Nos queda un tiempo de sufrir debates, adolescentes tardíos que se echan en cara el cambio de cromos. Mientras, los cuidadores de discapacitados siguen sin estar de alta en la Seguridad social, las ayudas estancadas en despachos oficiales y los yernos reales despotricando desde los juzgados de la familia.
Es lo normal porque lo mamamos, como los botellines de cerveza que algunos descerebrados dan a sus hijos por chupitos para alegrarles el día.
No hay consenso porque importa demasiado un cargo y nadie expresa su mea culpa, sino que micciona desde los escaños y luego se van de rositas, con sus retribuciones abultadas, los trajes a medida y las casas a cuestas.
La envidia es escalafón de poder y el poder, fruta que aguanta las heladas, los informativos y la inocencia, porque se nutre de ellas.
Esperamos con la margarita en la mano, a ver quién deshoja el futuro, cuando en Luxemburgo ya nos han puesto un bozal y masticamos como los jamelgos, paja resalada.
Es tiempo de llegar a acuerdos o de costarnos los impuestos la inutilidad de ellos, sin que se pongan las pilas para borrar la amargura de los desahucios, las pagas mínimas, los jóvenes desterrados, la educación estancada y la sanidad triturada.
Los que despidieron gracias a la reforma laboral con más de cincuenta tacos, ya han echado el ancla y se ven difusos como los cómics de Mortadelo por mucho que Ibáñez los comprima y les eche aceite.
Nos aliñan el corazón y lo sirven en la mesa electoral, porque nos hacemos ilusiones y luego nada, de nada, que solo quieren beber sangre de universal negativo.
Solo besos de fábula, besos cotidianos de buenos amigos, que ofenden la gloria de los que pisan a pie puntilla, y que blindaron el corazón y los llantos para besarse sin condicionamientos, ni estrías.
Cuándo veremos libertad sin cadenas, gobierno sin poltrona, medidas avanzadas sin tener que intercambiar favores, medidas o comisiones, que no es el poder de situarse el que les damos, sino el de trabajar por todos.
No es una jubilación, ni una casa, ni blindar la cuenta de ahorros. Tampoco el hacerse un traje de dictadores o de fanáticos o de prepotentes, es el de hacer el bien común de los que estamos trabajando, apuntalando el país para sacarlo de la ruina.
Porque somos nosotros los que tragamos púas y no ellos. Nosotros que viajamos a pasos contados, a rastras y con penas, aguantadas con alfileres de tender la ropa.
Nosotros, que tan poco nos quejamos viéndolos hacer cabritillas en el aire, palomitas de humo que nos incomodan, como los adolescentes que deciden hacer pellas para no tenerse que enfrentar a los exámenes.
Será encima nuestra la culpa por no haber pensado bien el voto, por no haberlo echado todo en el serón ganador y haberlo, en cambio, repartido, porque somos tan plurales como diferentes, tan afines como extraños y tan nuevos como ancianos.
Nos queda un tiempo limitado, para soñar. DIARIO Bahía de Cádiz