Qué los negocios andan mal salta a la vista. Qué la economía no funciona del todo, también. Qué la crisis resulta larga y penosa, estaremos de acuerdo. Sin embargo es con la precariedad de los tiempos y el aumento de las necesidades, cuando surgen los inventos, se agudizan las ideas y aparecen las genialidades.
Aquí en la Isla como en cualquier parte proliferan los negocios; se abren, se alquilan, se traspasan, cambian de actividad y cada cual busca la fórmula mágica o la más adecuada para sacar adelante el sustento diario o lo que es lo mismo, el pan nuestro de cada día.
No es tarea fácil ni poco costosa. El tema tiene tomate. Hay que echarle mucha paciencia, mucha sal y pimienta, pero sobre todo hay que atinar hábilmente para que las flechas de la imaginación sean capaces de acertar en la diana de los éxitos.
Los momentos son difíciles, coyunturales, y cada negocio intenta adaptarse bien a las demandas de los consumidores, a la invasión de la moda o a contrarrestar tanta venta ambulante, domiciliaria, televisiva, on line, por corro, etcétera.
Las grandes superficies, atraen al personal proporcionándoles tentadoras ofertas, cuyos aparentes ahorros se esfuman con la compra de otro artículo no ofertado. O cayendo en la astucia: compra tres y paga dos. O si te lleva la segunda unidad te ahorra un tanto por ciento. Y en realidad ¡Nadie da cinco euros a cuatro!
En todo este torbellino de ideas aparecen las tiendas de chinos y musulmanes, donde solemos encontrar casi de todos a precios increíbles. ¡Ah y las pizzerías! Las pizzas, comida importada. Evidentemente se han impuesto; introduciéndose en nuestros hogares. Y no sé si su secreto -como dicen- estará en la masa. Pero lo que sí sé de cierto es que los niños y la mayoría de los jóvenes las prefieren y los menos jóvenes aunque menos, también.
Si no se come en situ. Basta un golpe de teléfono para que en cinco minutos recibamos en nuestra propia casa una flamante y calentita pizza según el gusto elegido.
La Isla tan famosa por su exquisito ‘bienmesabe’ y sus buenas freidurías, donde además también se fríen caballas, morenas, choquitos, puntillitas y otras especies; contempla pasivamente el ir y venir de esas motocicletas transportando pizzas por toda la ciudad.
Y digo yo, que ocurriría si se empleara la misma práctica llevando a domicilio el sabroso ‘bienmesabe’ más calentito todavía, que el que se lleva el cliente guardando cola para adquirirlo. Y tal vez para la freiduría en cuestión, significaría aumentar el consumo, porque de verdad ¿Quién se resiste al olorcillo del adobo que sale de nuestros freidores?
Imaginemos por un momento a esas motocicletas inundando los aires de la Isla de un olor tan nuestro, tan rico, tan sabroso y tan socorrido para la cena de una familia, tanto como el que pueda representar una pizza.
Pizza que no se duda que sea más inmediata, cómoda, coyuntural, incluso más barata, pero no invita precisamente por su olor, además de ligar más con las colas y los refrescos, que con una cervecita o unas copitas de manzanilla de Sanlúcar o de un buen vino de Chiclana o de Jerez.
Confieso que no tengo absolutamente nada en contra de las pizzas, incluso en algunas ocasiones las he comido, pero desde luego particularmente pienso, que entre el sabor de una pizza y el del pescaíto frito de mi tierra. ¡Prefiero el pescaíto! DIARIO Bahía de Cádiz