Mi bandera siempre ha sido más roja que gualda, verde o morada pero todos esos colores poseen una tremenda importancia para los seres humanos que nos guiamos por una emocionalidad racional aunque pueda parecer contradictorio. A estas alturas ya he dejado aparcadas gran parte de mis emociones para apostar por un pragmatismo que logre crear la España y la Sevilla que anhelo, de ahí que haya decidido que mi bandera sea roja y gualda, que hay que vender la marca España y, dentro de ella, la marca Sevilla. Una marca España en cuyo seno se da por hecho que existen países con sus señas de identidad pero cualquier experto en comunicación sabe que la primera regla para que llegue a la gente un mensaje es la claridad y la simplicidad.
Creo que despreciar la bandera roja y gualda española es una demostración de torpeza y quien escribe es alguien que aún siente yuyu cuando ve las banderas rojigualdas que pasean por ahí los aficionados a la selección española de fútbol porque me recuerdan al tardofranquismo y sus Guerrilleros de Cristo Rey, jóvenes pijos fascistas que en las manifestaciones donde pedíamos amnistía y libertad gozaban de la vista gorda de los “grises” mientras que a los demás nos despachaban a base de tiros con bolas de goma.
Eso es el pasado, ahora miremos al futuro. Los países y culturas que dominan el mundo no se complican tanto la vida interna como lo hacemos en España. Una sola bandera, un himno, una imagen, y adelante, sin perder otras identidades de puertas para adentro y sin ausencia de conflictos pero, ¿tantos como aquí? ¿Quién manda en el mundo? Estados Unidos, el lobby judío que está en su interior y en el exterior, el luteranismo, Inglaterra y los países emergentes que imitan el capitalismo. Para todos ellos, este mundo no es un valle de lágrimas sino un lugar donde dignificarse trabajando. La Biblia, la bandera de barras y estrellas, la Commonwealth, son símbolos claros de unión e influencia mundial, los catalanes que creen que todos sus males vienen de “España” se rinden ante el imán anglosajón. Comprendo las aspiraciones catalanas y de todos los pueblos de la península ibérica pero estoy hasta las narices de aguantar esos nacionalismos excluyentes cuando la patria de todos nosotros se llama Mundo y en ese Mundo tenemos que presentarnos bajo un solo signo.
Esto es lo que hay, podemos elegir entre sumarnos de una vez al mundo (nos separamos de él en el siglo XIX y no participando en las dos guerras mundiales) o seguir con nuestro Celtiberia Show. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig