No es que me gustaran los mamporros que les dieron a los catalanes el domingo pasado pero sí que unas collejas no vinieron mal aunque los golpeados se sintieran más demócratas que Pericles y mártires de la independencia del cava benjamín. No justifico la violencia de unos guardias que en buena medida han heredado el espíritu de sus familiares antaño grises pegones de la España unidad de destino en lo universal, más la chulería del mediocre musculoso que viste uniforme y ve series y pelis yanquis, que eso abunda entre la reserva espiritual del orden patrio.
Lo que yo apoyo es la justicia de los que pueden hacer justicia con un buen cosque que, por supuesto, no se queda así sino que se hincha y hasta puede sangrar. Y apoyo mucho más esa justicia si algunos de los que se llevaron la golpiza eran de esos independentistas que acusan a los andaluces y a otros íberos de vagos, indolentes, malhablados o chistosos. Claro que los tenemos en Andalucía pero es asunto nuestro –aunque yo me sienta poco andaluz, dicho sea de paso- y, en todo caso, las cosas se dicen con más estilo posmoderno, igual que a los negros se les llama subsaharianos, al gallinero del Teatro Maestranza, Paraíso, o al que te ayuda a rebajar kilos personal trainer.
Recuerdo las insinuaciones de Durán i Lleida: los andaluces se pasan el día en el bar a costa del trabajo del catalán. De Jordi Pujol (a quien los pobrecitos nacionalistas hacen la vista gorda a pesar de los gordos fajos que se han llevado él y su familia): el exhonorable dejó claro en un libro que publicó en 1976 que el andaluz vivía en un estado de ignorancia e incultura. Joan Puigcercós (ER) afirmó que en Andalucía no pagaba impuestos ni Dios. Bueno, ¿y qué? No pagar impuestos es algo muy neoliberal, persigue no obstaculizar la inversión de los que más tienen y Dios lo tiene todo, ¿cómo le vamos a cobrar impuestos? Luego tenemos a Sardá Valls, el cónsul que se cachondeó del acento de Susana Díaz quien hace bien en lucirlo en lugar de avergonzarse de él. Y los conversos. Estaba yo en agosto en Barcelona comiendo con mi familia catalana en un restaurante y un camarero con padre malagueño me echaba en cara que Cataluña nos sostenía.
Todo eso es violencia verbal, como estoy seguro de que algunos de estos especímenes fueron a votar, no veo mal que los botaran a leches los que pueden hacerlo en mi lugar porque yo no puedo tomarme la justicia por mi mano y además soy flaco y viejete pero ellos sí pueden aplicar justicia con sus porras y bíceps. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig