Pasar estas fechas no es fácil, si no por qué aplicar las nuevas tecnologías a boberías cómo saber cuándo callar y cuándo no decir obviedades, en las obligadas reuniones familiares.
La gente anda de muy mala baba y sé exactamente porqué. Se estresan y quieren pasar página rápido, pero las fiestas duran lo que duran y hay que cumplir los pasos pertinentes.
El trafico está insoportable, los contratos precarios, las elecciones han sido una ruina y el IVA galopado.
En plena prenavidad, se metían caña verbal dos conductores alfas, con gestos de ballet escocés, a dos manos.
Normalmente en estas fechas no trabajo, porque darle al tajo de las teclas cuando lo único que deseas es dormir y descansar de todo un trimestre en el que dejas playa y vacaciones, para meterte de lleno en la vorágine del día a día, es espantoso. Pero saben qué, este año es diferente, porque es pasajero, como cada uno de nosotros, tontorrones, que nos creemos tan eternos, como César antes que le dieran la puntilla final. Y en ese acto de mortalidad asumida, de asunción de que somos tan imperfectos, como un Picasso sin terminar de hacer, la ironía deja paso a las ganas de vivir, de ver el sol salir cada día, importándote todo un bledo, porque aspiras mar y sal y eso lo llena todo.
La mayoría de las veces estamos tan quemados como la tostada que lamió el suelo por la parte de la mantequilla, por pequeñas cosas, espurias y calcáreas que nos joroban la existencia. Pero somos sobrevivientes, enérgicos y tenaces, luchadores incansables, que nos tomamos un café leyendo un chascarrillo y gozamos como marranillos pensando que San Martín nunca puede tostar nuestras pencas. Pero puede, cuando quiera, por eso, estas fiestas son aprovechables, entrañables y pensando en nuestra propia mortalidad que llega a cada inspiración de oxigeno, lo mismo apreciamos lo que tenemos, lo que dejamos de lado, como aquella muñeca vieja que tanto queríamos, para volver a vivir y disfrutar de lo que merece la pena.
El del Mercedes que se peleaba a mano azada con el del Audi era un carajote y cuando basamos nuestra vida en mamandurrias somos unos desgraciados, porque no somos ni estamos, mas que amargados, por nosotros mismos.
Son fiestas de guardar en la memoria, porque tenemos capacidad para haber vivido y recordarlo, para guardar sitio para los que se han ido y calentarnos el corazón con ellos. Podemos dejar fluir el rencor, la ira y el hastío, como si fueran sangre contaminada, desde nuestras vísceras hacia a fuera, a que se pudran en este mundo, que devoramos como si nos fuera la vida en ello. Para efectivamente, perdernos en ello, no reconociéndonos ni a nosotros mismos cuando nos vemos en la luna de un escaparate de un gran supermercado. Lo mismo deberíamos reconocernos, mirarnos a los ojos y vernos. Recordar cómo éramos, cómo de felices éramos, y retornar adecuando nuestra vida a ello, porque les aseguro que gozarán con eso.
Los cuñados no son más que spoiler de películas que aún no hemos visto, los jefes gente que se amarga como nosotros por memeces, y la vida, una perra que está esperando que le acariciemos el lomo para ronronearnos de gusto.
Resbala la bilis amarga, por el impermeable de tus sueños, hazlo rápido, riéndote a carcajadas, que están escondidas en las comisuras de tus labios, esperándote. Deja sangrar todo lo que te lacre, déjate llevar por lo que te guste y disfruta, porque somos tan perecederos como el tiempo, tan ajados como él por lo cotidiano.
Siempre nos quedarán estas fechas, los amigos que nos socorren, los enemigos que nos impulsan y nos deben hacer reír. Los intrigantes, los disconformes, los opacos, la vida que nos descompone, y los nuestros, que son carne de nuestros pensamientos. DIARIO Bahía de Cádiz