Se dice que al final somos lo que comemos, lo que sentimos, lo que escuchamos. Si el sentido más primario es el olfato, a través de él podemos reconstruir historias, situaciones…, el que más nos lleva, al menos el que más me lleva a recordar mi historia en una serie de fotogramas, casi todos en blanco y negro, es el sentido de oído. Los sonidos, la música me hacen revivir mi propia vida; creo que al final, somos todos un poco lo que hemos escuchado.
Si escarbo y llego a esa parte del cerebro donde se almacenan los recuerdos, en lo más profundo vuelvo a escuchar el sonido de las interferencias de Radio España Independiente, estación Pirenaica, que dan paso a las noticias de aquí cuando se emitían desde allí, y que iban y venían, mezclándose de nuevo con las interferencias, escuchadas en una habitación medio a oscuras, a un volumen casi imperceptible, mis padres con la oreja pegada a la radio y yo sentado en una manta en el suelo. En esa misma manta desde la que me chupé decenas de cartas que no entendía, de señoras que no conocía y a las que doña Elena Francis ponía remedio a sus males.
Bastante más tarde, en las tardes de verano, yo estaba empeñado en hacer propaganda ante el vecindario de la poesía más combativa, o más poesía, que es lo mismo, cantada por Paco Ibáñez, puesta a todo volumen hasta que la vecina del segundo gritaba a mi madre: ¡Lucia, dile a tu chico que quite a ese que parece un cura cantando misa!
Yo era más de Paco Ibáñez y de Raimon que de Serrat, así estaba la cosa, pero en lo más cercano aparecían en mi barrio la gente de Las Madres del Cordero, Moncho Alpuente, aparecía Hilario Camacho. Ni iban de grandes estrellas de la música con miles de discos vendidos, ni pasaban por el Olimpia de París, simplemente cuando les invitamos a cantar en el salón de actos de la parroquia, o en el club juvenil que estábamos intentando poner en marcha, ellos, con el permiso de la autoridad, allí estaban.
Hace un tiempo nos dejo Hilario Camacho, y con el se nos fue el rey que tenía en sus salones un rebaño de elefantes, y los cuatros luceros con la niña de los ojos negros…. La semana pasada nos dejaba Moncho Alpunte.
Moncho Alpuente, Luis Pastor, Hilario Camacho y otros llenaron de notas musicales e historias mi adolescencia, pero no la mía en forma individual, si no en función de las de otros adolescentes. Entre permisos gubernativos que no llegaban, secretas que a la menor de cambio tiraban de carnet al grito de “enciendan las luces”, con canciones sociales o intimistas, fueron haciendo mi banda musical, que es casi como decir me fueron haciendo tal como soy.
Y empieza a resonar en alguna neurona ‘No sea usted original’:
No piense bien
ni piense mal.
No piense usted
y acertará.
No sea original,
Don Fulano de Tal.
No lleve en la cabeza un orinal,
ni un cardo borriquero en el ojal.
Vista de gris: la moda del país,
y no se meta el dedo en la nariz.
Gracias Moncho, DEP DIARIO Bahía de Cádiz Fermín Aparicio