No es el tiempo que se invierte en asimilar que determinación tomar, cuando se estudia, razona, entiende o aprende, es la intensidad de concentración empleada para valorar y apreciar, aquello que mejor resultados le pueda proporcionar, en cada uno de estos casos. Hacer que se mantenga alerta, el interés, para no desviarse del asunto que le preocupa y elegir cuál es el que más beneficioso, le puede reportar, en ese momento los resultados que se apetecen.
Te has parado alguna vez a pensar la importancia que pueda tener este proceso que se lleva acabo, antes de tomar una decisión. Porque al igual, que los jugadores de bolsa o de azar, antes de realizar una operación, han de estudiar qué clase de determinación van a tomar, para elegir aquella que más beneficios le reporte. Y una vez elegido hallan, aquel que crean más adecuado, es cuando, exponen o arriesga, el caudal que tengan destinado para ello.
Ocurre en todas actividades que realizamos en nuestra vida. Si acertamos, nos vanagloriamos de ello, por el contrario, si erramos en la elección, al no conformarnos, muy seguro, que tomemos buena nota, para no volver a reincidir en el mismo error.
En la mesa de juego de azar, el que se distrae, debido a otros estímulos que le afecten -la mayoría de las veces de menor importancia-, queda desconectado, “in albis”, del juego o trabajo que esté haciendo, hasta que otro compañero le avisa, para que continúe jugando, por ser su turno: “ahora te toca a ti”. Una distracción que se suele pagar cara, al situarse en desventaja con otros que compiten junto con él, por los mismos intereses.
Cuando reacciona, como si despertara, su espíritu, abandona ese estado de catástasis para reintegrarse, de nuevo a lo que estaba haciendo, lo cual, se suele hacerse de forma acelerada y confusa.
Mientras estuvo distraído, ausente, lo que suele llamarse “en la inopia”, si bien su mente descansó, dejó de prestar atención, en este caso, al juego, perdiendo con ello, interés por lo que estaba sucediendo e interrumpió el seguimiento de las jugadas.
En cierta ocasión, estuve presente en una partida de ajedrez, donde los jugadores, arriesgaban una cantidad en efectivo. Era una mesa con tablero, de grandes dimensiones, cuyas piezas de jugar, también, monumentales, y los dos jugadores, de pie y en torno a la mesa, realizando sus jugadas. Ambos, profesionales, expertos en la práctica del ajedrez. Detrás, haciendo corro, un número de personas, atentos, por conocer el desarrollo de la partida, pendientes, a las jugadas de uno y el otro. Para darle mayor emoción al juego, estos profesionales acuerdan acortar el tiempo de las jugadas, aumentando así el entusiasmo y endurecimiento de la partida.
Tras unos breves segundos, de observación ambos, pronto tuvieron resuelta la estrategia a seguir, para de acuerdo con los movimientos que fueran haciendo, tanto el uno como el otro, elegir, aquellas piezas que deberían mover. En este caso como es natural, los peones, para poder abrir, las puertas a las demás piezas, situadas en la segunda fila.
Todo transcurrió bajo un ambiente propicio de silencio y concentración, pendientes de las jugadas que ambos hacían y de las manillas del reloj que les indicaba, el tiempo de actuación, de cada uno de ellos.
Tal era la rapidez en los movimientos de las piezas de ajedrez, que a los asistentes se nos hacía difícil verificar y conocer las jugadas que hacían. Y aún más, con esa regla de “pieza tocada, pieza movida” el hecho, de no poder volverse atrás, hacía a veces, que sus manos para no tocarla, la dejasen suspendida en alto.
La atención que aplicaban los dos jugadores en el juego, era tan persistente, que nos le permitía apartar la vista del tablero ni del reloj. La distracción, en cualquiera de los casos, haría perder un tiempo valioso, y con ello la partida.
Un camarero, que se acercó al grupo con una bandeja, tuvo la prudencia, de retirarse en silencio del lugar, evitando con ello, distraer a los jugadores.
Y si en un principio hicieron tablas, en una segunda jugada, uno de ellos, sin que nadie los presentes lo hubiese previsto, dio, jaque mate al otro. Terminada la partida, pagó el perdedor, la cantidad estipulada y ésta se disolvió, en silencio y sin comentario alguno.
Aproveché entonces, antes de que abandonaran el local, para poder hablar con uno de ellos, el cual, tuvo la deferencia, de mostrar sobre uno de los tableros, una de las movidas que había efectuado con buen resultado. Tras una charla afable, con este jugador de ajedrez, descubrí y aprendí a valorar, que la mente humana es el motor principal que rige nuestro ser y le da sentido a nuestra vida, y a la vez nos da a conocer, la valía y experiencia de nuestros semejantes.
Y es que el cerebro humano, como toda máquina, se le debe también lubrificar, para tenerla siempre en funcionamiento, y rinda el máximo, en todos los actos de nuestra vida. El lubrificante, en este caso, sería, el interés por saber y aprender Y como acelerador principal, para que funcione con potencia y rapidez, el uso continuo, para mantener las dendritas en buen estado. Una maquina viva, que nos hace ver y medir, la valía y cordura de los seres humanos.
Luego a lo largo de mi vida, he conocido muchas personas, destacados pensadores, titulados o no, con los que he tenido el privilegio de aprender de ellos, que la mente, cuando se le estimula y se la hace crecer, nos hace ver y sentir, cuanto somos y valemos. Filósofos, profesores, oradores, gente de valía, me han aportado muchos de sus conocimientos, y hecho saber, la importancia de este órgano.
Y tal dijo Mark Twain del ser humano, “es la criatura, que hizo Dios al final de la semana, cuando ya estaba cansado”; a lo que le añadiría que antes de echarse a dormir, dejó a sus ángeles, al encargo, de administrar en las sucesivas generaciones las dosis de sabiduría, necesarias, para que se entendieran entre ellos. Lo que se vienen haciendo, pero con la salvedad, de que, lo están haciendo “a ojo de buen cubero”, porque se le olvidó a su Soberano, entregarles el dosificador para que todos tuvieran la misma capacidad de discurrir. Y es aquí por lo que exista esa diferencia entre unos y otros. DIARIO Bahía de Cádiz