Es año de elecciones y tenemos que ir penitentes escuchando boberías. Hemos sobrevivido a los carnavales sin gastar un euro y nos proponemos hacer lo mismo con procesiones y misterios. La economía crece no sabemos bien cómo, con gente que no encuentra trabajo y mujeres agriándose las yemas de los dedos, dando cera a casas ajenas para dar de comer a sus hijos.
Deseamos irnos a Cuba con Zapatero, no por hacer alta política sino por irnos y perdernos en una isla donde no haya principio ni fin, sino solo circunferencia.
La política es avispero que cobra vida, en estos días en que las avispas reinas se pelean entre ellas para que nosotros, zánganos que las amamantamos con nuestro esfuerzo, creamos que se pelean por nuestro amor.
Tenemos el mismo futuro que el hombre muerto en el maletero, el que se descubrió ardiendo a gasolina volátil en su coche, en el puerto de santa María, en el mismo diseminado que hace algo de tiempo mataron a una mujer a bocajarro.
Nos colgarán el mismo futuro que la educación con Wert, el mismo que esos grados en España, que volarán para no volver, el mismo que los náufragos de la vida que no se ven porque se han vuelto invisibles, camaleónicas figuras que no dicen nada, pidiendo porque tienen hambre, con los almacenes de los bancos de alimentos, sin que paran nada. La vergüenza que sentíamos de estar entre los más necesitados, se nos ha quemado como al del coche, en un pis pas. Se nos ha olvidado porque ya no tenemos masa gris, batida por los programas basuras, por los debates, las chiquilladas de los políticos y los jueguecitos de internet que hasta a la Villalobos, cándida ella, le juegan muy malas pasadas. Pero ellos, en cambio, que son mejores que nosotros, no sostienen periódicos, ni limpian nalgas de niño con halibut, ni dan consejos publicitarios, ni ven el ranquin para saber si podrán sentarse de nuevo en una silla de colaborador de Telecinco. Ellos, solo ven las encuestas, escuchan voces de sirenas y esperan que le votemos, que saltemos a la puerta de su sede y que les llevemos como marea humana a sentarse para darnos jarrete en las espaldas, penitenciados por cuatro santos años.
Y es que somos crédulos de las narices, ascetas de la videncia del que nunca vio nada, porque no quiso ver más que las velas amarradas a la verga de su nariz.
Es año de elecciones y Dios nos coja confesados, porque después del debate estamos en parvulario y los niños han empezado a desbarrar y las madres van a ir a hablar con las tutoras y la demás madres y los demás niños están a la zaga a ver quién salta y quién es el delegado que viste mucho y da poder, ser el más guay del colegio.
Creíamos que habíamos sobrevivido a los carnavales sin mácula pero se nos quedó puesta la careta de payaso y así nos va, penitenciados tras la cruz de ser nosotros mismos, boca chancla para criticar y nunca cambiar nada, porque no creemos en nada que pueda cambiar en este mundo de carnavales y semanas santas, donde se pasa del gozo a la penitencia, sin rezar ni un padrenuestro. Padre nuestro que se fue porque lo maltrataron, lo crucificaron y lo enterraron y luego lo quisieron resucitar para mayor gloria de la política extrema que siempre se ha hecho sobre la piel de inocentes, degollados, mutilados y vueltos a crucificar.
Es año de lecciones, de tomarnos los cafés por montera, de abrir el periódico y enfadarnos o reírnos, o acongojarnos, porque mientras no nos quemen como al del diseminado, maniatados y espumeados, daremos rienda suelta la tecla, a la lengua vuelta y al verso desbandado, porque creemos en los zánganos liberadores de los malditos grupos de presión, en la libertad de vuelo y en que las avispas reinas se vayan a tomar por las dos alas. DIARIO Bahía de Cádiz