Más de cuarenta y tres mil horas inmóvil, notando el deterioro de ti mismo, esperando que alguien te llame, te hable, te mire, te diga algo, o simplemente te mire, sólo una mirada, es tan poco, pido tan poco, que un simple suspiro alrededor sería suficiente para darme un poco de sentido, no digo ya de alivio.
Insectos, voladores y no, me incluyen en sus recorridos diarios y me toman como parte de su ecosistema.
Mil ochocientas noches en compañía de la oscuridad, apenas la luz del alumbrado público que se cuela por la ventana, unas veces más intenso, otras más tenue, un alumbrado que marca las fechas y fiestas. Hoy lucen de colores -debe de ser carnaval-, hoy destellan como los intermitentes de los coches -debe ser Navidad-, y frío mucho frío, pero el frío que da esta soledad, este silencio.
Mil ochocientos días de escuchar el bullicio de la calle, de la chiquillería que corretea alrededor de madres que se afanan en comprar lo que sea, o quizás ni eso, solo pasear frente a escaparates, parándose delante de maniquíes inmóviles, sin vida, inexpresivos, con posturas imposibles y una falsa sonrisa de muñecos.
Tambores, cornetas, golpes de maníquetas contra el suelo. Pitos de carnaval, coplas, aplausos… Discusiones familiares del vecindario, ahora es la puerta de la casapuerta la que cierra bruscamente el Levante, ahora el rastro sonoro de una silla, las cañerías, el ruido de la cisterna a estas horas me desvela, ¿cómo que me desvela? La vida pasa por la calle un día, otro día y así hasta mil ochocientos amaneceres, mil ochocientas puestas de sol.
Sesenta meses, y según han ido pasando, un desasosiego me ha envuelto, me he ido preguntando que como era posible que nadie me echara de menos, que nadie se preguntara donde estaba, o quizás la pregunta sea porque no estaba, así, verano tras verano, invierno tras invierno, da lo mismo, solo, solo, solo.
Estoy en una pequeña ciudad, donde en un par de años te conocen y reconoces; no es la gran urbe de millones de habitantes, no estoy en una casa en medio de la nada, aislada. No se trata ya que te echen más o menos en falta, es que quizás no he llegado ser, ni siquiera mi sombra ha preguntado por mí.
Cinco años.
La prensa local se hacía eco hace unos días: “descubierto un cadáver en avanzado estado de descomposición en un casa de la calle Columela. Él cadáver fue descubierto encima de la cama, a través de la ventana, por unos albañiles que realizaban unas obras en el edificio de enfrente. Parece ser que el fallecimiento se produjo hace cinco años, no encontrándose evidencia de violencia”. Cádiz, noviembre 2015. DIARIO Bahía de Cádiz