquiría cierto aire de calle marginal de cualquier gran ciudad. La poca luz de las bombillas de bajo consumo, el cebador del tubo fluorescente a punto de agotarse produciendo un rítmico y sonoro parpadeo, junto a esa mezcla de los olores propios del dolor, con algún que otro acompañante deambulando como un fantasma entre zonas de iluminación tenue y sombríos, nos transporta a cualquier callejón, en los que es mejor cambiarse de acera que cruzarse con alguien.
Llevaban bastante tiempo aquellos dos compartiendo la sala en el hospital, grande para lo que es habitual, la dirección había decidido que ésta, por las características de su función -servir como marco para ‘el ultimo adiós’ a familias y amigos- fuera lo suficientemente amplia para albergar dos camas, aparatos de soporte vital, y cuatro sillones por enfermo. Los familiares se conocían después de tanto tiempo y a menudo se liaban en grandes conversaciones, dejando al margen a los dos ancianos, que por otra parte hacia más de un mes que no abrían los ojos, enchufados a todo tipo de aparatos de control y ayuda para seguir ‘viviendo’.
El mal estado de los enfermos desahuciados, la duración del lento tránsito de la vida a la muerte, había creado como una especie de microclima de comportamientos, en el que los familiares y amigos no estaban tanto pendientes de la salud de su enfermo, que sabían de sobra que no mejoraría, sino del estado del vecino de cama, de tal forma que si el enfermo ‘a’ se ponía peor, la familia del enfermo ‘b’ sonreía disimuladamente, se ponía mas contenta, más optimista. Pedro, el medico residente de geriatría, mantiene que esto obedece a la teoría de los vasos comunicantes del estado de animo vital, también llamado por él como ‘teoría del optimismo a la sombra de un muerto’, y dice ‘al perder toda esperanza de futuro, si el de al lado esta muerto, este proyecta una fuerza, que sin variar nada, te hace decir ‘al menos estoy vivo’ y sonreír levemente.
Las dos enfermeras de guardia mantienen una animada conversación sobre lo que están poniendo en Canal Sur esta noche. Una de ellas mantiene que es la película de Cleopatra de Elisabet Taylor, cuando baja de su carroza, empujada por decenas de esclavos negros, por una rampa al encuentro de Marco Antonio. La otra dice que no, que es Susana Díaz bajando la misma rampa del trono el día de las elecciones, rodeada de toda la su corte, después de conocer resultados.
Suena una alarma, el enfermo de la cama B acaba de fallecer; corren cortinas para intentar aislar el dolor e intimidad de este momento, comienzan la maniobras de desconexión de respirador, sondas, monitores, para trasladar el cadáver al tanatorio, una vez firmados lo oportunos certificados.
El enfermo de la cama A abre ligeramente un ojo, mueve los labios dejando una mueca, lo más parecido a una sonrisa, como queriendo decir ‘estoy vivo’, pero entonces, justo entonces, las alarmas que avisan del fallo generalizado de las funciones básicas suenan, y va y fallece. DIARIO Bahía de Cádiz