Pretender uniformarnos es huir de la propia vida. Florecería la muerte. Nuestra existencia por sí misma, aparte de ser única e irrepetible, requiere de atmósferas armónicas, pero diferentes unas de otras, con su alma específica, siempre deseosa de vivir esa variedad en la que cada cual puede aportar, cuando menos su pulso, algo que hemos de hacer cada despertar. ¿Qué son los días, sino momentos fascinantes para crecernos; recreándonos en lo que recibimos y aportamos al orbe? De ahí, que todas las culturas sean precisas, por lo que su destrucción es un crimen en toda regla. Como quiera que este mes de mayo, concretamente el día 21, conmemoramos el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, yo quisiera propiciar una llamada a la reflexión, desde el respeto más absoluto. Qué bueno sería fomentar y que fermente un nuevo impulso de entendimiento.
Hoy más que nunca, el mundo necesita hallarse humanamente de manera fraterna. Tome fuerza la comprensión de los pueblos entre sí. Que ninguna población quede excluida. Por desgracia, vegetar en contradicción con nuestro propio raciocinio es el estado más insoportable. Solemos hablar mucho pero dialogamos poco. Decimos también innovar bastante, pero apenas participamos nada. En ocasiones, de igual manera, somos muy nuestros y debemos ser más de los demás. Olvidamos que acontecemos como un activo social, si quieren como un colectivo de bien predestinado a la bondad; en definitiva, como un motor de motores que han de trabajar unidos para que la especie prosiga. Naturalmente, el mayor patrimonio de humanidad que llevamos consigo, radica en esta pluralidad cultural. Tan distintos, pero no por ello, debemos ser distantes. No podemos hacer otra cosa sino aproximarnos. Es como algo natural. Todos con todos pero, en verdad, diferentes todos. Hace tiempo que lo vengo repitiendo. Vuelvo a insistir, como tantas veces ya lo dije: La fraternización del mundo es algo tan urgente que no puede postergarse por más tiempo.
Ese vínculo humanitario, inherente e innato entre la multiplicidad cultural y los derechos humanos, ha de hacerse realidad en todo momento y lugar. El enemigo del hombre no puede seguir siendo el hombre mismo, intentando destruir en vez de construir, inventándose contiendas en lugar de reinventar sosiegos, con su libertad de espíritu y creatividad infinita, haciendo otro mundo más conciliado. Nadie sobra en ese hermanamiento de cultos a la cultura más universal; son, precisamente, estas diferencias las que nos enriquecen como seres pensantes únicos. Hasta la misma diversidad biológica, sustento de la vida y de los servicios esenciales que nos brindan los ecosistemas, nos invitan a facilitar condiciones propicias para la conservación y su uso sostenible. También en este mismo mes de mayo, en concreto el 22, celebramos el Día Internacional de la Diversidad Biológica, lo que también debe hacernos recapacitar sobre el modo de reducir la tasa de pérdida de riqueza viva en favor de la ciudadanía y de nuestro hábitat.
Es esta multiplicidad de riqueza orgánica la que debiera entusiasmarnos para el cambio transformador de la ciudadanía con su planeta. Muchas especies están amenazadas de extinción. En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), junto a la Unión Europea (UE), acaban de acordar el apoyo a los países productores de maderas tropicales en el combate de la tala ilegal, por medio de una mejor gobernanza forestal y de una mejor promoción del comercio de madera de origen legal. Son estos gestos, esencialmente, los que hay que propiciar si en verdad queremos mitigar el cambio climático. Lo mismo ocurre con los efectos contaminantes por doquier espacio. Los humanos tenemos que avivar mejores prácticas humanas. En este sentido, la conservación, tanto de océanos como de continentes, es trascendente; pues si los ecosistemas de los océanos y las zonas costeras ofrecen servicios inestimables, desde atraer el turismo hasta protegernos de las tormentas, también los bosques ayudan a regular la erosión de los suelos y a preservar el abastecimiento y la calidad del agua.
Por todo ello, en virtud de esta complejidad de atmósferas y corazones, pienso que ya no solo los pueblos, también una aglutinadora comunidad mundial, debería comprometerse a conservar el espíritu armónico de esta diversidad, con la que no somos capaces ni de convivir solidariamente ni de fraternizarnos con ella. Quizás necesitemos reencontrarnos fuera de estos sistemas de producción injustos, tener otro estilo de vivencias, convenir la escucha, mejorar la atención, cada uno desde su peculiaridad. Con razón andamos siempre en búsqueda. No tiene porque ser siempre de alimento. También necesitamos aliento para seguir el camino, para sobrevivir al desaliento. Esta es nuestra belleza humanística, concienciarnos sobre la importancia del diálogo intercultural en un mundo globalizado diverso, que suele excluir, hasta normalizar la marginalidad, en lugar de ser más inclusivo, aceptando las divergencias.
Indudablemente, hay que combatir, a mi modo de ver con más tesón y persistencia, la polarización y los estereotipos para mejorar el entendimiento y la cooperación entre la ciudadanía de heterogéneas culturas. Nadie tenemos la verdad absoluta para actuar con firmeza. Sin embargo, creo que si debemos intentar que todas las personas nos comprometamos y apoyemos la diversidad mediante expresiones reales en nuestro día a día. Téngase en cuenta que las tres cuartas partes de los mayores conflictos tienen una dimensión cultural. Por eso, estimo que acciones como la alianza de civilizaciones han de apoyarse siempre, sobre todo en el marco de un diálogo intercultural, que también incluye el diálogo interreligioso o cualquier otro sumatorio de prácticas adecuadas que favorezcan la pluralidad. Únicamente, de este modo, podremos desalentar todas las manifestaciones de extremismo y de fanatismo que nos acorralan en el tiempo presente.
Hace falta resaltar los valores y principios que conducen al acercamiento, a la construcción de la cohesión social, a la reconciliación entre las sociedades. Estoy convencido que, en un mundo interconectado como el presente, el poder de la cultura para hermanarnos es clara, en la medida que sienta las bases para que esta multiplicidad pensante vibre en su conjunto, innove en su acervo, prospere y expanda el bienestar por todo el planetario. Si la creatividad de cultos a la cultura es nuestra energía renovable en un mundo global, también la diversidad biológica es el fundamento de la vida en nuestro planeta. Cuando disminuye esta variedad, sea cultural o biológica, se menoscaba gravemente la capacidad del planeta para albergar vida y entendernos en un mundo en el que nada nos puede resultar indiferente. Quizás tengamos que volver a los orígenes, a la naturaleza de cada ser vivo, a su raíz armónica, corrigiendo aquellas atrocidades irrespetuosas con el medio natural. En efecto, la destrucción de la diversidad es un mal augurio para todos.
No podemos degradar a ningún ser humano, pero también tenemos que dignificar nuestra propia casa. Sin duda, necesitamos una fraternización universal, cada uno desde su cultura, pero con el horizonte en una donación solidaria efectiva. Si resulta deplorable el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental; aún más triste resulta la falta de unión del linaje y, por ende, el intercambio de pensamientos. Ante esta realidad, reivindico nuevos discursos y enfoques para orientar la política cultural. Estos deben estar acompañados por compromisos eficientes que mejoren el intercambio entre la pluralidad de identidades. Al fin y al cabo, la combinación cultural es, para el género humano, tan ineludible como la mezcla biológica para los organismos nacientes. DIARIO Bahía de Cádiz