Los humanos deberíamos reconsiderar más la vida, sobre todo a la hora de escalar por la gran montaña existencial, y ser más libres a la hora de enjuiciar pensamientos. Ciertamente, el mundo arde en mil tragedias, a pesar de que se nos diga que hay menos guerras, pero quizás más violencia y un desbordamiento de inhumanidades como jamás. Todo parece derrumbarse en esta cumbre de tantos despropósitos y desigualdades, de adversidades para los más indigentes, de reveses para los que menos tienen. Nos movemos en tantas contrariedades que deberíamos reflexionar sobre nuestra propia especie. Por una parte, estamos en la época de la sabiduría, pero también en un momento de locura, en un tiempo de esperanza y de buenos propósitos, pero hay otros que conviven con la más terrible desesperación. ¿Qué progreso es éste que impulsa, provoca y esparce la falsedad como perspectiva de futuro?. Realmente, un mundo en el que habita tanta injusticia, tanto sufrimiento de inocentes y tanto cinismo de poder, no puede avanzar hacia horizontes de concordia y alianza. Es así de cruel, pero hay que reconocer, que el ser humano continua persistiendo bajo este clima de vendavales destructores, y destructivos, con su propia vida. Por consiguiente, imagino, que debemos interrogarnos mucho más, para poder reencontrar otro camino, tal vez de menos liderazgo, pero más de compartir, de pensar en el ser humano sobre todo lo demás, que es lo verdaderamente significativo.
Si en verdad queremos construir un planeta, que sea casa común de todos los humanos, tenemos que caminar con otro espíritu, gobernarnos de otra manera, sentir de otro modo. No podemos seguir bajo un reino de confusión permanente, de retrocesos continuos, ya no sólo en temas económicos, también de libertades y derechos humanos. A mi juicio, tenemos que tener el valor de saber construir puentes de diálogo para que no se levanten muros de resentimiento y odio. Esto es vital, hemos de ser humildes y tomar la disposición de abrirnos, sin prejuicio, a todas las culturas. Para desgracia nuestra, nos hemos acostumbrado a alzar siempre la voz, a tomar las riendas del poder aunque fuese corrupto, a vivir egoístamente para nosotros y para los nuestros. A veces con un simple gesto, con un dirigirse la palabra, se solventan multitud de dificultades. Naturalmente, la sociedad actual creo que tiene un gravísimo problema, que no es otro que la de poner los intereses especulativos de una clase dominante por encima de los intereses humanitarios de todo el orbe. Mal que nos pese, considero que el colectivo de la humanidad en su conjunto, tiene pocos apoyos por su misma naturaleza. Para empezar camina en soledad por los caminos digitales, encerrados en nuestras miserias, cuando lo que necesitamos es sentirnos amados y pensar que somos alguien para el resto del mundo. Cuesta entender, por tanto, que algunas personas vivan con menor dignidad que otras en un mismo planeta. En consecuencia, no podemos hablar de progreso, cuando unos humanos crecen destruyendo a otros mismos humanos.
A mi sí que me importa tanta destrucción para acrecentar los intereses de algunos; a mí sí que me importa que el desarme se vea como un sueño distante, y, en cambio, el ascenso de mentiras se justifique; a mí sí que me importa que las partes contrapuestas no trabajen para que cada ciudadano, cualquiera que sea su etnia o religión, se le considere en la edificación del bien colectivo; a mí sí que me importa, en definitiva, que cada ciudadano, pueda sentirse realizado en esa nueva reconstrucción de su propio hábitat. Hoy más que nunca debemos vivir en unión y en armonía para que crezca ese vínculo fraterno, con la autenticidad de formar todos parte de un mismo tronco humanitario. Por desdicha, los resortes de la economía actual nos han deshumanizado, hasta el punto de dejarnos en la cuneta del olvido, de la exclusión, ¿habrá muerte mayor? Desde luego, es una manera de matar. Hoy, son muchos los que han de luchar hasta lo indecible para poder vivir, para vivir con dignidad. ¿Habrá crueldad mayor? Ya me dirán cómo podemos ser optimistas ante cada día más poderes, incluidos algunos que se llaman democráticos, sociales y de derecho, a los que les puede el dinero, en lugar de servir a los que en verdad necesitan ser servidos.
Indudablemente, tenemos que dejarnos guiar por verdaderos luceros, que den claridad a nuestras acciones. Lo decía aquél célebre escritor francés, Antoine de Saint-Exupery: «Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cual es la estrella que lo guía». En ocasiones, vamos tan impregnados de la mundanidad que nos cuesta discernir esta absurda contienda entre nosotros. Es de una estupidez sinceramente alarmante, cuando somos cada uno de nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos; ahora bien, lo que no se puede imponer es la uniformidad. Asimismo, aún hay que recordar que el planeta es de toda la humanidad y para todos los humanos, y que el hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no argumenta que algunos seres humanos vivan con menor decencia. Se me ocurre pensar, en la importancia de esos pueblos perdidos entre las montañas, su falta de oportunidades frecuentemente para crecer y desarrollarse. A propósito, es una buena noticia por ello, que coincidiendo con el Día Internacional de las Montañas (11 de diciembre), Naciones Unidas pretenda despertar la conciencia de cómo la agricultura de montaña, que es predominantemente agricultura familiar, ha sido un modelo de desarrollo sostenible a través de los siglos. De igual modo, también pienso en esas ciudades que aglutinan en sus barrios marginales multitud de excluidos de un sistema que ha sido incapaz de educar en términos de comunidad, de priorizar la vida de todos antes que la apropiación de bienes por parte de algunos.
En todo caso, cada ser humano está llamado a lo largo de su vida a crecer, a reconsiderar su propia vida. No es de recibo proseguir el camino con la frialdad del corazón y de la mente, olvidándonos de nuestros semejantes, dejándonos devorar por estilos de vida egoístas; no en vano, esta bochornosa desigualdad que se viene acrecentando, es la raíz de todos los males sociales. Al fin y al cabo, todos nos merecemos nuevas oportunidades para poder vivir dignamente. ¿Qué menos? En este sentido, impulsar un proyecto de cooperación iberoamericana sustentado en el diálogo, la solidaridad y la adopción de acciones concertadas me perece, no sólo una buena idea, sino una necesaria hazaña. Utilizar las afinidades históricas y culturales como un instrumento de unidad y desarrollo, aparte de ser un feliz acercamiento, contribuye a afianzar lazos de entendimiento lo que da a entender que, antes o después, nos comprenderemos. De ahí la importancia de recapacitar conforme vas viviendo, en ocasiones un verdadero caos lleno de palabrería y frenesí que no tiene ningún sentido, para poder cambiar de leyenda. Las posibilidades son inmensas, es cuestión de madurar el modo y la manera de conjugarlas armónicamente. DIARIO Bahía de Cádiz