En esta sección denominada ‘De la vida misma’ viene al caso y como anillo al dedo, relatar y compartir con ustedes -mis queridos lectores- una de las muchas vivencias que se producen dentro -de la vida misma- y que nos ocurrió a mi mujer y a mí el pasado día catorce de Abril, como le podía haber sucedido a otra pareja con motivo de un viaje que hicimos a esa bonita, luminosa y hospitalaria ciudad onubense.
Llegamos sobre las tres de la tarde aproximadamente para alojarnos en el hotel Barceló Beach Resort. Y tras registrarnos, nos asignaron amablemente la habitación, dejamos las maletas en la consigna de la recepción y nos dirigimos al comedor.
De la recepción al comedor había cierta distancia, que tuvimos que salvar andando, dado que el comedor se encontraba situado en otro edificio distinto.
Una vez elegida la mesa delante de la cual todavía permanecíamos de pie, cuando mi mujer de repente se desvaneció y de no existir dicha mesa y la silla correspondiente, hubiera ido a parar directamente al suelo y seguramente las consecuencias tal vez hubiese sido otras muy distintas. No obstante no llegó a perder el conocimiento totalmente, pero sí se quedó en estado de semiinconsciencia, acompañados de unos sudores fríos.
Todas estas circunstancias fueron advertidas por tres de las chicas del hotel que se encontraban atendiendo el comedor, y que acudieron rápidamente prestándoles todo tipo de auxilio y cariñosa ayuda para que mi mujer, fuese recuperando poco a poco su tono. Episodio que comunicaron también ‘rápidamente’ a la dirección del hotel; personándose en situ de inmediato el subdirector.
La tendieron sobre dos sillas que se juntaron a modo de cama; una de ellas le alzó los pies en alto manteniéndolos así durante bastante tiempo con la cabeza baja; otra, la abanicaba para suministrarle el aire que precisaba y una tercera, le hablaba cariñosa y consoladoramente. Le trajeron un zumo azucarado, que tras su ingestión fue recuperándose lentamente.
Una vez restablecida, el subdirector que había estado presente hasta ese momento, ordenó que se le trajera una silla de ruedas para poder trasladarla a la habitación, hecho que realizó según creo una chica de la recepción y quizás faltó, en mi opinión, requerir la presencia del médico del hotel; cosa que desde luego hice particularmente por mi propia cuenta al día siguiente. Resultado: bajada de tensión y descenso de azúcar.
A partir de ahí durante todo el tiempo que hemos permanecidos en el hotel (ocho días completos), cada vez que coincidíamos en el comedor según horarios y turnos de servicios con cualquiera ‘de las tres’ que advirtieran nuestra presencia, se acercaban amablemente interesándose por el estado de salud de mi mujer con frases tiernas, mimosas y consoladoras; llenas de cariños.
El comportamiento de estos tres -ángeles- puede que sea considerado como normal y que entra dentro de una reacción lógica y humana en un centro además de servicio como ese, pero para el que le toca vivirlo como yo fuera de su entorno, lejos de su familia y de sus gentes; encontrándose desolado, sin saber qué hacer e impotente porque a la sazón, la situación del momento le puede, sabe valorar y agradecer hasta el infinito, la reacción benefactora del auxilio prestado.
Sus nombres, los cuales, estarán siempre grabados en mi corazón, en mis sentimientos y en los de mi mujer son: Laura Díaz, Nuria Albert y Celia Orta. Y así lo reivindico ahora públicamente mediante este artículo para compartirlos con ellas y mostrarles nuestros eternos agradecimientos tal como se los prometimos.
Y como consecuencia, dejamos también constancia de sus loables actuaciones a través del cuestionario de evaluación, que los hoteles suelen requerirlos de sus clientes, para mejorar las bondades y los comportamientos de sus prestaciones y servicios.
Finalmente, debo decir que -el comportamiento- de estas tres empleadas de este hotel, deberían figurar en sus respectivas hojas laborales de servicios como así lo hice constar a los efectos oportunos a la dirección del mismo en el citado cuestionario.
Asimismo, porque no sería justo omitirlo, agradecer también a un matrimonio próximo a nuestra mesa (Ángel y María del Carmen, vecinos de Aranjuez) otro Ángel no solo de nombre sino por sus desinteresadas y amables atenciones en el momento del triste episodio y fue él, el que aconsejó la postura de los pies hacia arriba y posteriormente estuvo pendiente de nosotros durante toda nuestra estancia en el hotel.
Paradoja, consecuencia, lección y resumen de todo lo ocurrido. Decir que esta experiencia nos han demostrado, que todavía hay ‘muy buenas personas en este mundo’ tan convulso que nos ha tocado vivir y que a pesar de eso -lo sostenemos con acciones como éstas- que son las que verdaderamente cuentan, dignifican y nos hacen mejores ¡Gracias por ello a todos! DIARIO Bahía de Cádiz