Supongo que estoy dentro de ella, de la revolución feminista y me gusta porque toda revolución social es un puñetazo en la mesa de la Historia, un decir hasta aquí hemos llegado, ¡basta! Las revoluciones son crisis, síntomas de hartazgo total, fiebres que les entra al cuerpo histórico para defenderse de parásitos que lo habitan y le están haciendo daño. Bienvenidas sean.
Propaganda y mímesis
Pero, ¿qué es exactamente la revolución feminista? Lo que yo detecto de forma habitual es propaganda feminista que no es lo mismo; cine feminista y deficiente, radio feminista y parcial, televisión feminista para comprar audiencia, sociedad numérica feminista (“aquí faltan mujeres”), lenguaje feminista al que llaman inclusivo, represión feminista contra todo lo que se suponga machista… Pero, ¿y la revolución? Le ruego y exijo a las mujeres –con todo respeto- que cuando entren en el mundo laboral y político y cuando lleguen al poder se les vea una clara intención de limpiar la porquería que hemos sembrado los hombres; para imitarnos no hace falta tanto ruido ni tantos lobbies de presión e influencia, ni tanto mensaje periodístico para captar audiencia femenina ni tanta demagogia política que va detrás del voto de la mujer. El capitalismo o el socialismo levantados por hombres han fracasado, ahora les toca a ellas demostrar que, como afirmaba Gabriel Celaya, anuncian algo nuevo.
¿Qué innovaciones feministas consumó Janet Yellen al frente de la Reserva Federal de Estados Unidos? Sí, es una keynesiana pero, ¿dónde está su aportación feminista para que en su país la gente empiece a dejar de vivir en los subterráneos del metro o para que no se considere que quien no tenga dinero es un fracasado o para que dar a luz no suponga un desembolso escandaloso? ¿Cuál es la aportación de Ángela Merkel a una Europa unida en lugar de besarle las posaderas al Banco Central Europeo, a la banca privada en general y estimular que los demás estemos al servicio de Alemania? ¿Ha contrarrestado esa constitución europea que –una vez rechazada por la gente- se aprobó por la puerta de atrás con el nombre de Tratado de Lisboa? ¿Cuál es la huella de Christine Lagarde al frente del FMI, decir que somos unos vagos y que no se debe subsidiar a nadie? Y antes de estar en el FMI, ¿adular a Sarkozy para llegar alto en política?, ¿ignorar los datos de defraudadores que le filtró Falciani desde el HSBC?
Hillary Clinton fue apoyada por todas las grandes corporaciones mediáticas y no mediáticas regidas por hombres para que llegara a presidenta. Iba a ser la presidenta del “fui, vi y murió”, en alusión a lo que hizo en Libia con Gadafi cuando era secretaria de Estado y en una entrevista que le estaban haciendo en la CBS largó esa frase fuera de antena para después soltar una carcajada. ¿Ha arreglado su país algo en Libia liquidando a lo bestia al dirigente cuando Gadafi ya había decidido moderar su programa nuclear? ¿De dónde proceden parte de los migrantes que llegan a las costas de España? Tanto sus demócratas como los conservadores y fascistas –ahora llamados ultraconservadores- de las filas republicanas han permitido –ayer y hoy- que los soldados israelitas, a cuyo ejército venden armas, maten a tiros a palestinos indefensos: piedras contra fusiles de alta precisión. Y ahí ha estado la Clinton como ahora está Trump.
La parodia nacional
Carmen Calvo –vicepresidenta actual- tapa las contradicciones de Pedro Sánchez y mira para otro lado cuando primero dice una cosa en relación con los condenados en el conflicto catalán y luego afirma la contraria. Primero hubo rebelión, luego no la hubo. “Es que cuando dijo que hubo rebelión no era presidente”, afirma la señora feminista, o sea, que admite abiertamente la mentira como arma política y abre la sospecha de que ahora tanto ella como Sánchez pueden estar mintiendo y antes también, que renuncian a la ética y a sí mismos para aplicarse lo de estos son mis principios y si no les gustan tengo otros. Menudo favor le hacen a la política como medio que nos hemos dado los humanos para entendernos y no matarnos entre nosotros.
Esperanza Aguirre tapó corrupciones en el PP e incluso les dijo a unos agentes de la ley aquello de que ustedes no saben con quién están hablando. Cristina Cifuentes engañó al personal con su máster falso, la ministra de justicia, Dolores Delgado, llama maricón a su colega en el ejecutivo, Grande Marlaska, cuando se reúne con Villarejo; la señora Cospedal también se encuentra con el mismo sujeto para limpiar los trapos sucios de su partido; Susana Díaz llega a lo más alto en Andalucía –y lo intentó en España- aupada por la vieja guardia masculina del PSOE, algunos de cuyos miembros están sentados en el banquillo de los acusados por utilización ilegal del dinero público, Carolina Bescansa confabula con Errejón para quitar de en medio a Iglesias. Pero, ¿esto qué es?, ¿revolución o mimesis?, ¿inicios de un cambio sustancial y visible o sustitución de sexos sobre un fondo común de bafea construido por nosotros los varones?
El patriarcado opresor
Pocas dudas pueden existir en antropología sobre la figura opresora del patriarca no sólo sobre la mujer sino sobre todo el clan o la familia. Sabido es de sobra el planteamiento de Freud cuando afirma –con innegable carga especulativa pero desde un argumento muy sólido- que los aspirantes a patriarcas –sus hijos- acaban por asesinar al padre, asumen las riendas del patriarcado pero, a la vez, contraen un sentimiento de culpa ancestral.
Sin embargo, no creo que en los casos anteriores a los que he aludido tenga mucho que ver el opresivo patriarcado del que hablan no pocas feministas. Al igual que sucede con la sociedad en general –hombres, mujeres y jóvenes- la autocrítica brilla bastante por su ausencia y la culpa de algo la suelen tener casi siempre los demás o algún factor externo. En este caso es el patriarcado pero no se puede estar siempre así, es como cuando decíamos en la transición que no íbamos a estar –tras la muerte de Franco y sus 40 años de régimen- hablando otros 40 años de los 40 años y vaya si estamos así, 40 años y lo que queda.
No hace mucho pronunció una conferencia en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla la feminista Ana Isabel Bernal Triviño. Tremendo el acoso y violencia verbal que esta mujer ha recibido desde las redes sociales por parte de los cobardes de siempre a los que hay que ignorar porque no insulta quien quiere sino quien puede y estos no se representan ni a ellos mismos. Me llamó la atención la obsesión con el patriarcado opresor que tiene esta estudiosa y periodista así como, ya en el coloquio, la postura de algunas intervinientes, preguntándole si esto o lo otro era feminismo o no. Me sorprendió porque me sentí como cuando les preguntábamos en el franquismo a los sacerdotes si algo era pecado o no, estaba ante alguien a quien habían tomado por una gurú que se hallaba en posesión de los conceptos. Aún así, me gustan las personas que sostienen sus principios con firmeza, el problema es de quienes no desean pensar por sí mismos y se dejan llevar por sistema, es más cómodo que contrastar análisis y opiniones y más si les son molestas.
Insulto y victimismo
Cuando se reflexiona o se escribe en esta línea aparece el insulto –soy un machista, incito al odio- y el victimismo. En un mismo día soporté tres lamentos iguales: uno de la citada ministra Delgado, otro de la diputada del PP Beatriz Escudero que es nada menos que vicepresidenta de la comisión de investigación del congreso, y otro de una colega universitaria. Ese tipo pintoresco apellidado Rufián –un niño creído que representa el fracaso histórico de una izquierda que lo es sólo de oídas- llama “palmera de Álvarez Cascos” a la señora Escudero y ella le contesta que es un imbécil para a continuación abandonar la sala parlamentaria en la que se desarrolló la escena.
Una colega de la universidad que está en todas partes y ha llegado arriba, protesta porque no cuentan con ella para algo cuando cuentan con ella para casi todo, más incluso que con los profesores. Las tres se lamentan de que hacen eso con ellas porque son mujeres. Señoras, si ustedes han querido entrar en esta jungla que es la sociedad, lo laboral, la alta política, han entrado en el todo vale, en la realidad donde el hombre es un lobo para el hombre y no se puede ser hombre y mujer al mismo tiempo. Ya no están libres de críticas. Repito: espero de ustedes que mejoren el desaguisado que hemos levantado los hombres y no veo síntomas claros de eso en los escalafones más altos de la sociedad.
A por los derechos de la mujer
Donde sí observo cambios es en la vida cotidiana. Las auténticas feministas no van por ahí dando gritos ni enseñando los pechos sino que hablan con sus comportamientos. Mujeres excepcionales con un intelecto envidiable que luchan contra las adversidades diarias de tener que trabajar y estar pendientes de sus hijos y de sus maridos que con frecuencia son –somos- unos niños más. Mujeres que deciden tener descendencia enfrentándose incluso a sus mismas compañeras de género, mujeres profesionales de la medicina y el periodismo a las que se les nota un mimo especial en el ejercicio de su profesión, mujeres que sacan tiempo para todo partiendo desde una posición de clara desventaja en relación con los hombres.
Mujeres que se atreven a denunciar a quienes las acosan pero a denunciar con bases sólidas. Es por ellas por las que vale la pena luchar, es por ellas por las que intento como puedo cambiar mi mentalidad de varón educado en el franquismo, son ellas las que nos anuncian la nueva etapa histórica en la que estamos y a la que debe adaptarse la dinámica económica porque, de lo contrario, no tendremos revolución, a secas, sino que seguiremos aguantando una simple puesta en escena a la que llaman feminismo pero que no es más que la sustitución de un sexo por otro en un contexto en el cual el hombre ignora su identidad y la mujer la suya.
Y es que sucede algo muy sencillo: igual que hay hombres y hombres, hay mujeres y mujeres, igual que los hombres luchan contra los hombres, las mujeres tendrán que luchar contra otras mujeres y en esa pugna se encontrarán, en un bando u otro, hombres y mujeres persiguiendo un mismo fin en un mundo en el que los derechos de la mujer no tienen vuelta atrás, es a esa revolución a la que hay que sumarse pero ello supondrá detectar el motor profundo y canalla que obstruye esos y otros derechos. Lo demás es juego, superficialidad, entretenimiento occidental y esnobismo, un esnobismo perverso que reprime al disidente con tintes claramente dictatoriales. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig