“Toda reforma, aun cuando sea necesaria, será llevada por los espíritus mediocres hasta un extremo tal que, a su vez necesite ser reformado”. S.T.Coleridge.
Es posible que, cuando en 1978 los padres de la patria dieron por concluido su trabajo de redactar una Constitución para la democracia española, pensaran que era la mejor que, en aquellas circunstancias, se podía dar a los españoles. Entonces, seguramente, se seguía pensando que lo que importaba era que la transición de una dictadura a una democracia se llevara a cabo sin que se produjeran importantes discrepancias o enfrentamientos entre, unos, los procedentes del antiguo régimen y, otros, los que habían estado en su contra, principalmente los comunistas que, seguramente, hubiesen deseado que, en España, se produjera una nueva revolución al estilo de la soviética. Se consiguió que la transición se llevara a cabo de una forma ejemplar y todos, azules y rojos, quedaron, si no enteramente satisfechos, al menos con la conciencia de que se había conseguido evitar un cambio de régimen traumático, que no era poco.
Con el tiempo, a pesar de la calidad, preparación, interés y buena fe de todos los que intervinieron en la construcción de la Constitución de 1.978, ha quedado demostrado que hubo algunos aspectos que, fuere por la evolución natural de los tiempos, por los inevitables cambios de perspectivas de los ciudadanos, por las evoluciones generacionales o por acontecimientos posteriores que, difícilmente, se pudieron prever en aquellos tiempos, acaso debieran de estudiarse. Lo que sucede es que, aquel clima de serenidad, aquellos entendimientos entre las fuerzas políticas y aquel espíritu de salvar la transición sin convertir a España en una hoguera de conflictos; en estos momentos no se da y difícilmente se podrían dar unas circunstancias similares para que, los actuales partidos políticos, quisieran encontrar el consenso que por aquellos tiempos se logró.
Entonces, señores, ¿a qué viene este interés repentino por iniciar una reforma constitucional que, en algunas formaciones, como por ejemplo el PSOE del señor Pedro Sánchez, parece que se ha despertado? Lo cierto es que, así como está España, las circunstancias en la que se desenvuelven las formaciones políticas y la absoluta falta de acuerdo entre todas ellas, convertidas en enemigos irreconciliables en lugar de meros adversarios ideológicos; las posibilidades de iniciar un cambio de Constitución con opciones a conseguir los acuerdos precisos para aprobar una nueva Constitución que contentara a todos mutatis mutandis, sin que ello perjudicara a la unidad de España, a la misma democracia y a los auténticos intereses de los ciudadanos se nos antoja poco menos que ilusorio, irreal y ficticio. Entonces, se nos presenta la cuestión de ¿cuáles pueden ser los motivos de separatistas, progres y partidos de izquierdas para que hayan hecho cuestión prioritaria el abordar un cambio de la Carta Magna? Aquí debemos buscar el quid prodest? Y no es difícil encontrar la adecuada explicación.
Partiendo de la base de que los cambios que, los partidos de derechas o los de izquierdas, quisieran proponer para una reforma de la Constitución, con toda seguridad, serían contradictorios y, en muchas ocasiones, objeto de verdaderas batallas campales en las cámaras; no es impropio colegir que, todo ello, podría repercutir gravemente en la gobernación de la nación y, conociéndonos como nos conocemos, objeto de graves disturbios callejeros provocados por todos aquellos antisistemas y agitadores profesionales que intentarían, como lo están haciendo ahora con el legítimo Gobierno de la nación, presionar a la comisión encargada de la redacción de la nueva Carta Magna, mediante algaradas callejeras; manifestaciones y destrozos de mobiliario público o, incluso, con ataques a personas, con el fin de crear una atmósfera revolucionaria propicia a un golpe de izquierdas.
Partiendo de la evidencia de que, la calidad actual de la mayoría de nuestros políticos deja bastante que desear en cuanto a su preparación, formación, honestidad, respeto por la democracia, capacidad de trabajo y dedicación verdadera al servicio de los ciudadanos; lo primero que se nos ocurre es que, poner en sus manos la redacción de un nuevo texto constitucional sería, como menos, un acto de irresponsabilidad. Nuestra actual Constitución lleva 36 años de vigencia gracias a que, a pesar de los defectos que pueda tener (el caso de las autonomías es uno de los más graves) ha sido útil para que España se haya mantenido en paz y unida durante todo este tiempo, una hazaña sólo superada por la dictadura del general Franco. Nos preguntamos sobre las variaciones que algunos quisieran introducir en su texto. Lo primero que se nos ocurre es lo que pretenden los separatistas, que es algo así como establecer un tipo de constitución centrífuga que consintiera la diáspora de todas nuestras autonomías, permitiendo, en un harakiri convenido, el desmembramiento y la desaparición de la nación española.
Curiosamente, el PSOE, que tiene dos almas, la del PSC y la del partido socialista nacional que intentan convivir aunque ambas saben que, tarde o temprano, van a tener que separarse; algo así como los actuales matrimonios que se casan sólo para pasar un tiempo juntos. El señor Sánchez, que parece que el sacar propuestas nuevas e innovadoras no es su fuerte, insiste en seguir el camino emprendido por el señor Rodríguez Zapatero, consistente en vivir de ilusiones y pretender que una nación con sus limitaciones, como era España, disfrutara de unos beneficios sociales que no se podía permitir y… así nos fue. Ahora esgrime, con una rara y enfermiza insistencia, el tema de la federalización de España, creyéndose que, con esta memez, conseguiría solucionar el tema catalán, sin tener en cuenta, en su desconocimiento de lo que sucede en esta autonomía, que en las actuales circunstancias esta solución no es tenida en cuenta ya que, los separatistas, son plenamente conscientes de que el sistema autonómico en España es mucho mejor que un utópico cambio federal. Lo que los separatistas buscan es, pura y llanamente, un autogobierno fuera de España pero manteniendo buenas relaciones con la metrópoli y permaneciendo dentro de la CE. Otra cosa es que eso sea posible.
Mucho nos tememos que, algunos partidos extremistas, están viendo con buenos ojos un inicio de conversaciones para reformar la Constitución de 1.978; sabiendo que ello les daría la oportunidad de intentar hacer propaganda de sus propuestas populistas, conscientes de que son insostenibles y del rechazo de Europa hacia ellas, pero que serían eficaces como un medio de crear un ambiente social enrarecido que les pudiera ser favorable, sabedores de que la popularidad que han adquirido hasta ahora se la deben a que, lo que ofrecen, le resulta sumamente sugerente a una parte de los ciudadanos, que están pasando por una situación insostenible, que prefieren pensar que nada tienen que perder apostando por quienes les ofrecen algo mejor que permanecer en el paro, quedarse sin subsidio o verse obligados a recibir la caridad de las organizaciones benéficas. Lo terrible es que sólo es el cuento de La Lechera.
¿Una reforma de la Constitución, sabiendo que no existe posibilidad alguna de llegar a acuerdos? ¿Una negociación de una Constitución, prolongada excesivamente en el tiempo, que permitiera que se pusieran en cuestión los mandatos de aquella vigente provisionalmente? ¡Qué clase de locura es esta! Empezar a discutir la reforma de la Constitución al final de una legislatura, cuando hay previstas dos consultas electorales Algunos están locos o actúan como tales. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos espantados como, unos insensatos, pretenden engañar al país. DIARIO Bahía de Cádiz