Cuando leo este diario y me conecto con las páginas de opinión para leer a mis colegas de sección y a mí mismo, suelen aparecer al lado de mi artículo dos señoritas de muy buen ver, Silvia y Penélope -gentileza de los cookies de Google- que me ofrecen sus servicios sexuales. A veces incluso irrumpen más de dos mujeres, hay otras succionando penes o semen, otras fornicando con un señor que le hace sentir a uno envidia de pilila, escenas lésbicas, en fin, una orgía. ¡Qué vergüenza! ¡Niños, mirad para otro lado o pecareis!
Google me tiene leída el alma, me cataloga como un carcamal viejo verde que escucha música de los 50, 60 y 70 y de ahí deduce que debo ser un onanista impenitente, ávido de primaverales entrepiernas femeninas. Si utilizo un lenguaje adecuado a la temática de este texto diré que Silvia y Penélope me la traen floja, si quieren copular ahí tienen mi email, son ellas las que deben pedirme mi teléfono y mi tarifa porque yo, si quiero copular, lo puedo hacer gratis y con hembras más hermosas que ellas y seguro que más inteligentes. No exagero ni presumo, es que uno es así de irresistible.
Nos hemos convertido en babosas, por la Red vamos dejando nuestro rastro y ese Gran Hermano que siempre nos vigila se documenta con nuestra baba y nos clasifica para ofrecernos luego toda clase de productos comerciales, entre ellos meretrices jovencitas. Ya puestos, a mis espías les digo que a mí me gustan maduritas y rellenitas, buenas delanteras, buenas nalgas, las jóvenes son estéticamente encantadoras pero muy aburridas, sin vida y sin sentido del humor, y además les apuntaré a estos ciberproxenetas que me río mucho con sus miserables negocios de mercachifles que los vuelve millonarios con un dinero que logran a base de lavarle el cerebro a la gente y de persuadirla en una dinámica a la que llaman servicio público. Si no fuera por el dinero estos hijos de la gran ramera no hubieran inventado Google ni Microsoft ni nada de nada porque son como focas que hacen sus gracias porque luego les van a dar un pescado muerto a cambio y a eso le llaman triunfar en la vida.
A esta gentuza que por un lado defiende a la mujer y por otro promociona el puterío se la ponen de ejemplo a los menores y a los jóvenes y son una de las causas del maltrato a la mujer, tanto en edades menores como mayores. Esta hipocresía de los meapilas protestantes, judíos y católicos que están siempre a Dios rogando y con el mazo dando lleva decenios dándome por saco y jodiéndome a lo bestia sin que ningún código penal me defienda –de verdad, como ciudadano respetable- de esta mierda humana porque ellos son los que elaboran los códigos penales.
Silvia y Penélope, sois unas calienta péndulos y los que os exhiben unos tratantes de blancas legales que aunque tengan la ley de su parte no por eso dejan de serlo. Estáis intentando sacarle partido comercial a un casi sesentón como yo que os escupe a todos en la cara y os llevaría a Siberia si pudiera para que les calentarais allí la picha a los pingüinos. Sabed que el hecho de que, en efecto, yo sea un viejo verde y a mucha honra no significa que me salte a la torera la admiración y el respeto que siento por las mujeres, unos seres necesarios, dignos e indefinibles sin los que es muy difícil vivir (sin mujer entre las manos lo mejor es morir, dijo Rilke).
Google os utiliza para que me enseñéis las tetas y allí en Estados Unidos ni siquiera os permiten mostrarlas en la playa. Google ha plagiado parte de mis libros y los ha subido a la Red sin pagarme nada y encima me manda prostitutas y las cuela al lado de mis artículos a ver si puede pescarme. “Vamos a ver si le sacamos el dinero a este viejo con estas caras lindas”. Venga, venga, idos a tomar viento, por no deciros otra cosa, esto es Europa, no el país del que procedéis, por desgracia cada vez más imitado en mi tierra (tal vez los chulos que me envían la publicidad sean puteros españoles), imitamos a una sociedad de cartón piedra experta en envolver los sueños en papel de plata y en despreciar a la gente lo que pasa es que tiene comprados a multitud de medios de comunicación que suelen mirar para otro lado y entonces los bobalicones y las bobaliconas jóvenes de Europa y España hasta lucen camisetas y otros modelitos con la famosa bandera. Os felicito, sois los emperadores del marketing pero a mí no me la dais ni con Silvia ni con Penélope, precisamente porque ser un viejo verde tiene enormes ventajas. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig