“Los políticos son siempre lo mismo. Prometen construir un puente aunque no haya río”. Nikita Jrushchov.
Apenas terminamos con la pesadez de la campaña electoral para las elecciones del 20 de Diciembre, cuando volvemos a las encuestas, a los enfrentamientos, a los habituales insultos y descalificaciones y a preparamos para un año en el que, si no resulta que, al final de tanto mariposeo, sea necesario que se repitan las elecciones por la incapacidad de nuestros representantes políticos para entenderse, ineptos para demostrar que, aparte de aserrín, todavía les queden algunas neuronas sueltas en sus cerradas molleras, poco acostumbradas a ser usadas con sensatez. Si alguien tuvo la peregrina idea de que, con estas elecciones pasadas, España respiraría y sus ciudadanos podrían volver a empezar a pensar en sus propios problemas, lejos de las eternas batallas infructuosas y cansinas de aquellos que, ante todo, tienen la obligación y el deber de gobernarnos, sin que, para ello, deban convertir el espacio político en un campo de Agramante en el que parece que, lo único que verdaderamente prima, es la falta de sentido común, la lucha por el poder, el empeño por satisfacer los respectivos resentimientos y el vicio de personalizar, en determinadas personas, las responsabilidades de formar gobierno; algo que, evidentemente, la ciudadanía no quiso hacer, en su intento de que la sensatez se impusiera y fueran los programas ( en realidad ¿los hubo?) y no los sujetos los que primaran y no el narcisismo de unos lideres en busca de su propio lucimiento.
España, señores, lleva demasiado tiempo pendiente de unos supuestos cambios que, para los partidos de izquierdas, parece que se ha convertido en una verdadera obsesión, en busca de establecer sobre la piel de Toro, no se sabe bien que tipo de sistema político, por las trazas que presentan sus declaraciones de intenciones, nos alertan de las pretensiones de los distintos partidos que esgrimen este argumento del cambio, poco o nada van a tener que ver con el sistema democrático del que hemos venido gozando hasta la fecha. Desde partidos más moderados, como el presidido por el señor Albert Rivera hasta otros, presuntamente de centro- izquierda, como el PSOE que, no obstante, parece que, últimamente, intenta escorarse a posiciones de extrema izquierda, buscando el apoyo de los comunistas bolivarianos representados por Podemos, verdaderos retrógrados de las ideas políticas, defensores de volver a tipos absolutistas inspirados en la Unión Soviética de Lenín y Stalin.
No es bueno y, por supuesto, debería evitarse, el que se esté hablando de tipos de políticas cuyas consecuencias nos llevaran a un enfrentamiento con la Europa comunitaria. Les guste o no al PSOE o a Podemos, lo mismo que a los separatistas catalanes; lo cierto es que estamos formando parte de la CE, a la que nos debemos y es preciso respetar esta alianza si es que tenemos intención de permanecer en ella. La pretensión, manifestada por Pedro Sánchez (que parece que no quiere atenerse a la evidencia de que, una parte importante de sus propuestas de cambio, nos llevarían a incumplir las recomendaciones que se nos hicieron desde Bruselas; entre las cuales y como una de las principales, fue la de que pusiéramos en marcha la reforma laboral) de insistir, entre otras ocurrencias, en proceder derogar la reforma laboral que el PP aplicó a instancias de Bruselas; no haría más que contradecir lo que las instancias europeas han vuelto a recordar al Gobierno de la nación, en el sentido de continuar profundizando en la misma. Ya vimos los resultados conseguidos por Tsipras cuando se empeñó en enfrentarse con aquellos que le habían prestado dinero, amenazando con no pagar los vencimientos de su deuda pública.
Aparte del espectáculo que estamos ofreciendo al resto de países con los que mantenemos lazos de industriales, de comercio y financieros; es obvio que, el mantener al país en un estado de incertidumbre, el amenazar a los ciudadanos españoles con imponer políticas de izquierdas, que puedan afectar a nuestra credibilidad internacional o la inseguridad jurídica creada entre los ciudadanos respecto al tratamiento de la propiedad privada, los impuestos, las leyes que se puedan promulgar restrictivas de las libertades individuales, o la implantación de políticas intervencionistas, incautatorias, expropiatorias o similares; no crean precisamente el clima de sosiego, tranquilidad, seguridad y fortaleza de ánimo para que los emprendedores se decidan a exponer su dinero o a pedir créditos bancarios; tampoco favorece que los industriales piensen en contratar más personal o a invertir más dinero en la modernización de sus fábricas. Y todo esto no hace más que poner palos en las ruedas de nuestra recuperación económica.
El empecinamiento en buscarle tres pies al gato, en provocar enfrentamientos con los otros partidos, el mantener posturas inmovilistas, el ir creando un clima de enfrentamiento entre los españoles, cada vez más virulento y profundo, a medida que las situaciones de interinidad se van alargando y cada bando se empeña en darle la culpa de ello al contrario; van favoreciendo un caldo de cultivo cada vez más peligroso para la estabilidad del país que, seguramente, puede llegar a provocar situaciones no deseadas como las que se han producido en otros países, en los que la revolución anticapitalista ha llevado a poner las instituciones, los medios de información, la economía y las libertades de los propios ciudadanos bajo el régimen opresor de un tirano que, contraviniendo la voluntad del pueblo, manifestada en las pasadas elecciones en Venezuela, sigue ejerciendo su poder omnímodo, aunque ello signifique condenar a su pueblo a permanecer en la miseria más absoluta.
España, señores, debe tener la capacidad de superar este periodo de ingobernabilidad, que ya tuvo las primeras consecuencias en las elecciones municipales y autonómicas en las que, el descontento de la ciudadanía con motivo de la crisis mundial que nos ha azotado durante 8 años, se volcó a favor de un cambio; seguido por las autonómicas y municipales catalanas, que aportaron otro factor de inseguridad cuando, a pesar de que los resultados indicaron un número mayor de ciudadanos a favor de seguir en España que a favor de la ruptura con ella; los políticos catalanes consiguieron hacer creer, a una parte importante de los ciudadanos que, al haber sido el partido que más votos obtuvo, el de Junts pel Sí, y tener más escaños en el Parlamento, tenían la legitimación para iniciar el proceso independentista, que las urnas no les otorgaron. Demasiados partidos, mucho desconcierto, la irrupción de los bolivarianos de Podemos que provocaron un desconcierto entre los votantes y la coincidencia de tres consultas en escasísimo tiempo, ha sido capaz de crear un tal desorden y desconcierto entre los españoles que, si los partidos no entran en razón, se dejan de extremismos y apuestan por lo que más conviene a España; es probable que, como ocurrió en otras épocas de la Historia, acabemos peleando entre nosotros mismos.
Por mucho que, por intereses partidistas, las izquierdas se empeñen en negar la evidencia de que, sin duda alguna, este país estaba comenzando a volver a la normalidad, a recuperar sus industrias, a normalizar su prima de riesgo y a reducir notablemente los intereses de nuestra deuda pública; todo ello acompañado de un cambio en la situación del paro, con el hecho incuestionado de que muchos trabajadores han podido acceder a un puesto de trabajo, especialmente durante el último año, en el que se calcula que fueron 1.500 los obreros que salieron, diariamente, del desempleo. Lo cierto es que, querámoslo o no, estamos formando parte de la UE; que no tenemos posibilidades de poder subsistir fuera de ella y de su moneda el euro y que precisamos de las ayudas del BCE, del BEI y del Fondo Monetario Internacional, lo que supone que deberemos atenernos a las normas que rigen para toda ella.
España precisa recuperar el control de si misma, sin concesiones a políticas obsoletas, anticapitalistas y comunistas, todas ellas desacreditadas desde hace años; con una unidad basada en no permitir aventuras separatistas ni concesión alguna con aquellos que lo intentan contradiciendo la Constitución. Debemos evitar reincidir en pasados enfrentamientos que nos condujeron a una guerra civil y debemos preservar la convivencia entre todos los pueblos de España que, si sigue en aumento, puede que llegue un momento en el que los odios se impongan al sentido común y acabemos como sucedió hace más de 80 años, cuando España pagó su tributo de sangre a la estupidez de los políticos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos el temor de que, si se tensan demasiado las cuerdas del entendimiento entre españoles, tengamos que enfrentarnos de nuevo a un nuevo periodo de inestabilidad y enfrentamiento. Malo para España y malo para los españoles. DIARIO Bahía de Cádiz