“Era España una masa homogénea, sin discontinuidades cualitativas, sin confines interiores de unas partes con otras. Hablar ahora de regiones, de pueblos diferentes, de Cataluña, de Euskadi, es cortar con un cuchillo una masa homogénea y tajar cuerpos distintos en lo que era un compacto volumen…”. (José Ortega y Gasset, ‘España invertebrada’)
Por desgracia para España y para los propios catalanes, en España parece que ya no existen personajes de la categoría intelectual, de la clarividencia y de la inteligencia del gran Ortega y Gasset y, verdaderamente, es una lástima que esto ocurra, cuando es evidente que más necesitaríamos disponer de españoles dotados de tales cualidades, capaces de poner orden y sensatez en algunas partes de la nación española, que no se sabe, si por desidia de algunos, por intereses de otros, por fanatismo de unos terceros o por estupidez de las masas aborregadas, siempre dispuestas a seguir a quienes son capaces de lavarles los cerebros hasta arrastrarlos a precipitarse por el precipicio de la tontería y la propia destrucción; parece que estamos condenados a no salir de esta maldita situación en la que nos metieron los socialistas, precisamente en unos momentos en los que la sensatez y el sentido común debieran de haber sido la directriz del gobierno español.
Posiblemente, los ciudadanos de a pie, los que vemos las cosas que ocurren a nuestro alrededor de una forma menos alambicada, que nos impide un análisis más frio, tenemos tendencia a simplificar, a ver lo que nos afecta directamente como una simple alternativa entre lo que consideramos que nos favorece y aquello que pensamos que nos va a perjudicar y, por consiguiente, es necesario hacerle frente para evitar, en lo posible, que esto suceda. En ocasiones, nos resulta imposible aceptar que algo tan evidente, tan claro, tan indiscutible y tan importante para el pueblo español, por lo que respeta al cumplimiento de su Constitución, su innegable relación con la unidad de la nación española, su insolidaridad con el resto de los españoles, su falta de respeto por la democracia española y su incuestionable traición al Estado de derecho, como está siendo este desafío a cara descubierta, esta ofensa a la nación española y este intento de subvertir el orden constitucional por parte de una porción ( no todos afortunadamente) de los catalanes, empujados por unos políticos que, desde instituciones estatales, prevaricando, retorciendo argumentos, invocando derechos inexistentes y valiéndose del engaño, la coacción, la mentira, la tergiversación y la mala fe, han conseguido arrastrar a una masa de catalanes hacia teorías políticas irrealizables y anticonstitucionales; en cuya defensa siguen obstinados sin que, aparentemente, ocurra nada para conseguir que, esto que lleva años alterando la tranquilidad del pueblo español, se acabe de una vez.
Lo peor de todo este estado de cosas es que, los cambios políticos que se han ido sucediendo de unos años a esta parte, han favorecido que hayan aparecido en el campo de la política nacional una serie de nuevos grupos, muy afines a la extrema izquierda, que parecen estar dispuestos a admitir la posibilidad de que estos independentistas pudieran llegar a salirse con la suya. Los socialistas, antes acérrimos defensores de la unidad de España, a partir de la entrada en escena de este nuevo líder del partido, el señor Pedro Sánchez, ya no se muestran tan firmes en esta idea y empiezan a buscar atajos, soluciones eclécticas o componendas, más o menos legales, mediante las cuales piensan que se podría modificar la Constitución, para aceptar una España de tipo federal, en la que piensan que se daría cabida a un estado catalán pero, como pedía Companys, “dentro de la república española”. Una postura absurda porque, los catalanes, ya se han pronunciado varias veces en contra de semejante solución que, al parecer, no cubre satisfactoriamente sus ansias de independencia, que implican una ruptura radical con el resto de españoles para constituirse en una “nación independiente”, con todas sus consecuencias.
Estos días el independentismo ha dado un nuevo paso, consistente en anunciar la fecha de lo que, para ellos, se ha convertido en un tema de vida o muerte: el referéndum para someter a los catalanes la cuestión de si prefieren continuar siendo españoles o desean formar parte de una república independiente. Sin embargo, tanto el Gobierno como la Justicia española, parecen estar dispuestos a emular al paciente profeta Job y permanecer inactivos hasta que, una firma, una simple firma, señores, que parece ser precisa para que, a lo mejor, encuentren justificación para actuar y se animen a acudir al TC para protestar en contra del acuerdo del Parlamento catalán. Nos la estamos cogiendo con papel de fumar y es posible que, al valernos de tan delgado y débil material, se nos rompa antes de que tengamos tiempo de evitar que la mugre separatista haya dado el primer golpe, y prosiga avanzando, mientras el TC y las autoridades del país siguen pensando si tienen facultades o no para intervenir. Basta escuchar a Puigdemont y sus secuaces, cuando ahora, una vez han dado a conocer la fecha, empiezan a animar a los catalanes a que “por iniciativa propia”, por propio convencimiento, sin necesidad de que se firme convocatorias, aquel día señalado acudan a los centros que alguien señalará, donde encontrarán urnas en las que depositar sus votos. Ello supondrá que la propaganda va adquirir un papel destacado a través de la prensa, las TV, las radios y las tertulias, de modo que se vaya tejiendo la convocatoria, evitando que el Parlamento intervenga en esta parte de la preparación del referéndum.
Ahora estamos en tiempos donde el pacifismo impera, donde un guardia no puede pagarle un palo a un alterador del orden público, donde el okupa tiene más derechos que el propietario del edificio, donde a uno se le obliga a arrendar un piso bajo amenaza de multa, donde a los padres alguien descerebrado los denomina como “guardadores” o donde entrar en una iglesia y desnudarse dentro resulta que no es delito alguno. Si, señores, estamos en un país de tócame Roque, donde todo lo que se nos enseñó en las escuelas, nos inculcaron nuestros padres, aprendimos de nuestros mayores y leímos en los libros, ha dejado de estar vigente, la familia ya no existe, la Guerra Civil no fue como muchos la vivimos, gracias a esta escoria de la Memoria Histórica; la moral de antes se ha convertido en la inmoralidad de ahora y lo que antes era ilegal, estaba prohibido y se consideraba como una perversión, parece que se ha convertido en lo más natural del mundo; aunque el sexo que servía para que hombres y mujeres se acoplaran de una forma natural ahora, para justificar la igualdad y no existiendo otro medio físico mediante el que copiar a los heterosexuales, los homosexuales lo practican utilizando el intestino recto, excretor de las heces, como sustituto de la vagina femenina. Todo muy natural, higiénico y limpio.
Mucho me temo que, si esto sigue el curso que parece que va a tener, si los catalanes, tal y como han acostumbrado a hacer cuando las cosas se les ponen feas ( escurrir el bulto y salir corriendo), en esta ocasión están decididos a pasar a mayores; vamos a tener que contemplar cómo, todas las amenazas intercambiadas entre los unos y los otros, van a acabar con los habituales arreglos en los que, ambas partes, en una especie de representación al estilo de aquellas que les tenemos que soportar a aquellos del Orgullo Gay, se van a bajar los pantalones para acabar, como concluyeron las conversaciones de Chamberlain cuando Hitler se apoderó de los Sudetes. Aquello acabó en la Segunda Guerra mundial. ¿Y el Ejército, qué papel tiene en todo este asunto? Antes ya se hubiera manifestado, hubiera habido ruido de sables; pero esperar que esto suceda hoy en día, es tanto como pensar que los cardos van a hacer florecer rosas. El artículo 8º de la Constitución se puso como mero adorno y nadie puede imaginarse que nunca se utilice.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos dejado de confiar en que, este episodio independentista, se solucione como en otros tiempos se acostumbraba a solucionar, de modo que aquellos que pretendían salirse de las funciones que tenían encomendadas, sobrepasarse en sus atribuciones y traicionar el juramento de lealtad a la patria, recibían el castigo que las leyes tenían previsto para estos casos. Esperar que esto suceda en esta España en la que, el patriotismo, se ha convertido en algo pasado de moda, en donde lo que predomina es el pensamiento relativista y donde no hay nadie que tenga las narices para oponerse a toda esta gentuza que nos han enviado de fuera, para acabar con nuestros años de paz y bienestar; es como pedirle peras al olmo o, si me apuran, todavía más difícil. Me temo que, al menos para algunos, sigue vigente aquella frase de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, menos en medicina, claro. DIARIO Bahía de Cádiz