En los días que se busca un trabajo y no se encuentra, se tira de lo que sea. Asistimos a reuniones de magdalenas con formas y colores inauditos que luego te venden a la docena. Nos tomamos un café pasándonos utensilios de plástico que nuestras abuelas desecharían por caros y feos, todo para dárnoslas de modernos, cuando en realidad es negocio de míseros euros con los que sacar resuello.
A la moda ya se unió hace mucho los taper- sex, reuniones en casas donde se habla de la grandeza animal que dispensan las parejas, a las risas y el canto bobo de utensilios que dejaron a la euforia de los años treinta en paños menores.
No es que estemos en contra de la sexualidad, sobre todo porque no estamos en contra de la libertad de hacer cada uno lo que le parezca, siempre que no jorobe al de al lado a poco que se menee.
Lo que debe pasar a la máquina de la cotidianidad es que la cruz de las monjas educando, nos dejó el raigón clavado dentro y ahora asoma por la punta, sacándonos la mala uva de tanta tonta dándose la Mata Hari. Puede ser también que se nos hinchen las narices el pensar en consoladores y cremas retardantes, pidiendo el primer café de la mañana, solo segundos después de haber dejado a los niños en el colegio. Que son ganas mezclar dulces con salados y vaginas con látex, tan temprano con el aliento aún sin desvirgar.
El sexo no es caridad que echarte a la boca, presumiendo de las dimensiones de tu legítimo, rompedor de anillos genitales e igualador de botellines de refresco de litro y medio. Es más bien festividad mas allá de los fines de semana, de laboriosa complicidad entre personas libres y entregadas, a la causa de darse placer mutuo.
Debemos ser gatunos de primera, los que nos gusta la privacidad y el amar en privado, porque el tema nos escancia y nos recoge las ganas y nos acordamos de la última reunión, temblando, cuando una de las congregadas salió andando a cuatro ancas simulando carrera tras un consolador anal.
La vida está hecha de retales como buena colcha de patchwork y hay quien cree que tiene la pieza completa del almacén de Merchán y solo es carne de mercadillo con tela apolillada y vieja.
Seremos viejos de andar por casa, para más anotar la matricula, viejas, pero pasamos de esas necedades como de las pesetas, buscando tiempo para usar el vibrador mental en la última de Amenábar que nos da blancos y negros, regalados. También nos pone cantidad el leer hasta que nos pesen las pestañas, que como las ventilamos tan poco en esos menesteres, nos da más placer contenido que hacer gárgaras con elixires bucales de nombres innombrables, facedores de entuertos peniticios, que no está el horno para bollos del tamaño de una coca cola de litro y medio. DIARIO Bahía de Cádiz